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«En 1983 mi padre me llevó a visitar una exposición sobre el futuro de la vivienda en una ciudad de nueva construcción llamada Milton Keynes, en Reino Unido», recuerda el arquitecto Thomas Heatherwick (Londres, 1970). «Estuvimos caminando un buen rato por un campo sobre el suelo mojado, visitando casas futuristas diseñadas de manera original. Había desperdigadas seis o siete en total. Una de ellas tenía forma de pirámide y captaba la luz del sol para ser eficiente, pero también era un hogar. Todas las viviendas eran muy diferentes y ambiciosas».
El padre de Heatherwick no imaginaba entonces que ese paseo con su hijo de 13 años sería la semilla que años después levantaría edificios como el impresionante pabellón británico de la Exposición Universal de 2010 (llamado la Catedral de las Semillas) o el original pebetero deconstruido de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
«Regresé veinte años después a Milton Keynes aprovechando que tenía un proyecto cerca», continúa Heatherwick, «y me dije: '¿qué será de esas casas?' Así que fui a buscarlas y encontré la calle, en la que aún seguía lo que parecía ser la casa-pirámide, pero estaba rodeada de viviendas convencionales y diseñadas con poca ambición. En ese momento tomé conciencia del inmenso problema que existe en la arquitectura contemporánea».
Aburrida. Esa es la palabra que más usa el arquitecto para delimitar ese problema. No suena terrible, pero lo es. Según el arquitecto, el impacto de la mediocridad estética que los edificios aburridos perfilan en el espacio público es evidente para el ojo, pero además la ciencia está demostrando sus efectos en el cerebro humano. Para despertar la conciencia sobre esta situación y galvanizar a la industria de la arquitectura propiciando un cambio de dirección, Heatherwick ha lanzado una campaña mundial llamada Humanise.
«Vivimos una catástrofe desde hace más de 80 años», asegura el británico. «No me estoy refiriendo a si los edificios por dentro están bien diseñados, si tienen baños o cocina, sino si el exterior es generoso con la sociedad. Cuando hablas con cualquier persona fuera de la industria arquitectónica usan constantemente términos como anodino o estéril para definir los edificios que nos rodean. Así que empecé a interesarme por este tema más allá de mi trabajo personal. Los ciudadanos se sienten impotentes ante lo que sucede en el espacio público. Simplemente, la arquitectura se desarrolla sin que ellos puedan hacer algo al respecto. Hay que abrir una conversación de forma urgente», considera el arquitecto.
Esta misma semana Thomas Heatherwick organiza el tercer simposio de Humanise, en el que participan arquitectos, urbanistas y también neurocientíficos. «Hay una evidente respuesta fisiológica a los edificios planos, severos o de cristal que nos rodean. Más allá de la opinión subjetiva de alguien que tenga conocimientos de arquitectura, los datos científicos evidencian la respuesta del cerebro frente a los edificios aburridos. El nivel de estrés y cortisol aumentan y esto tiene implicaciones en la salud».
La neuroarquitectura es una novedosa rama de la neuroestética que estudia el impacto que las formas y volúmenes generan a nivel fisiológico en los seres humanos. En sus investigaciones para la Universidad de Cambridge, Cleo Valentine analiza cómo los entornos construidos son procesados en el cerebro y la manera en que esa información se mueve a través del sistema inmune, creando respuestas de estrés en el cuerpo. Más allá de la experiencia subjetiva y cultural de cada individuo respecto a una misma forma o estructura, es posible analizar los datos del sistema basal para obtener información objetiva sobre la reacción del cuerpo y el cerebro a las construcciones humanas.
«Alguien puede decir, 'Me gusta esto o lo otro', y sin embargo yo puedo ver al mismo tiempo una respuesta hemodinámica en el córtex visual del individuo, lo que significa que esa región del cerebro está trabajando con mucha dificultad para tratar de procesar la visión», explica Valentine por videoconferencia. «Y la razón por la que está trabajando con tanto esfuerzo es que esa imagen se desvía matemáticamente de las formas orgánicas naturales, no tiene relación alguna con nuestro procesamiento cognitivo. Como especie, nuestro córtex no ha evolucionado para poder comprender fácilmente determinados patrones visuales artificiales y eso crea una tensión inherente».
Según Valentine, para quien el diseño arquitectónico y urbanístico tiene connotaciones vinculadas a la bioética por su impacto en el bienestar humano, la solución para que nuestro cerebro descanse es sencilla: construir siguiendo formas o geometrías biomórficas y biofílicas. Es decir, formas bulbosas, curvas o patrones fractales que replicuen las que existen en la naturaleza. En este sentido, aunque Heatherwick insiste en separar la campaña Humanise de su trayectoria profesional, es inevitable observar cómo su obra predica con el ejemplo.
