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La semana de Dani Olmo acaba con un baile en el que Olmo sólo disfrutó de los últimos compases. El baile de un Barça que fue incapaz de seguir un Madrid lento y patoso, salvo por los primeros pasos del Mbappé verdadero, aunque pasos insuficientes para el ritmo coral de su rival. Ni siquiera la deseada coyuntura de adelantarse en el marcador para esperar y lanzarse a los espacios, pudo detener a un Barça que ganó a lo Barça y a lo Madrid, que fue mejor en acciones individuales, en asociación, por alto y por bajo, con 11 y con 10 o a la carrera. Sólo la expulsión de Szczesny y el gol de Rodrygo le dieron esperanzas. Pero también a las esperanzas y a la épica hay que alimentarlas. El Madrid no encontró cómo hacerlo en superioridad durante un tramo doblemente frustrante.
El segundo duelo de Ancelotti con Hansi Flick se ha resuelto del mismo modo que el 0-4 en el Bernabéu. En ambos choques el equipo azulgrana dejó al Madrid tácticamente desnudo, como si su entrenador perdiera su chaleco.
Muy inseguro en defensa, el Madrid necesitó de Courtois desde los primeros minutos. Cuando defendió posicionalmente, estuvo desajustado, con Tchouaméni sin encontrar su lugar como central; cuando no tuvo más remedio que dejar espacios, cada carrera hacia atrás en persecución de Lamine Yamal o Raphinha era un vía crucis. La forma en la que Lamine restituyó la igualada estuvo a la altura del mejor Mbappé, al que se vio en Yeda, pero sin acompañantes. No es tutearse con cualquiera.
Ancelotti hizo correcciones en el descanso, al añadir un centrocampista, y las continuó con la superioridad numérica, pero sin la capacidad de gestionarla con éxito. El técnico llegaba a la final de la Supercopa tras haber encajado el centro del campo tras la marcha de Kroos. Yeda es un paso atrás. Todo lo contrario le sucede a Flick, reforzado en su argumento con este primer título como azulgrana, pero en una situación muy diferente, por detrás del Atlético y el Madrid en la Liga. Ahora sólo necesita que esta victoria en el desierto no sea un espejismo.