Ucrania está sola. El contador de muertos se ha puesto en marcha y solo la resistencia de sus gentes determinará la duración de la agonía. Otra guerra más en suelo europeo. La tercera en tres décadas. Ucrania abofetea nuestra autocomplacencia, como ya lo hicieron antes la antigua Yugoslavia y Kosovo.
Cuando cubrí la guerra de Bosnia,los vivos, en su penuria, me afligían más que los muertos, tal vez porque me reconocía en ellos. En el Sarajevo sitiado, los jóvenes compartían las mismas lecturas, películas y música que yo, pero ellos no hacían planes de futuro. Cosiendo en su salita, Sonja me recordaba a mi abuela, solo que en la pared, el cemento repellado cubría el boquete provocado por un mortero. Y al frente defensivo del monte Trebevic llegaban a pie el cartero Zuna, el mecánico Popaj y Zdravko, violinista de la orquesta de la televisión bosnia, con las zapatillas deportivas cubiertas de barro, después de despedirse de sus hijos.
Me imagino escenas similares en Ucrania. Y la misma sensación de abandono que embargaba a la población bosnia, masacrada en las narices de la ONU. "Estamos solos en la defensa de nuestro país", lamenta el presidente Zelenski. Occidente ha vuelto a demostrar su inanidad. Nada frenó la anexión de Crimea, y Estados Unidos y la OTAN dejaron claro a Putin que no iban a intervenir tampoco ahora. Cinco meses llevan Washington y la Unión Europea discutiendo sanciones, sin acuerdo. En Alemania, una clase política ensimismada (y venal: Schroeder pasó de la Cancillería a trabajar para Putin) ha vendido a Rusia su independencia energética. Y el prudente Draghi no tiene tiempo de contestar la llamada de Zelenski.
La OTAN no quiere imponer una zona de exclusión aérea sobre Ucrania para los aviones rusos. Nadie ha roto relaciones con Moscú. El canal de televisión RT, instrumento de desinformación del Kremlin, emite sin problemas. Desde hace años, Europa se ha convertido en el lavadero de fortunas de la oligarquía putinesca. Ahora, el agente del KGB devenido en matrioska con bótox amenaza a Finlandia y Suecia.
Sí, sabemos que las democracias liberales siempre estarán menos preparadas para una guerra que las dictaduras. Pero si no tenemos la fuerza, al menos tengamos la inteligencia. Y eso pasa por revertir nuestra dependencia de Rusia y China. La pandemia, primero, y ahora esta crisis, muestran las consecuencias de haber dejado sectores estratégicos (energético, sanitario, tecnológico) en manos de quienes quieren destruirnos.
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