1.000 Trees (Shanghai, 2021) es un complejo residencial que tiene forma de montaña y se eleva sobre 800 columnas estructurales que terminan en un árbol cada una. En la ciudad china de Xian, donde se encuentran los famosos guerreros de terracota, ha construido un distrito de 155.000 metros cuadrados que incluye zonas comerciales, culturales y de oficinas donde los espacios verdes se conjugan con estructuras cuyas formas derivan libremente de la naturaleza. Gestos sinuosos que transmiten suavidad en la mirada y calma en el estado de ánimo.
«Simplemente tomo prestada la complejidad de la naturaleza», asegura Heatherwick. «Mientras en el pasado podían integrarse relieves o elementos de piedra muy elaborados en los edificios, hoy en día esto es impensable por su elevado coste económico. Lo que sí puedo hacer es usar la naturaleza para crear algo que evoluciona a lo largo de las estaciones, algo que además disminuye la dureza de los edificios».
Al margen de excepciones como la que representa Heatherwick, la arquitectura contemporánea sigue siendo heredera del salto espectacular que supuso el llamado racionalismo arquitectónico y la escuela Bauhaus en los años 2o del siglo pasado. Los volúmenes rectos de Walter Gropius, Frank Lloyd-Wrigt, Mies Van Der Rohe o el arquitecto constructivista Robert Mallet-Stevens se han perpetuado en el tiempo, pero degenerando en un estilo minimalista que brilla por su carencia de ambición. Una simplicidad del esfuerzo creativo que tiene más que ver con el interés ganancial de los promotores inmobiliarios y las estrictas reglamentaciones administrativas que con la nobleza artística de las formas simples.
«La arquitectura de los años 20 nació como una forma de esperanza, pero se ha convertido en una arquitectura muy pesimista, sin estilo y sin corazón. Aún seguimos usando planteamientos del racionalismo arquitectónico», asume Heatherwick, «pero no hay nada más irracional que el racionalismo a gran escala. Lo racional es tener en cuenta los sentimientos y las emociones de las personas. Los seres humanos somos seres emocionales y racionales, pero tenemos una industria arquitectónica que sólo piensa en sí misma y no en servir a los ciudadanos. Hemos de servir a los millones de personas que viven en las ciudades».
Internet ha facilitado que los individuos puedan expresar su opinión sobre los asuntos que les interesan o comprometen como nunca antes había sucedido. Siendo estudiante de arquitectura en la Universidad Politécnica de Milán, a Bianca Felicori se le ocurrió formar un grupo de Facebook en el que cualquier persona pudiera compartir aquellos proyectos arquitectónicos que les resultaran relevantes. Y, a ser posible, poco conocidos.
«Estaba leyendo una entrevista de Ettore Sottsass -el revolucionario arquitecto y diseñador italiano- en la que se preguntaba cómo podemos encontrar una forma de comunicarnos entre todos e iniciar una discusión colectiva; si debíamos buscar un lugar en otra dimensión para hacerlo», recuerda la arquitecta e investigadora desde París. «En ese momento se me ocurrió crear una plataforma donde la gente pudiera interaccionar, comentar y compartir información».
El grupo se llamó Forgotten Architecture -arquitectura olvidada- y sigue abierto en Instagram. El año pasado, una selección de aquellos proyectos compartidos se convirtió en un libro ilustrado editado en Italia por Nero. Si nos guiamos por la selección de obras que contiene y el gusto que estas pueden reflejar de los participantes de aquel grupo, no hay ni rastro de las construcciones estériles o aburridas, en palabras de Heatherwick, que abundan en nuestras ciudades.
«La conclusión principal que he extraído de Forgotten Architecture es que la parte más apreciada y olvidada de la historia es precisamente la arquitectura que nació después de la Segunda Guerra Mundial, y que además fue la más alegre. En ese momento, los arquitectos rechazan la idea del modernismo de los años 20 e intentan encontrar un nuevo modo de conceptualizar la arquitectura», afirma Pelicori. Surgen entonces movimientos como el nuevo brutalismo, la arquitectura radical italiana o el organicismo, con diseñadores como Archigram y Superstudio. Iniciativas con principios estéticos de gran originalidad y una ambición teórica de alcance humanista que no se convirtieron en la norma.
