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Esta es la historia sobre un final que no tiene fin y, sin embargo, tiene decenas de inicios. Esta es la historia que un hombre nunca vio y con la que expuso a un país ante sí mismo. Y, sobre todo, esta es una historia compuesta de otras tantas que han sido alteradas (o no) por el tiempo. La de Ramón Sampedro, la del debate sobre la eutanasia en España, la de Mar adentro, la de quienes la hicieron posible, la de su inmenso éxito nacional e internacional...
Y, como buena historia sobre el final, por ahí debe empezar. Han pasado 20 años desde que Mar adentro irrumpió en el cine, ganó el León de Plata en el Festival de Venecia, arrasó en los Goya como la película con más premios de la historia y se alzó con el Globo de Oro y el Oscar a Mejor película de habla no inglesa. Esos 20 años también le han pasado a España, donde la eutanasia a la que no pudo acogerse Sampedro, que se quitó la vida con cianuro en 1998, cuenta con una ley que la regula desde el 25 de junio de 2021. Ahora sus protagonistas rescatan las historias que les han llevado hasta aquí. Pero para eso tenemos que empezar.
«Todos en España conocíamos a Ramón Sampedro por su trayectoria, sus declaraciones y por lo que hizo: cumplir su deseo de morir. Después adquirí Cartas desde el infierno y me sorprendió lo mucho que conecté con su pensamiento», recuerda su director, Alejandro Amenábar, sobre el libro publicado por Sampedro en 1996, dos años antes de su muerte.
Cuando el cineasta acabó el rodaje de Los otros, llegó el momento de Mar adentro, sobre la que se celebrará este lunes un coloquio en Barcelona organizado por la Academia del Cine. «Ahí fue cuando realmente me lo plantée», apunta Amenábar, que le presentó el proyecto a Fernando Bovaira, quien había producido sus dos anteriores películas y haría lo mismo con las que vendrían después. «Me acuerdo perfectamente del día en que Alejandro me lo comentó», recuerda el productor. «El protagonista no quería superar ningún obstáculo, quería morir, así que digamos que era una apuesta arriesgada. Pero indagando vimos que había una grandísima historia, Alejandro estaba en ebullición y había una conexión emocional con Ramón innegable».
Era el año 2002 y la primera piedra del proyecto ya estaba puesta. La segunda llegaría poco después, en una cena en el restaurante Nuria de Las Ramblas de Barcelona. Allí se produjo el encuentro de Amenábar y Bovaira con Gené Gordó, entonces integrante de la Junta Directiva de la asociación Derecho a Morir Dignamente, amiga personal de Sampedro, además de asesora en el caso judicial del gallego en 1998. «Amenábar me llamó un día por teléfono y le colgué porque no creía que fuera verdad», confiesa. «Al final sí lo era, quedamos aquí en Barcelona y se nos fueron las horas porque conectamos. Al principio, las preguntas las hacía Bovaira y yo le respondía. Hasta que me dijo que si no conocía a Amenabar, que no había dicho ni una palabra. Le dije que sí, pero que no me estaba preguntando él. Entonces ya entró y acabamos muy bien la noche, pero empezó un poco así».
Gordó acabó siendo el nexo de unión con la familia de Sampedro y asesora para el guion que firmaron Amenábar y Mateo Gil. Pero antes puso una condición: «Yo jamás quise cobrar nada, pedí que el dinero fuera a la familia de Ramón y que, sobre todo los personajes que debieran hablaran en catalán y en gallego».
"Aunque sea una cursilada, casi me sale decir que nos acompañaba el espíritu de Sampedro"
El rodaje se desarrollaría en 2003 entre las rías de Arousa y Muros-Noia gallegas, Barcelona y los estudios El Álamo de Madrid, aunque antes había que elegir a los actores que lo harían posible. Bovaira apostó por Bardem como Ramón Sampedro aunque en aquel momento tenía 34 años, 21 menos que el gallego cuando se quitó la vida. «Yo me acuerdo de perseguirlo en unos Goya, pero la insistencia fue de Fernando porque en principio no pensaba meterme en el lío de tener un actor que no se ajustaba ni por edad ni por físico», rememora Amenábar. «Su razonamiento fue sencillo: ‘¿Quién es el mejor actor de España?’ Y directamente me salió Bardem». El productor explica su elección: «Tampoco fue mi idea más arriesgada ni original, necesitábamos un actor que pudiera sostener el metraje de la película postrado en una cama, con ese dominio de la expresividad y la gestualidad».
