Mientras muchos ciudadanos disfrutaban tranquilamente de las vacaciones de Navidad, un telescopio situado en una remota zona de Chile detectaba el asteroide más preocupante para la humanidad desde hace dos décadas.
Mide entre 40 y 90 metros de diámetro y, pese a que el nombre que le han puesto no es muy pegadizo, 2024 YR4 saltó rápidamente a la fama y encendió las alarmas debido a un porcentaje inquietante: según la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), había más de un 1% de probabilidades de que cayera en algún lugar de la Tierra el 22 de diciembre de 2032. Tras numerosas actualizaciones, ese porcentaje que a finales de enero era del 1,2%, alcanzó esta semana un valor récord del 3,1% a partir del cual bajó rápidamente, hasta el punto de que el viernes la NASA lo situó en el 0,36% y la ESA, en el 0,16%.
Desde que se vigilan los asteroides peligrosos, ninguno ha llegado a tener un riesgo de impacto tan alto como 2024 YR4. El récord hasta ahora era el 2,7% que en 2004 marcó Apofis, un gran asteroide de más de 350 metros cuyo peligro afortunadamente acabó por descartarse por completo cuando se estudió mejor su órbita.
Aunque una probabilidad del 1% como la que tenía 2024 YR4 es muy baja, es mucho más elevada de las que suelen tener los miles de asteroides cercanos a la Tierra que cada año son descubiertos. Y por ello, y porque mide más de 50 metros, Naciones Unidas activó por primera vez el protocolo de defensa planetaria establecido hace aproximadamente una década, mientras los astrónomos se centran en escudriñar la roca para entender mejor a qué nos enfrentamos.
Están siendo, por tanto, días ajetreados en la Oficina de Defensa Planetaria de la ESA que dirige el veterano físico alemán Richard Moissl. Un departamento creado en 2021 con sede en la localidad italiana de Frascati dedicado, básicamente, a proteger a la humanidad de las amenazas cósmicas: "2024 YR4 nos mantiene ocupados, pero lo cierto es que ahora mismo estamos trabajando más o menos como siempre, con un nivel de actividad, digamos, más alto de lo habitual, y estamos más pendientes", explica, tranquilizador, durante una entrevista por videoconferencia desde el Centro Europeo de Operaciones Espaciales de la ESA en Darmstadt, Alemania.
"Hemos activado la Red Internacional de Alerta de Asteroides (IAWN, por sus siglas en inglés) para garantizar que trabajamos de la manera más eficaz y coordinada, y que la información se intercambia lo más rápidamente posible y llega cuanto antes a todos los que necesitan conocerla. Esto es lo que significa para nosotros ahora. No estamos ante una crisis ni es una situación peligrosa. Es sólo que una probabilidad de impacto de más de 1% es algo muy raro e inusual, y por eso recibe toda nuestra atención", reitera.
Su prioridad es definir con exactitud la trayectoria que seguirá para confirmar o descartar por completo un impacto, además de acotar su tamaño para estimar el daño que podría hacer y cómo hacerle frente si fuera necesario. Tienen tan sólo un par de meses para hacerlo desde tierra, pues el asteroide, que hizo su máximo acercamiento durante la navidad, se está alejando de nuestro planeta y no volverá a ser visible hasta junio de 2028, cuando quedarán solo cuatro años para ese improbable -pero todavía posible- impacto. "Necesitamos los telescopios más grandes, como el Gran Telescopio de Canarias, que pronto serán los únicos que aún puedan verlo, pues a mediados de abril ya no será detectable", señala el científico.
La IAWN o Red Internacional de Alerta de Asteroides, liderada por la NASA, es uno de los dos comités técnicos de reacción de asteroides vinculados a la ONU. El otro es el Grupo Asesor de Planificación de Misiones Espaciales (SMPAG) y está presidido por la ESA. Mientras el primero estudia asteroides potencialmente peligrosos y se encarga de que se procesen y coordinen todas las observaciones, el segundo se dedica a las medidas que habrá que tomar cuando haya una amenaza: determinar el tiempo del que se dispone, ofrecer opciones, realizar recomendaciones e informar a las autoridades civiles y de defensa.
Actualmente se conocen más de 1,2 millones de asteroides en el Sistema Solar, de los que 36.000 están cerca de la Tierra. De ellos, 1.740 se han incluido en la llamada lista de riesgo, donde se meten todos los asteroides cuyo riesgo de impacto no es cero. "2024 YR4 enseguida subió al número 1 de esta lista de riesgo y, a medida que se hacían las observaciones, fue aumentando la probabilidad de impacto", resume Moissl.
