MADRID
Fundadora de la AVT

Historia y homenaje a la pionera en defender a las víctimas de ETA: de aquel '¡viva España!' junto al féretro de su marido a la mudanza a Madrid para que sus hijas no crecieran "en el odio"

El Ayuntamiento de la capital inaugura una estatua para ensalzar la figura de Ana María Vidal-Abarca, luchadora contra el olvido y martirio de los destrozados por la banda terrorista

El alcalde de Madrid y Ana Velasco, la hija de Ana María Vidal-Abarca, descubren ayer el busto esculpido por Víctor Ochoa. AYUNTAMIENTO DE MADRID
El alcalde de Madrid y Ana Velasco, la hija de Ana María Vidal-Abarca, descubren ayer el busto esculpido por Víctor Ochoa. AYUNTAMIENTO DE MADRIDAYUNTAMIENTO DE MADRID
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Las crónicas la recuerdan como una viuda joven y elegante atravesando las calles de Vitoria, abriéndose paso bajo los copos de nieve, tras el féretro de su esposo, Jesús Velasco Zuazola, comandante de caballería y jefe de Miñones de Álava, recién asesinado por ETA.

Con la boina roja de su marido en el regazo, seguida por sus cuatro hijas, iba viendo cómo la gente de la capital vasca iba metiéndose en los bares y cerrando las puertas a su paso por puro miedo a la organización terrorista, por cobardía.

Las crónicas señalan que una vez llegó la comitiva al cementerio, cuando los compañeros de Jesús Velasco dejaron en el suelo el ataúd que habían portado a hombros por petición de su viuda (en contra del criterio de las autoridades nacionalistas que trataron de impedirlo hasta el último momento), ella gritó un "¡viva España!" que sólo pudo ser respondido por quienes lograron liberarse de la emoción que atenazaba sus gargantas. Era el 10 de enero de 1979.

Aquel episodio es extremadamente indicativo de la fortaleza y la valentía que Ana María Vidal-Abarca demostraría tener a lo largo de toda su existencia en todos los aspectos de su vida y que han merecido el reconocimiento de la ciudad de Madrid con la inauguración ayer de un busto en la puerta del Niño Jesús del Retiro, en el barrio de la ciudad donde acabó fijando su hogar.

La primera vez que esta redactora asistió a una rueda de prensa de Ana María Vidal-Abarca, la presidenta entonces de la Asociación Víctimas del Terrorismo, ya a principios de los 90, todavía pesaba entre los representantes de la mayor parte de los medios un ninguneo palpable hacia los asesinados por ETA y sus familiares. Los gobernantes habían mostrado hasta ese momento más interés en reunirse con los etarras y con los representantes de su brazo político para negociar; más interés en sacar etarras de prisión antes de tiempo que en dedicar un solo segundo a los familiares de militares, policías y guardias civiles, mayoritariamente, que habían sido asesinados por ETA.

Sin ir más lejos, la iniciativa de Ana María Vidal-Abarca, Sonsoles Álvarez de Toledo e Isabel O'Shea de poner una cuenta y un apartado de correos para que, sobre todo, las viudas jóvenes se dirigieran a ellas fue recibida por el ministro del que dependía su registro, Juan José Rosón, el titular de Interior, con un comentario brutal: «En el terrorismo, lo que menos importa son los muertos». No sería el único que las trataría con desprecio. Hubo políticos que las llamaron «locas» y «chifladas radicales». Y curas que se negaron, incluso en la capital de España, a oficiar las misas que les pedían por los asesinados.

Ana María Vidal-Abarca levanta el puño en un homenaje en la Diputación de Álava en 2012.
Ana María Vidal-Abarca levanta el puño en un homenaje en la Diputación de Álava en 2012.JUSTY GARCIA

A las alturas de aquella rueda de prensa, ya hacía más de una década que las tres habían sustanciado la idea de «hacer algo» que la primera había concebido fugazmente ante el féretro de su marido. Ana María, que asistía con frecuencia a los entierros de los asesinados por ETA antes de que su marido lo fuera, recordaba el caso de un guardia civil que dejó viuda a una joven de 20 años con una niña de dos, cuyo cadáver fue trasladado de madrugada en una ambulancia a su pueblo en Andalucía, después de que en el entierro sólo hubiese cuatro personas.

Pelea por más ayudas

Y la visión de aquella viuda destrozada que había esperado durante tres días sentada en la escalera a su marido asesinado pensando que todavía iba a volver. Y el hecho de que, para recomponerse, las víctimas más afortunadas apenas contasen con 500 euros al año por una ley «clamorosamente injusta». Vidal-Abarca recorrió los pueblos de media España interesándose por la situación de los destrozados por ETA y, junto a sus compañeras, erigió una obra monumental de compasión y justicia que salvó a la sociedad española de la indecencia. E introdujo un argumento fundamental para el desarrollo de la Democracia y de la Memoria en nuestro país cuando defendió sin descanso que las víctimas no eran el verdadero objetivo de los terroristas sino que el objetivo era el Estado y que el Estado tenía una deuda con los héroes que habían dado la vida por defenderlo.

Tras las preguntas de aquella rueda de prensa, le comenté algo relacionado con lo inexplicable del trato a las víctimas que, además y a pesar de todo, no habían pensado en la venganza. Me miró sorprendida, cómo si mi reflexión fuese una gran tontería. La segunda cosa que había decidido en el mismo funeral de su marido fue que se iba a ir a Madrid a vivir para que sus hijas no creciesen entre el odio y para emprender una resistencia pacífica. «Ganas siempre cuando eres buena persona, ganas cuando procuras no hacer daño a nadie, ganas cuando defiendes la vida y la libertad», dijo en alguna ocasión. Y nunca se rindió.

Cuando ETA se vio obligada a dejar de matar, Vidal-Abarca confirmó que se quería quedar en Madrid. «Aprecio demasiado la libertad», fue su reflexión. Desde ayer, los ciudadanos tienen la suerte de poder visitarla en ese lugar, el de la libertad, por el que tanto luchó.