Los espectadores que seguían el partido del Betis contra el Real Madrid en la pantalla del Café Lina se percataron de la repentina presencia de hombres armados con ametralladoras que comenzaban a agruparse en las esquinas. En cuestión de minutos, más coches con refuerzos para los milicianos comenzaron a llegar hasta la Avenida Khodor, la principal ruta de Jaramana.
Una movilización que se vio acompañada del sonido de ráfagas de disparos en las inmediaciones del mismo control que la población del suburbio tiene que atravesar para dirigirse al centro de Damasco, sito a sólo tres kilómetros.
En cuestión de minutos, la efervescencia bélica se extendió por el distrito, donde residen más de un millón de personas, incluidos unos 150.000 drusos, a quienes pertenecían los milicianos presentes en las calles. Conocidos por su estrechos lazos tribales y su carácter combativo, la noticia del acoso que sufría el arrabal a manos de los agentes del Gobierno de Damasco generó el inmediato despliegue de todo tipo de personajes. Desde aquel que mostraba un flamante AK-47 plateado a los que marchaban con metralletas de la Segunda Guerra Mundial o simples pistolas. Lo mismo te podías topar con abuelos que con sus nietos pertrechados con toda suerte de parafernalia bélica, incluidos lanzacohetes.
La crisis había comenzado la jornada anterior, cuando un conocido miembro de Hayat Tahrir al Sham (HTS) -la formación que lidera el presidente sirio Ahmad al Sharaa- fue asesinado en este mismo enclave, en un suceso que desembocó en la expulsión de las fuerzas de policía afines a las nuevas autoridades.
La noticia del sangriento altercado desencadenó un cerco improvisado en torno a Jaramana. Decenas de paramilitares drusos se apostaron en los puestos que vigilan las entradas al barrio mientras que del otro lado se podía divisar a los uniformados del Gobierno sirio. Durante horas, ambos lados intercambiaron un nutrido fuego de ametralladoras que acabó provocando otro muerto y una decena de heridos. A intervalos, los habitantes podían ver las ráfagas de trazos rojos que surcaban el cielo.
Con cerca de un millón de miembros repartidos principalmente por la región de Sweida, el Golán, y Jaramana, la comunidad drusa de Siria se rige por sus propias normas, ancladas en la tradición, entre las que figura el absoluto liderazgo de sus líderes religiosos.
Por ello, la residencia de la máxima autoridad religiosa de Jaramana, el jeque Haitham Katibi -apodado Abu Ahed- era también una acumulación de hombres armados y dignatarios del lugar que intentaban frenar la súbita oleada de violencia.
"Jaramana es un ejemplo de coexistencia. Aquí hay drusos pero también suníes, cristianos... gente de todas las religiones. Los responsables del asesinato son un grupo de bandoleros como los que puedes encontrar en muchos barrios de Damasco. El problema es que las autoridades de Damasco no nos han dejado tiempo para arrestarlos. Han intentado invadir Jaramana y eso ha provocado los enfrentamientos", explicó Rabia Munder, un activista local que actúa como si fuera portavoz de Katibi.
La refriega de Jarama se solventó a las pocas horas por medio de la negociación, pero el incidente adquirió una dimensión internacional cuando el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, irrumpió en algo que no dejaba de ser un altercado local para amenazar a Damasco bajo el supuesto de defender a los que definió como "nuestros hermanos drusos".
"No permitiremos que el régimen terrorista y radical de Siria haga daño a los drusos", declaró el político israelí.
Casi de inmediato, Rabia Munder y el jeque Abu Ahed rechazaron ese ofrecimiento que, dijeron, "amenaza la paz local". Una posición que en días sucesivos se extendió a todo el liderazgo druso del país, incluido la figura más significativa de esta comunidad, el jeque Hekmat al Hajri, basado en Sweida, sito en el sur del país.
Miles de drusos, incluidos los residentes de Jaramana, se manifestaron en las jornadas subsiguientes con pancartas que decían "Israel, fuera de Siria" o "Somos sirios, no sectas".
La interferencia israelí en la nación árabe se inscribe en la agresiva política que ha mantenido Tel Aviv respecto a Damasco desde la caída de Bashar Asad, el pasado 8 de diciembre, cuando el ejército de ese país decidió violar el acuerdo de cese el fuego que firmó en 1974 y expandió la presencia de sus soldados en el territorio sirio.
Israel ocupa la mayor parte de los Altos del Golán sirios desde 1967 pero ahora ha decidido desplegarse en la llamada Zona desmilitarizada, una franja de 250 kilómetros cuadrados, en la zona sureña. El 24 de febrero, Netanyahu admitió públicamente que esta presencia se mantendrá de forma "indefinida" y además prohibió la presencia de tropas sirias en el sur del país, que incluye las provincias de Quneitra, Daraa y Sweida.
Desde la huida de Bashar Asad, la aviación israelí ha atacado cientos de veces las posiciones del antiguo ejército sirio, azuzando la inestabilidad de un país que quedó arrasado por la guerra civil, sumido en una brutal crisis económica y donde las nuevas autoridades apenas disponen de recursos para ejercer el control sobre la miríada de facciones armadas que dejó el conflicto.