Además de liderar esa lista, el nuevo asteroide ha llegado a estar clasificado en el nivel 3 de la llamada Escala de Turín, pero el viernes descendió al nivel 1, donde lo habían situado poco después de ser descubierto. Esta escala utilizada para clasificar a los asteroides según el peligro que suponen para la Tierra consta de 10 niveles, del 0 al 10. Por defecto, todo asteroide inofensivo está en el nivel cero, mientras los niveles 8, 9 y 10 suponen colisión segura. "Cada año se descubren un par de miles de asteroides, y sólo unos pocos llegan al nivel 1 de la Escala de Turín, de promedio uno o dos, así que estar ya en el nivel 1 significa que es algo a lo que hay que prestar atención, por lo que fue observado con prioridad", explica.
Hasta ahora, Apofis ha sido el único otro asteroide clasificado en un nivel superior a 1: llegó a estar en el 4 por el riesgo de impacto que había para el 13 de abril de 2029, cuando se acercará la Tierra: "Fue cualitativamente un caso similar al que tenemos ahora, pero es mucho más grande, mide más de 350 metros de diámetro. Afortunadamente, 2024 YR4 es mucho más pequeño. Los datos obtenidos mediante los espectros apuntan a que podemos excluir algunos de los tamaños más grandes así que, aunque por los procedimientos que tenemos el rango que sale es de entre 40 y 90 metros, pensamos que se acerca más a los 40 y mide unos 50 o 50 y pico metros".
El telescopio espacial James Webb les va a ayudar a restringir el tamaño aún mejor y con mayor confianza gracias a que puede observar en el infrarrojo. Las agencias espaciales han solicitado observar a este nuevo asteroide con el instrumento astronómico más potente del que dispone la humanidad, que apuntará a 2024 YR4 a principios de marzo y a principios de mayo, cuando ya no será visible para los telescopios terrestres.
"El James Webb está en el espacio, por lo que no tiene que atravesar ninguna atmósfera, y puede apuntar de forma estable a una zona en el espacio durante mucho tiempo. Pero además, podemos medir la radiación infrarroja que proviene del objeto mientras que desde la Tierra, en el espectro visible, solo podemos hacer suposiciones sobre el tamaño basándonos en el brillo", afirma el científico, que subraya que las observaciones con el James Webb no se han pedido de manera urgente, sino por los procedimientos habituales que siguen cuando se descubre algo importante que no puede esperar, en este caso, porque dejará pronto de ser visible.
Las mediciones que hacen los organismos que vigilan asteroides son independientes, lo que les permite estar seguros de que "la información es totalmente correcta". "Debido a que se usan herramientas, software y metodologías distintas, hay pequeñas diferencias numéricas, por lo que nunca van a ser exactamente los mismos datos, pero todos estábamos de acuerdo en que el riesgo de impacto era superior al 1%", asegura el físico. Por eso, los porcentajes que ofrecen estos días la NASA y la ESA difieren ligeramente en unas décimas.
Asegura que los valores máximos alcanzados esta semana (3,1% según la NASA y 2,8% según la ESA) "estaban totalmente dentro de lo esperado" y como vaticinaban, el porcentaje ha ido cayendo por debajo del 1%.
Este especialista en el Sistema Solar -ha formado parte de misiones como Rosetta (al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko), Bepi Colombo (a Mercurio) y Hera (que se dirige al sistema de asteroides Dimorphos-Didymos)- cree que el escenario más plausible es que pase lo mismo que con Apofis. Es decir, que terminen descartando el riesgo de colisión. "Probablemente, en algún momento la probabilidad de impacto caerá a cero. Es lo que esperamos que ocurra", afirma.
En la vigilancia de asteroides potencialmente peligrosos, se ha establecido otra marca crítica: si la probabilidad de choque de un asteroide alcanzara el 10%, el nivel de atención pasaría de la notificación a la advertencia de un impacto potencial. En un caso así, el grupo IAWN emitiría una comunicación a Naciones Unidas pidiendo a todas las zonas potencialmente afectadas que se preparen para una posible actuación de protección civil.
En esa fase tendría un papel destacado la Oficina de Defensa Planetaria que él dirige desde Italia y que forma parte del Centro para la Observación de la Tierra (ESRIN) de la ESA. Observar asteroides peligrosos, aportar datos y mitigar -es decir, plantear medidas para proteger a la población de la Tierra cuando haga falta- son las tres misiones fundamentales de este departamento en el que trabajan físicos como Moissl, pero también ingenieros y matemáticos.