El urbanismo también se benefició de aquella revolución. «Era un momento en el que las ciudades crecieron mucho y por eso se reflexionó tanto sobre las maneras de intervenir en ellas», asegura Javier Monclús, catedrático de Urbanismo en la Universidad de Zaragoza. ¿Qué hay de nuevo? es el título que acaba de publicar en Ediciones Asimétricas. Un volumen en el que se enfrentan los proyectos urbanísticos de arquitectos y planificadores históricos y contemporáneos, entre los que encontramos a Rem Koolhass o Josep-Lluis Sert. La tesis principal de su ensayo es la vigencia del proyecto urbanístico moderno, que se teoriza a partir de la mitad del siglo pasado.
«La humanización del espacio urbano fue objeto de reflexión para Jane Jacobs, por ejemplo, a quien se le sigue dando vueltas. El espacio público, igualitario e inclusivo lo abordaron ya en los años 60 la arquitecta y poetisa Dolores Hayden o Henri Lefebvre, con la idea del derecho a la ciudad. La importancia de la memoria colectiva en las ciudades fue teorizada por Aldo Rossi, mientras que la integración de la naturaleza en las urbes y las cuestiones medioambientales fueron objeto de estudio de Ian McHarg, también en los años 60», asegura Monclús.
Aquel proyecto utópico no lo sería tanto y además seguiría estando vigente. Al menos sobre el papel, ya que este nunca se implementó de forma total. Igual que Thomas Heatherwick denuncia cómo la arquitectura no cumple su función social, las ciudades tampoco lo estarían haciendo. «Están cada vez más deshumanizadas en relación a lo que eran antes. Desde una visión histórica, se puede comprobar que antes la gente se relacionaba de otra manera en el espacio público. Esto no quiere decir que las ciudades actuales sean sistemas obsoletos, ya que se irán adaptando a los cambios de forma progresiva».
La receta para mejorar la salud de los núcleos urbanos no varía mucho del que pueden necesitar los edificios. Espacios de encuentro y verdes. Se trata de un axioma que viene sugiriéndose «desde que se inventa la disciplina urbanística a principios del siglo XX», continúa el catedrático, recordando cómo en la actualidad estas demandas tienen un significado asociado al ecologismo. «Es evidente que estos elementos mejoran la salud ciudadana y la calidad de vida, pero los espacios verdes deben ser de calidad, no sólo relevantes en amplitud. A veces, hay espacios libres en lugares marginales que no son utilizados», señalo.
En el libro de Monclús se hace referencia a la variedad de visiones académicas que analizan el momento histórico que viven las ciudades. Según el sociólogo urbano François Ascher, el momento presente respondería al de una tercera revolución, tras el de la ciudad clásica y el de la ciudad industrial. De ahí la necesidad de un nuevo enfoque que pueda adecuarlas a las necesidades actuales. Una situación que es incluso más compleja y apremiante para el arquitecto español Andrés Jaque.
«Vivimos un momento de transición entre dos mundos», considera el arquitecto. «El primero está construido en la intersección de la carbonización, el colonialismo, la racialización, el antropocentrismo, el capitalismo avanzado, la tecnocracia y el patriarcado. El segundo explora el poder de la descarbonización, la inclusión, las alianzas simétricas entre diferentes especies, las economías circulares, los sistemas tecnológicos abiertos y el no binarismo».
Jaque es el actual decano de arquitectura de la prestigiosa Universidad de Columbia, en Nueva York, y se ha posicionado como uno de los referentes intelectuales de la profesión. El pasado mes recibió el Premio de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias de EEUU, y el diseño de su construcción más reciente, el madrileño Colegio Reggio (2022), forma parte de la colección permanente del Moma. Cada una de sus obras es un proyecto de investigación y especulación teórica de largo alcance; poco importa que sea una simple rehabilitación, una intervención efímera o una vivienda unifamiliar
«La arquitectura no puede discutirse en términos estilísticos. Términos como racionalista, minimalista, barroco o kitsch quizás fueron útiles en el pasado, pero en estos momentos son simplemente incapaces de explicar cómo la arquitectura opera en términos climáticos, sociales y ecosistémicos», apunta Jaque, cuyo estudio se llama significativamente Office for Political Innovation (Oficina para la Innovación Política).
Heatherwick coincide en ir más allá de las etiquetas: «No intento promover ningún estilo porque hay ejemplos de modernismo o brutalismo que son maravillosos. Tenemos que desarrollar un modo de construir más original. Puede ser muy curvo o cuadrado, histórico o futurista, puede usar vidrio o metal... No hay nada prohibido excepto el aburrimiento. La arquitectura debe ser excitante y creo que lo mejor de todo esto es que los diseñadores de edificios quieren hacerlos así».