Mohamed VI se ha adelantado al mismísimo Pedro Sánchez y parece que ya ha comenzado a celebrar su particular Año de Franco. Lo de ejercer sus funciones, al rey de Marruecos, como es bien sabido, le gusta entre poco y nada, que para eso se puede permitir el todopoderoso soberano entregarse al interminable dolce far niente en sus palacios parisinos o en sus fincas de recreo de Gabón. Pero lo de conmemorar sí da gustirrinín y a don Mohamed se le debe de caer la baba con los recuerdos de 1975 y las boqueadas del dictador español.
A fin de cuentas, si en Moncloa han decidido que este 2025 lo dediquemos a ensalzar todo lo que pasó entonces, en Rabat sobran motivos para lanzar cohetes y serpentinas, dado que la siempre puñetera relación bilateral con Madrid está en buena medida condicionada por aquellos lodos. Es lo que tiene agitar la memoria; no cabe el autoengaño y quedarse sólo con los recuerdos que nos satisfacen. Así que refrescaremos, o nos refrescarán desde la Corte alauí, la Marcha Verde y cómo desde entonces los españolitos hemos dejado a su suerte a los saharauis, hasta la traición definitiva consumada hace casi tres años por nuestro presidente del Gobierno, cuando aquel volantazo en política exterior -y de Estado- por el que se le entregó a don Mohamed en bandeja de plata la marroquinidad del disputado territorio.
Sigue siendo una incógnita qué llevó a Sánchez a semejante bajada de pantalones ante el reyezuelo de Rabat. Lo de que cedió por su creciente chantaje con el grifo del flujo migratorio sólo puede explicar en parte el vergonzoso episodio. Desde Moncloa se subrayó también que ya nos íbamos a hacer amiguitos del alma del vecino del sur y que en Ceuta y Melilla todo iba a ser paz y felicidad. Ay, qué ilusos. Las mismas declaraciones de Vivas e Imbroda de aquellos días abochornan hoy un poquito. La realidad es que, de lo que sea que se negociara respecto a las dos ciudades autónomas, casi todo sigue siendo papel mojado, y ahora estrenamos el año con lo que parece otra genuflexión del Gobierno de España ante la última broma pesada de don Mohamed, la de abrir las aduanas a su gusto personalísimo, a modo casi de apertura de paso comercial hiperlimitado en las antípodas de lo que es una aduana internacional, un gesto que habría hecho montar en cólera a empresarios y trabajadores de las ciudades afectadas y que, en palabras del presidente de Melilla a este diario, supone una grave "pérdida de soberanía política y económica" de España.
Parece que don Mohamed, a quien no le gana nadie en paciencia -él se sienta a esperar ver pasar el cadáver de sus enemigos-, ha impuesto condiciones basadas en acuerdos de tiempos de Franco, que a este paso nos resucita. Y el autoritario monarca, cada vez más crecido, no se anda con disimulos en sus apetencias sobre las que tacha de ciudades ocupadas. En 1975 dejamos en la estacada a los saharauis, y medio siglo después les seguimos diciendo a ceutíes y melillenses que son españoles, pero poco, y si acaso... Baste recordar que los Reyes de España no pueden pisar las dos plazas norteafricanas. Así que nos seguimos preguntando si le hemos entregado el Sáhara a don Mohamed a cambio de algo o de nada.