Porque como se habrá dado cuenta a estas alturas del reportaje, el mundo de los asteroides es un mundo de probabilidades e incertidumbres. Todos los días objetos celestes chocan contra la Tierra, aunque la gran mayoría son muy pequeños y completamente inofensivos.
De media, cada 15 días impacta en algún lugar de nuestro planeta un asteroide de un metro de diámetro.
Cada 15 años, uno de 10 metros.
Cada 2.500 años, uno de 50 metros.
Y cada 10.000 años, uno de 100 metros.
El asteroide que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años sobrepasaba con mucho cualquiera de esos tamaños pues, como recuerda Moissl, tenía unos 10 kilómetros de diámetro: "Tuvo un impacto sobre el clima global y sobre toda la vida en la Tierra. No tiene nada que ver con 2024 YR4 que, como mucho, amenazaría una zona con un tamaño equivalente a una ciudad. Y es importante subrayar esto, porque estoy viendo estos días a gente diciendo que este nuevo asteroide nos va a matar a todos y no va a ser así en absoluto", señala.
Si buscamos un ejemplo histórico comparable a la amenaza actual habría que fijarse en el evento de Tunguska, Siberia, de 1908. "Creemos que un objeto de 50 o 60 metros entró en la atmósfera y explotó a gran altitud, arrasando 2.000 kilómetros cuadrados de bosque. Hubo suerte, no afectó a zonas habitadas, pero es un caso de referencia que usamos para medidas de mitigación".
El último asteroide importante que afectó a nuestro planeta cayó por sorpresa en 2013 en Chelyabinsk, Rusia, causando más de un millar de heridos leves: "Medía unos 20 metros y no lo vimos venir porque venía del lado del Sol", explica el físico, que advierte que actualmente la humanidad "está ciega para detectar rocas que vengan en esa dirección". Para dejar de estarlo, hay en marcha un observatorio europeo llamado NEOMIR que se situará entre la Tierra y el Sol y permitirá detectarlos. "Esperamos que esté en funcionamiento a mediados de la década de los 30 y la diferencia va a ser enorme. De hecho, si hubiera estado ya disponible NEOMIR, tendríamos ya mucha más información de 2024 YR4 y dispondríamos de los datos que el James Webb va a recopilar en marzo y mayo".
¿Podría ocurrir entonces, que al igual que entró inesperadamente una roca de 20 metros, llegara por sorpresa desde la dirección del Sol un asteroide como 2024 YR4 o mayor? "Es una posibilidad pero por favor, que no le quite el sueño porque es muy improbable. Podría ocurrir y acabará pasando en algún momento pero no será hoy ni mañana, así que explícitamente no quiero ser alarmista. Y por eso es muy importante tener ese observatorio espacial para poder tener una red de alerta diurna".
Volvamos entonces a la amenaza actual. ¿Cuál será el plan si se determina que 2024 YR4 va a chocar contra la Tierra en el año 2032, o se detecta con antelación otra roca que vaya a colisionar?
La buena noticia es que ya ha funcionado una vez una de las técnicas para desviar voluntariamente un asteroide. Ocurrió en septiembre de 2022, cuando la nave DART de la NASA se inmoló a gran velocidad contra el asteroide Dimorphos, de 160 metros, que no suponía un peligro y orbitaba otra roca mayor llamada Didymos, de 700 metros. La técnica usada se llama impacto cinético y consiste en lanzar un proyectil contra un asteroide (en ese caso, el proyectil fue la propia nave).
"DART fue un hito histórico", subraya Moissl. "Antes, estábamos bastante seguros de que entendíamos la tecnología, pero esta misión ha demostrado que, como humanidad, podemos influir en las órbitas de los satélites. Ha sido un cambio enorme. También es cierto que este asteroide se había observado mucho desde tierra, y no todos los asteroides son del mismo tamaño y forma. Así que si quieres entender en profundidad la física de lo que ha pasado necesitamos medir todo el sistema. Eso es lo que va a hacer nuestra misión Hera".
