Las elecciones del pasado 23 de febrero en Alemania estuvieron marcadas por dos temas clave: economía e inmigración. Y existen buenas razones, tanto cíclicas como estructurales, para que los alemanes hayan prestado una atención muy especial a los temas económicos. También para que esto nos importe a nosotros: Alemania es la mayor economía de la UE, representando casi el 25% del PIB del bloque, y después de Francia, el segundo destino de las exportaciones españolas, con un saldo negativo en mercancías y positivo en servicios, gracias principalmente al turismo. Además, Alemania es uno de los principales inversores en España, con un 10,6% de la inversión extranjera total en 2023, lo que refleja la fuerte presencia de capital alemán en nuestra economía.
Desde el punto de vista cíclico, Alemania lleva encadenando dos años consecutivos de crecimiento económico negativo. Si medimos el crecimiento acumulado entre finales de 2019 y 2024, la economía alemana estuvo estancada, frente a un crecimiento medio de la zona euro en el entorno del 5% y del 11% en Estados Unidos para el mismo periodo. Y el año 2025 no se presenta mucho mejor, con previsiones de estancamiento tanto por el Bundesbank, como por el Gobierno. Esta complicada situación cíclica tiene una explicación doble. Por un lado, el fuerte aumento de los costes energéticos a raíz de la invasión rusa de Ucrania, que pasaron factura a la industria pesada alemana. Por otro lado, como forma de responder a la espiral inflacionista derivada en gran medida del shock energético, el BCE se vio en la obligación de aumentar tipos de interés para proteger la estabilidad de precios. Afortunadamente, estos dos elementos están ahora de retirada: los precios energéticos han caído con fuerza desde el pico vivido en 2022 y el BCE ha rebajado los tipos oficiales de interés en 125 puntos básicos desde junio de 2024.
Pero a pesar del alivio en forma de menores precios energéticos y caídas en los tipos de interés, la economía alemana enfrenta una serie de muy relevantes retos estructurales cuya resolución requerirá de gran impulso político en los próximos años. En primer lugar, aunque resulte duro decirlo, el modelo económico alemán está a punto de caducar, si no lo ha hecho ya. Este modelo se basa en una especialización relativa en la industria pesada, muy intensiva en consumo energético, cuyos productos se colocan en el exterior. La apuesta por lo analógico, es decir, por el hardware, por industrias como la química y mecánica, parece haberle salido mal a Alemania en este siglo XXI de digitalización y de software. Además, si bien los costes energéticos se han relajado desde los máximos de 2022, siguen estando por encima de los niveles previos a la invasión rusa y son de tres a cuatro veces mayores que en Estados Unidos. Por otro lado, la dependencia de mercados exteriores como el estadounidense y el chino para colocar sus productos está siendo un problema en estos tiempos geopolíticamente convulsos. El caso de China es especialmente paradigmático por dos razones. Primero, porque a pesar de presentar tasas de crecimiento económico entre el 4,5% y el 5%, la demanda interna china es débil y por tanto, con reducida capacidad de absorber productos del exterior. Segundo y más importante, China ha pasado a ser un competidor muy directo de Alemania. Por ejemplo, en 2024, China exportó el doble de vehículos que Alemania, representando el 16% de las exportaciones mundiales de vehículos eléctricos y el 7% de vehículos de motor de combustión interna.
En segundo lugar, Alemania no ha invertido lo suficiente en infraestructuras públicas. En 2023, Alemania fue el tercer país por la cola en la UE en términos de inversión pública sobre PIB, por debajo del 3%, con solo Portugal e Irlanda (con las dificultades que cualquier estadística sobre Irlanda conlleva) con menores tasas. Esto ha llevado a que las redes de telecomunicaciones, ferrocarriles y carreteras en Alemania no sean las mejores y ha generado a su vez un círculo vicioso negativo con respecto a la inversión privada, que se ha visto también deprimida. Todo esto está relacionado en gran medida con el denominado "freno de la deuda", una disposición introducida en la Constitución en 2009, más exigente que cualquier regla fiscal que haya existido en la UE, y que impide que el déficit estructural federal supere el 0,35% del PIB, salvo excepciones. Una de estas excepciones fue la pandemia Covid, que llevó a la suspensión del freno, pero las tensiones derivadas de su reactivación en 2024 conllevaron el colapso de la denominada coalición semáforo.
Por último, Alemania enfrenta graves problemas de exceso de burocracia, dado el carácter fuertemente descentralizado del país, y de envejecimiento poblacional. Según estimaciones de la Comisión Europea, la población en edad de trabajar en Alemania caerá más de un 6% de aquí a 2035, frente al 1,8% en España. Esto, junto con una evolución no muy halagüeña de la productividad, coloca el potencial de crecimiento del PIB de Alemania en el medio plazo por debajo del 1%.
¿Y cómo queda Alemania tras las elecciones? Hay algunos puntos positivos. Para empezar, democristianos (CDU-CSU) y socialdemócratas (SPD) suman mayoría absoluta, lo que hace presagiar que no será necesaria una coalición de tres partidos. CDU-CSU y SPD se conocen bien, ya que tres de los cuatro mandatos de Angela Merkel se produjeron en Gran Coalición con SPD. Para seguir, si CDU-CSU y SPD finalmente forman Gran Coalición, los Verdes quedarán en la oposición. Esto permitirá que haya un contrapeso claro en la oposición al partido de derecha radical AfD y reducirá las tensiones para llegar a acuerdos en el seno de la Gran Coalición. En efecto, las diferencias entre CDU-CSU y Verdes son tan grandes en cuestiones como la energía, el vehículo de combustión interna o las medidas fiscales de apoyo que una coalición a tres generaría el riesgo de re-editar un colapso como el de la anterior coalición semáforo.
Pero no todo son buenas noticias. A pesar de que CDU-CSU y SPD suman mayoría absoluta, la suma de estos dos partidos y los Verdes queda por debajo de los dos tercios de asientos en el Bundestag. Y para reformas como la constitucional, hace falta una mayoría de dos tercios, lo que otorgaría a los partidos de derecha e izquierda radical, AfD y die Linke, la minoría de bloqueo. Esto ha llevado que CDU-CSU, SPD y Verdes estén contemplando aprobar un fondo de defensa de 200.000 millones de euros antes de que el nuevo Bundestag tome posesión el próximo 24 de marzo. Por último, si bien CDU-CSU y SPD se conocen bien por haber gobernado en el pasado, la situación actual del país es en gran parte fruto de muchas de sus decisiones. No hay margen para más errores. Por el bien de Alemania, de España y de toda la UE.
*Judith Arnal es investigadora principal en CEPS y el Real Instituto Elcano.