Según fuentes estadounidenses citadas por Reuters, Tel Aviv está presionando a Estados Unidos para que le permita mantener a "Siria débil y descentralizada", y acepte que Rusia continúe teniendo bases en la nación árabe, con el fin último de contrarrestar la influencia de Turquía, un serio rival para Israel.
Son múltiples los analistas sirios o el conocido líder de la comunidad drusa libanesa, Walid Jumblat, que han acusado a Israel de querer promover el "caos" y una nueva guerra civil en Siria. "Quieren usar las sectas para fragmentar la región", manifestó Jumblat en una reciente rueda de prensa.
Dentro de esta escalada de tensión, el lunes por la noche un desconocido izó la bandera israelí en la ciudad de Sweida, en pleno corazón de la región drusa, lo que de inmediato propició la reacción de grupos locales que quemaron la enseña.
Copia de la Francia colonizadora
Para el director de la publicación libanesa Al Modon, Munir al Rabi, los israelíes están copiando literalmente el proyecto que aplicó Francia durante la colonización, que llevó a dividir Siria en "estados sectarios". En aquellos años, a principios de la década de los 20, París estableció hasta tres estados en los confines sirios, incluido uno druso y otro alauí. El proyecto francés acabó en una revuelta general liderada por el druso Pasha al Atrash.
El jefe de estado sirio, Al Sharaa, denunció el pasado martes durante una cumbre árabe "los continuos ataques militares israelíes" que dijo están destinados a "desestabilizar la región", aunque la capacidad de Damasco para reaccionar frente a estas violaciones de su soberanía son exiguas.
Mientras, la población sureña de Siria ha pasado de sufrir la represión del régimen de Asad y los estragos del conflicto fratricida, a la presión que tienen que soportar ahora por la continua presencia de los militares israelíes en la zona.
"Ni siquiera pudimos celebrar la caída del régimen. A las pocas horas ya teníamos a los israelíes destruyendo nuestras propiedades", asegura Ahmad Asad, que tuvo la poca fortuna de vivir en una casa en el extrarradio de Jubatha AlKhasab, en la provincia de Quneitra, donde los israelíes decidieron establecer una de las muchas bases que han construido en esta zona.
Las huellas que han dejado las incursiones israelíes son psicológicas -el mismo miedo que generaba el régimen de Asad- pero también son físicas. Los cientos de árboles talados junto a la vivienda de Ahmad, el corral que le desbarataron, el muro derruido de la sede de la gobernación de Quneitra en Medina Baaz o las aceras aplastadas por los blindados forman parte de estas segundas.
"¿Qué les han hecho los árboles? Aquí llegaron sin avisar. Con dos tanques y una excavadora. Se pusieron a romper todo, la carretera, los árboles. Me detuvieron poniéndome una ametralladora en la cabeza. Sólo puedo venir durante el día. Por la noche tengo que dormir en casa de mi familia", precisa Ahmad.
Después están las nuevas carreteras abiertas en las colinas cerca de Hadar, otras que han cortado con túmulos de tierra impidiendo el paso a los locales o los emplazamientos militares -"castillos", los llama el activista Odei Afan Jar- con los que se topa el visitante al recorrer el distrito y a los que ningún sirio se atreve a acercarse.
La expansión de las infraestructuras militares -que incluye un helipuerto- no parecen ser algo "temporal". De hecho, el pasado mes de enero, miembros de las fuerzas armadas israelíes citados por medios de ese país indicaron que Tel Aviv tiene la intención de añadir una franja de 15 kilómetros a los Altos del Golán ocupados y otros 60 kilómetros bajo su "esfera de influencia" -así lo denominaron- bajo "el control de los servicios de inteligencia" de su estado.
El 2 de enero, los israelíes se instalaron en las inmediaciones de la presa de Mantra, una de las principales reservas de agua del sur de Siria. Allí tenía Odei Afan Jar su restaurante, al que ahora no puede acceder. "Incluso si pudiese, nadie puede ir a la presa por la presencia de los soldados. Hay aldeas que no tienen que recibir ayuda humanitaria porque no pueden moverse libremente ya que están sometidos a toques de queda. La economía de la región, que ya era un desastre, ahora está al borde del colapso", precisa el joven.
Los vecinos de Ahmad Asad confirman este extremo. Al caer la noche, los residentes de Jubatha al Khasab se recluyen en sus casas por el temor a ser arrestados por las patrullas móviles israelíes. "Te detienen, te quitan el teléfono y te interrogan durante varias horas", narra uno de los habitantes.
Todos los afincados en Daraa y Quneitra consultados en este periplo coinciden en que si la ocupación israelí continúa, más pronto que tarde los uniformados se tendrán que enfrentar a la resistencia armada de la población local. El ejército israelí informó el 1 de febrero que sus soldados en el área fueron el objetivo de un tiroteo que no causó bajas, lo que se considera el primer incidente de este tipo.