Se refiere a la nave europea que despegó el pasado octubre y que explorará en profundidad los cambios en el sistema binario Dimorphos-Dydimos tras lo que pueden considerarse las primeras prácticas de la humanidad para aprender a desviar un asteroide: "Hera va a estudiar cómo cambió su forma, cómo afectó al asteroide interior, la energía liberada... Todos estos datos retroalimentan nuestros modelos. Acabo de salir de una reunión sobre un modelo en el que estamos trabajando, y que podrá utilizar los datos de Hera para transferir los conocimientos que obtuvimos de la misión DART a otras configuraciones para hacer frente a asteroides con diferente tamaño o características. Será como disponer de una caja de herramientas que nos permita abordar diferentes retos", adelanta.
No es la única misión en marcha dentro del incipiente campo de la defensa planetaria que está haciendo realidad lo que hasta hace poco veíamos sólo en las películas. Aunque Apofis fue eliminado de la lista de riesgo, la ESA va a aprovechar su acercamiento a la Tierra del 13 de abril de 2029 para enviar una nave espacial llamada Ramsés que se está construyendo en tiempo récord, pues el proyecto se aprobó el año pasado: "Cuando tienes una amenaza por un asteroide, el tiempo es tu amigo. Si queremos estar seguros de que hacemos la desviación óptima, es muy bueno tener los modelos de Hera, pero es aún mejor si nos las arreglamos para ir a ese asteroide, estudiarlo, medir las propiedades, y luego diseñar un traje a medida, es decir, una misión adaptada. Así que la idea con la nave Ramsés es minimizar el tiempo y el esfuerzo financiero necesario para enviar esas misiones de reconocimiento que nos aporten una red de seguridad".
Cualquier plan de actuación, ya sea con 2024 YR4 o con otros asteroides, "dependerá del tiempo disponible, del tamaño del objeto y de la geometría de su órbita", explica cuando le preguntamos si sería posible enviar directamente una nave que desvíe su trayectoria sin que previamente otra sonda lo haya estudiado: "No hay una sola respuesta, pero poder desviar la trayectoria por impacto cinético es un gran paso adelante porque ya podemos hacer algo. Y cuando lleguemos al punto en el que podamos tener misiones de reconocimiento de muy bajo presupuesto y muy rápidas, habremos dado otro paso en el camino para construir gradualmente nuestras capacidades".
De hecho, dar un buen puñetazo al asteroide para cambiar su trayectoria tampoco es necesariamente la panacea, porque existe el riesgo de que el impacto controlado de una nave lo fragmente en varios trozos y empeore la situación, sobre si todo si no se conoce su composición. De ahí la importancia de detectarlos con la máxima antelación para planear mejor la misión de defensa planetaria posible.
Pero podría pasar que no hubiera mucho margen para reaccionar, así que le preguntamos cuánto tiempo como mínimo cree que necesitarían las agencias espaciales para construir una nave de urgencia que hiciera un impacto cinético. Y de nuevo, la respuesta es "depende": "Serían entre cuatro y cinco años, pero para los asteroides más grandes haría falta más de una nave, así que no es una respuesta definitiva. La respuesta siempre dependerá del tamaño y del tiempo del que dispongamos. Pero digamos que la referencia para construir una nave que haga un impacto cinético son cuatro años y medio, y nuestro objetivo es reducir ese plazo".
Dependiendo del tamaño de la roca, se podría optar no obstante por evacuar las regiones en peligro en lugar de intentar evitar la colisión: "Tenemos las herramientas para predecir las posibles zonas de impacto", afirma. De hecho, están aprendiendo a detectar asteroides pequeños y su trayectoria poco antes de que impacten: "Ya son 11 veces en la historia que hemos visto venir un asteroide con horas de antelación, todos ellos pequeños. El último fue el 3 de diciembre. Recibí la alarma en mi teléfono avisando de que un asteroide llegaba y enseguida supimos el camino que seguiría. Medía un metro o menos, no era nada peligroso, pero nos lo tomamos como un ejercicio".
El jefe de Defensa Planetaria europea cree asimismo que se está logrando que los gobiernos se vayan tomando en serio una amenaza no inmediata como la que suponen los asteroides. "Ahora es un buen momento para invertir en la creación de capacidades para el futuro", reclama.
Chelyabinsk no causó muertos, pero fue una poderosa llamada de atención sobre la capacidad de destrucción de estas rocas. Y 2024 YR4 puede serlo también incluso si, como esperan, se diluye la amenaza con futuros cálculos. "Hay conciencia del riesgo y esto es algo que me hace sentir bien porque significa que, como especie, existe la posibilidad de que cuando llegue una amenaza del exterior, nos unamos y hagamos algo al respecto".