Decía Paul Ekman, psicólogo estadounidense pionero en el estudio de las emociones y su expresión facial, que cuando nos invade la ira descienden nuestras cejas, se encoge el párpado superior y se eleva el inferior. A menudo uno abre la boca e incluso se pueden observar los dientes apretados. El miedo se manifiesta porque elevamos y aproximamos las cejas y se nos abren los ojos y la boca como resultado de la elevación del párpado superior y el alargamiento de la comisura de los labios. Y cuando uno miente -explicaba Ekman-, su voz se vuelve más aguda, a veces de forma casi imperceptible. Las pausas son más frecuentes, usamos más interjecciones, más repeticiones. Sonreímos. Quizás cambiamos el ritmo del parpadeo.
¿Cuántas veces parpadeó José Bretón durante los interrogatorios a los que fue sometido por la Policía tras asesinar a sus dos hijos? ¿Qué decían las cejas de Miguel Carcaño cuando le preguntaban por el paradero del cuerpo de Marta del Castillo? ¿Qué significaba aquel sudor en la punta de la nariz del violador de Ciudad Lineal?
Al otro lado de cada gesto estuvo durante más de una década Juan Enrique Soto (Dieburg, Alemania, 58 años), un psicólogo de formación que huyó del "apasionante" mundo de los test psicotécnicos del carné de conducir para convertirse en un mindhunter, un cazador de mentes criminales al frente de la SAC, la Sección de Análisis de Conducta de la Policía Nacional. "A mí jamás se me había pasado por la cabeza ser policía. Al revés... Yo vengo de Vallecas. Allí los policías eran los malos", bromea. "Pero había que encontrar trabajo y el dueño de una de las clínicas me lo dijo: 'En la Policía puedes ser psicólogo para toda la vida'. Y yo lo que quería ser era psicólogo, lo tenía clarísimo".
- Al final acabó siendo las dos cosas...
- Yo me siento más psicólogo, sin duda. Pero es cierto que la profesión de policía te engancha. El reto que supone el desentrañar problemas, resolver enigmas y acertijos, descubrir a gente que no quiere ser descubierta, resarcir a las víctimas... Puede parecer un cliché, incluso algo paternal, pero cuando vas patrullando, sobre todo por la noche, en silencio, cuando ves las luces de la ciudad apagadas, sabes que estás protegiendo a la gente y eso es una sensación muy agradable. A mí eso me enganchó, pese a que nunca tuve vocación. Soy muy consciente, suene a lo que suene, de que nunca he sido un policía al uso.
- ¿Y qué tipo de policía es usted?
- Uno de análisis. Ese ha sido el sitio en el que más cómodo y más productivo me he sentido. Resolviendo retos intelectuales. Se trata, a partir de una serie desordenada de datos, a veces caóticos, de encontrar un orden y establecer vías de investigación. Ese ha sido mi trabajo.
El primer servicio de incidencias de Juan Enrique Soto, sin embargo, no fue tan misterioso. Su primer encargo fue tomar declaración en la cama de un hospital de Las Palmas a la modelo Naomi Campbell, intoxicada por una sobredosis de alcohol y benzodiacepinas tras una noche de fiesta con el bailaor Joaquín Cortés. Tras pasar por Homicidios, fue a la División de Formación de la Policía, pasó por Fuenlabrada y puso en marcha la SAC, que dirigió de 2010 a 2020, un departamento adscrito a la Unidad Central de Inteligencia Criminal de la Policía Judicial especializado en la investigación del delito mediante técnicas de psicología. Hoy, en segunda actividad de la Policía, ejerce como profesor en la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR), donde coordina el Máster de Investigación Criminal. Su trayectoria la cuenta ahora en el libro Vivir en el asombro. Memorias de un psicólogo criminalista (editorial Tecnos).
- ¿Qué debe tener un buen cazador de mentes?
- Sobre todo la capacidad mental para relacionar conceptos, apartando lo superfluo de lo relevante. Eso es lo más difícil y sólo se aprende de la vida misma. No se trata sólo de mirar, sino de observar. Observar sin miedo. Parece una tontería, pero llega un momento en el que estás atento a todo sin querer estarlo. Tienes que chequear, escanear absolutamente todo lo que estás viendo, preguntándote qué estoy viendo en todo momento. Mi lema siempre es el mismo: usted no supo dónde mirar y por eso se le pasó por alto lo importante.