Luis San Narciso fue el encargo de realizar el cásting que acabaría completando el reparto. Eligió a Belén Rueda como Julia, la abogada con una enfermedad degenerativa que va a llevar el caso de Sampedro... y también le colgó el teléfono pensando que era una broma. A Lola Dueñas le vio como Ramona Maneiro, la mujer que le ayuda a morir, y pensó que no entraría por una mala prueba. A Tamar Novas le quería como Javi, el sobrino del gallego y, en este caso, le colgó el teléfono otras dos veces porque creía que eran sus amigos vacilándole. «Nunca me han colgado tantos teléfonos», bromea el director de cásting que completó el elenco con actores gallegos y catalanes con experiencia: Celso Bugallo, Josep María Pou, Mabel Rivera, Joan Dalmau... «Aquel casting aún es la mejor experiencia de mi vida. Trabajar con Alejandro es trabajar con libertad y con todo bien explicado. Aunque esa película no hubiera ganado nada, sería igualmente un éxito. Es una gran película sin intención de serlo porque tiene emoción».
El rodaje se extendió durante 12 semanas y el primer encuentro se produjo en la casa del director. Lo recuerda Tamar Novas: «Ese primer día, yo no me lo podía ni creer. Tenía 16 años, no sabía a qué me quería dedicar en la vida y me encuentro ahí. Javier ya se había rapado al cero y se tumbó en el sofá como si fuera Ramón. Me impresionó tanto que me dio un ataque de risa enorme y pensé que me iban a echar».
Novas estuvo todas esas semanas pegado a Bardem, como si realmente fueran tío y sobrino, una relación que aún se mantiene. «Mi recuerdo es tener allí una familia y Javier a mi lado desde el primer día. Nos unía la música heavy, Rammstein y tal. Recuerdo cumplir allí 17 años, me regalaron un discman mis compañeros».
Bardem tenía cada día cuatro o cinco horas de maquillaje que acabaron provocándole una reacción en su piel que le impidió rodar unos días, pero dejaron un recuerdo imborrable para Novas. «Nos pusimos una peluca, nos maquillamos como Kiss y tengo algún documento que atestigua que hicimos air guitar».
Ese mismo sentimiento tiene el resto del equipo de Mar adentro de aquellos meses. «Es uno de los mejores rodajes de mi vida», cuenta Amenábar. «Había una gran comunión, todos convencidos de la historia, entregados... Además había un espíritu de un hombre bueno flotando sobre nosotros. Recuerdo el día antes, estar frente a la ría y yo hablaba con Ramón. Cuando vas a rodar siempre piensas que vas a hacer la mejor película de la historia y yo salí convencido de que esta película podría con todo, con los recelos por la eutanasia, y de que era algo grande».
"Aunque esa película no hubiera ganado nada, sería igualmente un éxito. Es una gran película sin intención de serlo porque tiene emoción"
Bovaira recuerda algo parecido: «Yo no soy nada supersticioso, pero tuve la sensación de que esta historia trascendía lo cinematográfico. No voy a decir que estaba el espíritu de Ramón Sampedro, porque eso es una cursilada, pero casi que sí te lo digo». Y cierra Lola Dueñas: «Alejandro y Javier facilitaron un grupo de amor y trabajo, pero hubo algo que sobrevoló todo. Y eso fue Ramón Sampedro, el respeto profundo y el amor por su figura. Le pedíamos que nos ayudase con el tiempo y parecía que nos escuchaba. Tamar, como era tan joven, llegó a pedir, aprobar sus exámenes y le tuvimos que decir que no era el pozo de los deseos».