Turbulenta historia
La familia de Dirar Bashir atesora una turbulenta relación con la ocupación israelí. Cuando tenía poco más de dos años, en 1967, sus padres fueron expulsados de su aldea natal, que como otras muchas decenas ubicadas en los Altos del Golán, fueron arrasadas hasta los cimientos por el ejército israelí para impedir su retorno.
"De los 550.000 habitantes de la provincia de Quneitra, al menos 130.000 son desplazados que vivían en las áreas ocupadas por Israel, como yo", observa.
Bashir ejerció como "gobernador" de la Quneitra controlada por los grupos opositores a Bashar Asad entre 2015 y 2018. Eso le convirtió en un objetivo del régimen. En el 2020 sufrió un atentado. Una bomba lapa reventó el coche en el que viajaba. El sirio se levanta las perneras del pantalón y muestra las profundas cicatrices que le dejó la metralla en las piernas. La explosión le arrancó varios dedos. Uno de los pedazos del coche, un amasijo de metal achicharrado, permanece en el jardín de su casa. "Es un recuerdo", dice.
"Estamos atrapados entre los seguidores del régimen e Israel. Vamos de mal a peor", añade.
El dignatario local insta al periodista a escribir letra a letra su siguiente expresión. Quiere dejar claro cómo ve el futuro de Quneitra ante la permanencia israelí.
"Somos gente de paz pero esta vez no ocurrirá como en 1967. Vamos a defender nuestras casas y si Israel sigue aquí, esto será un nuevo escenario de conflicto".
El ser humano parece condenado a repetir el mismo patrón de conducta esperando resultados diferentes. Cuando los israelíes invadieron el Líbano en 1982 para desalojar a los palestinos de Yasir Arafat, la población chií del sur del país les acogió con arroz y gritos de alegría. El resto de la historia es bien conocida.
El rechazo unánime de todos los consultados en Quneitra a la invasión israelí es el mismo que destilan activistas y personalidades locales en la ciudad de Daraa, a cuyos límites también han llegado los militares de Israel.
"Asad impidió ataques contra Israel"
Para veteranos de la lucha contra Israel como Khalaf Zarzur, que militó en la sección siria del Frente Popular para la Liberación de Palestina entre 1967 y 1976, y combatió contra los israelíes en el Golán en la guerra de 1973, las acciones de Tel Aviv y de sus dirigentes son un reflejo "del miedo que tiene al ver cómo han perdido a su perro guardián, Bashar Asad".
"Asad impidió siempre que se llevaran a cabo ataques contra Israel para apoyar a la resistencia palestina. Yo sufrí siete años de cárcel por eso", relata.
Los habitantes de Daraa han protagonizado múltiples manifestaciones en las últimas semanas exigiendo que Israel ponga fin a sus agresiones y se retire de los espacios ocupados. La mayor se produjo el 25 de febrero en la capital de la provincia.
"Israel sólo quiere destruir la unidad de Siria", comenta Hassan al Barada, un activista local que participó en la organización de la concentración citada.
"Nadie podrá evitar que se creen nuevos grupos de resistencia", le secunda Yusef al Nasri.
Eso fue exactamente lo que ocurrió en el Líbano. Israel derrotó a la OLP y un año más tarde descubrió a Hizbulá.
Al norte de la franja ocupada recientemente por Israel, la aldea drusa de Hadar no esconde su fidelidad al desaparecido régimen. Es quizás, la única villa que todavía mantiene la bandera que usó el clan Asad y los retratos de los muchos habitantes del pueblo que murieron luchando en el ejército de la dictadura. El pueblo perdió a 140 habitantes -entre militares y civiles- en esa contienda.
Desde los campos de olivos que cuida el jeque Jawdat Mahdi al Tawil se divisa imponente la montaña de Jabal Sheij, que marca la divisoria entre Siria y Líbano. Los israelíes mantenían un estratégico acuartelamiento en lo alto de uno de los picos, sito a pocos metros del que controlaba el ejército sirio. Ahora, ambos están en manos de los militares de Tel Aviv.
El jefe de filas local se encuentra recolectando aceitunas, lo cual no impide que exhiba un profundo conocimiento de la geoestrategia regional. Para Jawdat, "Siria se dirige hacia lo desconocido". "Estamos atrapados en la pugna que mantiene Israel y Turquía. Los dos están empeñados en exhibir músculo", dice.
Cuándo se le inquiere por el ofrecimiento de Netanyahu para defender a los drusos, Jawdat esboza una mueca de desaprobación.
Sus seguidores pasaron años peleando, aislados en este remoto enclave, contra las huestes de Jabhat al Nusra, la filial de Al Qaeda. Israel no hizo nada ni entonces ni cuando el Estado Islámico asaltó el bastión druso de Sweida en 2018 y dejó más de 200 muertos.
"¿Dónde estaba Israel entonces? ¿Sólo ahora es cuando le preocupan los drusos?, preguntaba horas antes Dirar Bashir en su domicilio de Medina Baaz.
"La política de Israel siempre es dividir a las sectas para facilitar su control", agrega Jawdat.