- ¿Qué vio cuando miró por primera vez a José Bretón?
- Fue nuestra primera investigación pura y dura y partíamos de las grabaciones de sus interrogatorios. Fue un horror porque estaban tomados con una cámara muy alta, muy lejos. No se veía ningún detalle. Vimos esos interrogatorios una y otra vez. Unos segundos pueden ser horas de análisis. Fotograma a fotograma. Con sonido, sin sonido, a distintas velocidades... Lo fundamental de Bretón es que ya podían pasar los minutos que nunca le cambiaba el gesto, no cambiaba la postura. No pestañeaba. Era una estatua de cera. Cualquier gesto era alucinante para nosotros y tirábamos del hilo intentando llegar a algún sitio. Su caso fue especialmente complicado porque tenía un punto de crueldad más allá de lo comprensible. ¡Estaban haciendo la inspección en el lugar del crimen y el tío quería poner unas sevillanas para amenizar! Era la leche.
Dice Soto en su libro: "La mayoría de las personas huye, por puro instinto de supervivencia, del dolor de los demás: los policías se acercan a él, tanto que lo palpan, literal y crudamente".
- ¿Se acostumbra uno al dolor ajeno?
- Te acostumbras a tratar con él, pero no deja de afectarte. Además, en el análisis, tienes que entrar tan dentro de lo que ha ocurrido, tan dentro de las personas, que te bebes su sufrimiento. Forma parte de nuestro trabajo porque es una herramienta esencial para saber realmente qué pasó. Incorporas ese sufrimiento, lo padeces y luego lo tienes que soltar por algún sitio. En Homicidios nos llamaban losguarros porque no podíamos hacer chistes más negros. Era nuestra válvula de escape.
- ¿Usted ha pasado miedo en su trabajo?
- Sí, pero por un accidente. Me manché de sangre de un cadáver con VIH. No hacía falta ser médico para saber qué le había pasado. Y me manché. Esa sensación de mirarme la mano, esa imagen en el dedo... Ver la mancha de sangre. Aún me cuesta describirlo, pero fue la sensación más pura de lo que es sentir realmente el miedo.
- ¿Cómo se lidia con el estrés y la urgencia de resolver un caso?
- Intentamos trabajar con calma porque es peor equivocarte que tomarte un minuto más. Pero obviamente hay urgencias. Recuerdo un caso, creo que era en Gijón, en el que un atracador asaltaba cada dos o tres días a una anciana distinta y para robarles dos zarcillos las enviaba al hospital. La urgencia era máxima. Hicimos un perfil a contrarreloj y al final salió bien.
- ¿Usted cree haber conocido el mal en estado puro?
- La gente hace cosas muy malas y a veces las hace por hacer daño. Pero el mal es un concepto demasiado abstracto. No creo que tenga una entidad real, pero sí creo que forma parte de nosotros.
- ¿Somos malos por naturaleza?
- No, no. Eso lo tengo clarísimo. Aunque sólo sea por una cuestión estadística: cada minuto hay más comportamientos buenos que malos. El problema es que el mal es extraordinario, es llamativo y es más brillante, capta la atención. El mal es excéntrico, mientras que el bien es aburrido. Cuando alguien, además, hace algo especialmente cruel, algo especialmente doloroso, nos asalta y nos confunde y creemos que eso es lo normal.
- ¿Es posible entender el mal?
- La causa del mal siempre es una decisión. A veces puede ser más o menos consciente, puede haber un plan o ser más espontáneo, pero hacer el mal siempre es una decisión. Salvo cuestiones psicopatológicas muy concretas, que son la excepción de las excepciones, lo normal es que uno decida ser malo. Si se dan determinadas circunstancias, cualquiera seríamos capaces de hacer casi cualquier cosa.
- ¿Se puede llegar a empatizar con un asesino?
- No, para nada. Lo que sí puedes es entender al asesino, tratar de comprender por qué lo ha hecho.
- ¿Y puede pensar como él?
- La idea es llegar a hacerlo. Sobre todo si es un asesino en serie. Tienes que anticiparte y eso implica ponerte en sus zapatos. Si yo fuera él, ¿cuándo y dónde atacaría otra vez? Si encuentras un buen patrón, funciona.
- ¿Y existe un patrón común?