La actriz madrileña fue, junto a Bardem, una de las que tuvo que aprender gallego y mimetizar el acento para resultar creíble. «Yo iba en esa época mucho a Galicia y pensaba que me iban a apedrear por la calle. El acento fue mi gran inseguridad, pero lo trabajé tanto y el profesor era tan bueno».
Ese profesor era Federico Pérez Rey, que acabó como actor: en una de las últimas escenas de la película, conduce la furgoneta en la que se sube Sampedro. «Hacíamos clases a diario, tuvo tal paciencia conmigo. Estuve muchísimo tiempo dando esas clases y me iba a Galicia para que se me pegase el acento porque no quería ofender a nadie», incide Lola Dueñas.
Así hasta que Mar adentro llegó el 3 de septiembre de 2004 a las salas, con el aplauso unánime de la crítica e inició una carrera impoluta en los premios. Triunfó con el León de Plata y la Copa Volpi para Bardem en Venecia; ganó 14 de los 15 goyas a los que optaba, con todas las grandes categorías dominadas, y se llevó un Globo de Oro y un Oscar. Pero, antes, hubo un susto con Belén Rueda, que aunque tenía 40 años debutaba en el cine. «Acabé de rodarla y, como estaba acostumbrada a la televisión, pasaron dos meses y al no tener noticias llamé para ver si había pasado algo. Pensaba que me habían echado y lo estaban haciendo con otra, pero estaban en montaje, sonorización...», cuenta la actriz.
Especialmente intenso fue el camino hacia los Oscar. «Esa es una carrera de fondo donde tienes que estar ahí, mostrar tu película, asistir a los cócteles para darle visibilidad. La promoción empezó en Venecia y acabó en Japón, justo después de los Oscar, y llegué allí comatoso. Por primera vez en mi vida, me negué a ir a una rueda de prensa porque, de verdad, que no podía. Fui, di entrevistas y cada diez minutos tenía que ir al baño a vomitar», cuenta Amenábar. Y le completa Bovaira: «Llega un momento que estás viendo por trigésima vez Mar adentro y no puedes más. Era muy absurdo pasearse por los cócteles, saludando a unos y otros. Porque antes todo pasaba en Estados Unidos».
Mientras el nombre de Amenábar resonaba fuera de España, el debate sobre la eutanasia se reabría dentro de ellas. Al estreno de Mar adentro acudió el presidente José Luis Rodríguez Zapatero junto a seis ministros. «Mi deseo es apoyar al cine español y, cuando se trata de apoyar un problema humano de esta entidad, mucho más», afirmó ese día el socialista. La oposición le llegó a la película de las asociaciones provida. «Yo creo que Amenábar nunca quiso hablar de la eutanasia, le fascinaba Ramón Sampedro como un personaje al borde la muerte, que es algo que está en sus películas», relata Germá Gordó. «Él intentó ser equidistante, pero no lo logró. Y yo me di cuenta de que era fantástico hablar así de la eutanasia aunque no fuera su objetivo porque era una oportunidad para llegar a todo el mundo. Intentaba condicionar al máximo con la visión de la asociación y siempre nos escuchó con humildad».
Habla Amenábar: «Igual cometo la insolencia de considerarme ciudadano común representando a una mayoría, pero ya hace 20 años creía que la eutanasia era algo que se iba a regular más pronto que tarde. Al final ha sido más tarde que pronto, pero no cargué las tintas en ese punto porque el tema legal me parecía que iba a ser el que iba a quedar obsoleto más pronto».
Esa regulación llegó en 2021, 17 años más tarde del estreno de la película que empujó en ese debate. Aunque hace un mes se produjo el primer juicio para poner freno a la eutanasia de una joven parapléjica de 24 años en Barcelona tras una denuncia del padre. «Creo que la sociedad está muy preparada. A veces he tenido la sensación de que el debate se ha inflado desde algunos medios y desde la Iglesia. Creo que la sociedad estaba más que preparada para aceptar una ley de eutanasia», concluye el cineasta.
Y este podría ser el final, pero esta historia no lo tiene.