Manolo Preciado recuerda con especial cariño lo que dijo de él Luis Aragonés, al que, ya como futbolista, idealizó por ese dominio del lenguaje de la cubierta, hecho de sal, ron y acero, como el fútbol lejos de los clásicos, el fútbol real.

Si algo ha distinguido a este gran Barcelona, además de la calidad de sus jugadores y de un estilo de juego genuino y unívoco, ha sido la paciencia y la seguridad en sí mismo, claves para poder desarrollarlo.

El día después del clásico empezó en un parking. Una imagen tomada por el fotógrafo Pere Puntí, de El Mundo Deportivo, situaba a Mourinho, sonriente, apoyado en los vehículos aparcados en la zona reservada a los árbitros en el garaje del Camp Nou.

Imponente presentación del Madrid en el Camp Nou, con la defensa adelantada, con presión sobre la salida de la pelota del Barcelona, con combinación en un centro del campo trazado por Kaká y, sobre todo, Özil.

Una agresión como la Pepe a Messi merece ser sancionada, en mi opinión, con independencia de que el árbitro no la viera en el terreno de juego o no la reflejara en el acta.

Los pitos a Mourinho, cuando era jaleado por los Ultrasur, representan un punto de inflexión en la relación del entrenador con la afición del Madrid, hasta ahora mesiánica.

Tres partidos, dos fuera del Calderón, dos victorias y un empate, y ningún gol en contra.

La agresión con la que Pepe descubrió a la afición su 'otro yo' se produjo antes de la llegada de Mourinho al Madrid.

La comparecencia de Mourinho antes del clásico dejó verdades y amenazas frente a los periodistas.

Vamos a tener suficiente clásico, una sobredosis incluso en los próximos días, por lo que prefiero dedicar antes de eso unas líneas al eficaz trabajo realizado por el Mallorca contra el Madrid en un choque en el que fue evidente la buena mano de Joaquín Caparrós, un entrenador al que, en mi opinión, siempre se ha observado con prejuicios.