- No. Ese es otro sesgo que nos encontramos los analistas. Intentamos encontrar explicaciones racionales a las cosas, conexiones lógicas, pero no siempre es así. A veces un criminal se comporta de determinada forma sólo por superstición, y contra eso no hay análisis que valga. Cuando entra el azar, todo es más complicado.
"No puedes empatizar con un asesino, pero sí puedes entenderlo, tienes que intentar llegar a pensar como él"
El 24 de septiembre de 2013, un tipo abordó a una niña de cinco años en un parque infantil en la calle Rioconejos de Madrid. La metió en su coche y tras abusar sexualmente de ella la liberó cerca de una gasolinera. Otras tres menores fueron asaltadas semanas después por quien se conoció en los medios como "el violador de Ciudad Lineal". Casi un año después de la primera agresión, el pederasta fue identificado por primera vez a la salida del gimnasio. El papel de la SAC de Juan Enrique Soto fue fundamental. Para entonces, el psicólogo criminalista ya había ideado el método VERA, una pauta para elaborar perfiles psicológicos de agresores desconocidos que ya han importado Policías de otros países. Toda la información de un delito se puede agrupar en los datos sobre la víctima (V), la escena (E), la reconstrucción (R) de los hechos y el autor (A).
"El de Ciudad Lineal fue el primer caso en el que supe que teníamos que entrar sí o sí, pese a que fuimos un grano en el culo para la investigación", cuenta ahora Soto. "Teníamos mucha información, pero el violador seguía siendo desconocido. Una de las niñas nos contó que mientras la estaba agrediendo, el tipo sudaba mucho, que era un cachas y que le goteaba sudor por la nariz cuando estaba encima de ella. Así que analizamos cuánto tiempo tarda un mazas en dejar de sudar al salir del gimnasio incluso después de haberse duchado y vimos que el intervalo era de 15 a 45 minutos. Mirando los puntos donde se habían producido las agresiones, establecimos un área alrededor y buscamos gimnasios en su interior. Había dos y nuestro perfil encajaba especialmente en uno de esos gimnasios. En la puerta le identificamos por primera vez".
- ¿Existe el crimen perfecto?
- No. Existe la investigación imperfecta. Todos los crímenes son susceptibles de ser descubiertos. Todos. Pero para hacerlo, la investigación tiene que ser impecable desde el minuto uno hasta el último.
- ¿Cuál ha sido su mayor decepción?
- Me duele especialmente no haber ayudado a esclarecer el triple homicidio de Burgos (el asesinato a puñaladas de un matrimonio y su hijo de 12 años), que sigue sin resolverse 20 años después. Y fue muy doloroso para mí el caso de Marta del Castillo. Una decepción personal. Haber estado durante 10 años ideando cualquier cosa con tal de encontrar el cuerpo de la niña y no haberlo conseguido es algo que me llevo para siempre.
En el caso de Marta del Castillo, la unidad de Juan Enrique Soto exprimió todas las técnicas posibles. Interrogó a los sospechosos, le aplicó a Miguel Carcaño, principal acusado del asesinato, una prueba clínica llamada P300 y conocida popularmente como la prueba de la verdad para analizar las señales eléctricas de su cerebro ante diferentes estímulos y hasta utilizó la hipnosis para intentar localizar el cuerpo de la víctima. Nada sirvió para encontrarla. "Mi convencimiento hoy es que Carcaño dijo todo lo que sabía", cuenta el policía. "Pero aun así, donde él dijo que estaba el cuerpo ya no está. A partir de ahí que se entienda lo que se quiera entender... Yo creo que Carcaño, como fuente de información, está absolutamente explotada".
- ¿Le sigue dando vueltas al caso hoy en día?
- Creo que mentalmente lo he hecho bien y siempre he sido capaz de compartimentar. Pero aún hay veces, no sabría decirte con qué caso, que estás haciendo algo absolutamente trivial y de repente... ¡pum! Encuentras una conexión o te surge una idea de otro caso.
- ¿Sigue resolviendo crímenes desde el sofá de casa?
- Sí. A veces veo algo en las noticias y me digo: ostras, aquí me gustaría participar, pero... mi sitio ya es otro.
- ¿Y aplica todo lo que aprendió en la Policía en su vida diaria? ¿Podría su mujer serle infiel sin que usted se enterase?
- Sí, sin duda ninguna... Perfectamente.
Vivir en el asombro. Memorias de un psicólogo criminalista
Editorial Tecnos. 176 páginas. 15,50 euros. Puede comprarlo aquí