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En las dos últimas semanas, Estados Unidos ha impuestos aranceles crecientes a China en una escalada bélica comercial nunca antes vista. Primero un 10%, luego otro tanto hasta el 20%. Un aguijón adicional del 34% que llevaba el acumulado a un impensable 54%. Al poco, otro 50% como represalia cuando China no se resignó y devolvió el golpe. De ahí al 125%, al 145% y sin que nadie descartara llegar mucho más lejos. Y sin embargo, toda la retórica de Donald Trump, que ha llevado a la semana más loca en los mercados en décadas, y que costó cientos de miles de millones a las empresas más vinculadas en su producción a Asia, tenía una letra pequeña.
Los teléfonos inteligentes, los ordenadores portátiles, los chips y otros productos electrónicos, el grueso de lo que EEUU le compra a China, estarán exentos de la peor parte de la avalancha arancelaria, después de que los cálculos más pesimistas indicaran que los iPhones, una religión en EEUU, podría ver como su precio se iba por encima de los 2.000 o 2.500 dólares. Se calcula que el 80% de los teléfonos de Apple que se comercializan en Estados Unidos se fabrican en China, mientras que el otro 20% se producen en la India, a pesar de los intentos de Apple orientados a diversificar su cadena de suministro.
La noticia no la ha dado el presidente, que el viernes por la tarde se fue a Florida a jugar al golf en su residencia, como todos los fines de semana. Se ha conocido simplemente por los detalles de una hoja informativa, una orientación de los servicios de aduaneros para facilitar lo procedimientos en frontera.
La guía, publicada el viernes por la noche por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EEUU, explica que los productos estarán sometidos a un arancel, el que estaba aplicado desde febrero, pero no al 145%. Eso vale también para la maquinaria especializada que se usa para fabricar semiconductores o transistores, que no pagará los recargos que habrían hecho inviable su comercialización. Un guiño al gigante de la fabricación de chips Taiwan Semiconductor Manufacturing Co (TSMC), que ha sufrido enormemente en la ultima semana en los mercados.
Tampoco los televisores de pantalla plana, las tablets y otras piezas, lo que beneficiará a empresas como Apple, que han anunciado de la mano del presidente inversiones de cientos de miles de millones en EEUU en los próximos años. Pero también a Samsung, HP, Dell i Microsoft, que fabrican buena parte sus productos electrónicos fuera de EEUU.
Aunque no fue claro, el presidente Trump dio una pista el día anterior a bordo del Air Force One con la prensa, cuando dijo al pool que lo sigue por todas partes que "podría haber un par de excepciones por razones obvias, pero yo diría que el 10% es un límite mínimo". El pasado jueves, hablando también con periodistas unas horas después de haber informado al mundo, y a la mayoría de su equipo económico, por un mensaje en sus redes sociales, de que daba marcha atrás parcialmente en su pulso comercial a todo el planeta, Trump ya había mostrado su disposición.
Pistas en la víspera
De sus palabras esa tarde quedó muy claro que había reculado por la presión de los mercados de deuda. Que había sido una reacción ante la emergencia, no un paso más del supuesto plan negociador maestro del que presumen sus portavoces y voceros. Pero sobre todo, que la puerta estaba abierta a que aquellos con más acceso a la Casa Blanca, los mejor posicionados y más hábiles lobistas, se beneficiaran de exenciones.
"Lo revisaré con el tiempo. Lo vamos a revisar", indicó Trump. "Hay algunas empresas para las que han sido difíciles; hay otras que, por la naturaleza de la empresa, se ven un poco más afectados, y los revisaremos". Cuando se le preguntó cómo determinaría qué empresas podrían recibir dicha exención, Trump respondió: "Instintivamente. Es más instinto que otra cosa (...) Hay que ser flexibles, y yo puedo hacerlo". Lo que no queda claro, si exime de los aranceles recíprocos a la alta tecnología, es qué clase de producción y empleos espera repatriar con sus decisiones proteccionistas.
Lo que Trump llama instinto y flexibilidad, los críticos lo llaman favoritismo, discriminación, incluso corrupción. Pura arbitrariedad en la mayor economía del planeta, que hace que los actores económicos no sepan qué esperar y que entiendan que la única forma de prosperar, e incluso sobrevivir, es tener acceso al presidente, su familia y su círculo más cercano. Al precio que sea.
La administración lleva semanas asegurando que los aranceles llevarán la producción de productos electrónicos a EEUU, poniendo muchos ejemplos de cuántos puestos de trabajo de alto nivel se crearían. Y que era inaceptable no fabricar semiconductores y depender de Taiwán o Corea del Sur. Pero la transición llevaría años, en el mejor de los casos, y el coste es gigantesco.
El secretario de Comercio, Howard Lutnick, dijo en esta misma semana el domingo pasado a CBS News que "grandes trabajadores estadounidenses" construirían y operarían nuevas fábricas nacionales y que habría un "ejército de millones y millones de seres humanos atornillando pequeños tornillos para fabricar iPhones, ese tipo de cosas llegarán a Estados Unidos", lo que provocó una avalancha de chistes y memes en Asia.
La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, insistó poco después Trump creía "totalmente" que los iPhones se pueden fabricar en Estados Unidos. Y el responsable de comercio exterior, Jameison Greeer, defendió lo mismo en el Congreso el jueves. ""El presidente ha sido claro en que no hará exenciones ni excepciones en el corto plazo", afirmó.
"El presidente Trump ha dejado claro que Estados Unidos no puede depender de China para la fabricación de tecnologías críticas como semiconductores, chips, teléfonos inteligentes y computadoras portátiles. Por eso, el presidente ha conseguido billones de dólares en inversiones estadounidenses de las empresas tecnológicas más grandes del mundo, como Apple, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company y Nvidia. Bajo la dirección del presidente, estas empresas se están esforzando por trasladar su producción a Estados Unidos lo antes posible, ha asegurado Leavitt.
Y ello a pesar de que el martes, en un acto del Comité Nacional Republicano del Congreso, Trump criticara abiertamente la decisión del gobierno de Biden de otorgar una subvención de 6.600 millones de dólares a TSMC para la producción de semiconductores en Phoenix. Trump afirmó que no le había dado ningún dinero a TSMC y le advirtió a la empresa: "Si no construyen su planta aquí, pagarán un impuesto muy alto: del 25%, quizá del 50%, quizá del 75%, quizá del 100%".