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La vivienda de Wahid al Balous está adornada con un ingente cartel con la foto del jeque druso y el lema que ilustró toda su existencia: "Encima de la tierra de Karama [así se refieren los miembros de esta comunidad a su territorio], o debajo de ella". "Quería decir que se iba a quedar aquí, vivo o muerto", explica su sucesor, Laith al Balous.
La familia cumplió con su deseo. Laith, de 29 años, muestra la tumba donde fue enterrado en 2015, construida con mármol y las tradicionales piedras negras volcánicas de la región. La residencia del clan, ubicada en una aldea a las afueras de la capital administrativa de la provincia, está repleta de viejas fotografías de dirigentes religiosos en blanco y negro, y otras de la larga retahíla de miembros de la familia Balous fallecidos en estos últimos años.
La revuelta contra Bashar Asad llegó tarde a Sweida, la región de mayoría drusa ubicada al sur del país. Frente a las movilizaciones masivas de Daraa, los miembros de esta comunidad acogieron las protestas con ciertas reticencias. El primer líder local que se pronunció claramente en contra del dictador fue precisamente Al Balous. Eso le costó la vida.
Según la narración de su sucesor, Abu Fahd (ese era el apodo de Wahid al Balous) comenzó a criticar a las fuerzas de Damasco en cuanto se difundió la noticia de la detención de los niños en Daraa. "El régimen le hizo llegar todo tipo de ofertas para que abandonara esa postura, pero él siguió insistiendo. Después, comenzaron las amenazas", señala Laith.
El 4 de septiembre de 2015, el coche en el que viajaba saltó por los aires en una carretera de montaña. Murieron los cinco ocupantes. Laith salvó la vida por cuestión de metros. Viajaba en el mismo convoy de su padre. En el coche posterior. Los autores del atentado habían enterrado los explosivos en la carretera, dice.
"Estábamos tan cerca que vi cómo se quemaba el aire y la explosión comprimía el coche de mi padre", relata. La metralla le dejó un pedazo de metal clavado en el hombro. "Cuando las ambulancias llevaban a los heridos al hospital de Sweida, la gente del régimen hizo explotar otra bomba junto al centro sanitario. En total, murieron 62 personas, muchos de ellos niños y mujeres". Damasco presentó a un supuesto autor del atentado que dijo era miembro de Jabhat al Nusra, la filial local de Al Qaeda. En Sweida nadie cree esa versión. "Fue el régimen", insiste Laith.
El asesinato de Al Balous marcó un punto de inflexión en la ambivalencia en la que se mantenía Sweida. El suceso generalizó la oposición de las fuerzas drusas al Gobierno de Asad. Abu Fahd ya había formado pocos años antes la que todavía es la principal fuerza paramilitar de la zona: Rajal al Karama (Los hombres dignos).
El jeque Sleiman Abdel Baki es uno de los jefes de las múltiples facciones incluidas bajo esa denominación. Son tiempos de reencuentro y celebración en toda Siria, y Abdel Baki recibe hoy en su domicilio al popular presentador de la cadena Al Jazeera, Faisal al Qassem, nativo de Sweida.
Su llegada es acompañada con ráfagas de ametralladora al aire. Un signo de alborozo. En vez de abrigos, los miembros de la comitiva dejan sus lanzacohetes colgados en la pared. Las armas forman parte de la cultura tradicional en estas tierras, especialmente en una era tan turbulenta como ésta.
Abdel Baki, de 35 años, también sufrió la ira del poder central. En noviembre, unos pistoleros emboscaron su vehículo y le dispararon 14 veces. Todavía camina encorvado y no puede mover la mano izquierda. "Tengo tres balas dentro", apostilla.
El homicidio de Al Balous intensificó la deserción de los drusos del ejército oficialista y la proliferación de milicias locales opuestas a Damasco. Abdel Baki dice que hay 15 grupos principales y que el suyo cuenta con unos 700 hombres armados.
Las protestas populares en la metrópoli de Sweida también se prodigaron a partir de 2020 hasta convertirse en algo masivo en diciembre de 2022, cuando los soldados de Damasco reprimieron a tiros una de las concentraciones populares.
Los obreros todavía están reparando el edificio de la gobernación, que fue incendiado en esos días. La furia colectiva acabó con los retratos de Bashar y la estatua del iniciador de la dictadura, Hafez al Asad, que decoraba la principal plaza de la localidad. Ahora está decorada con lemas como Paz para todos los sirios y Libertad.
Junto a ellos se encuentra la foto del primer oficial druso que desertó de las fuerzas armadas leales al autócrata, el teniente Khaldun Zeineddine, abatido en 2013. Un héroe de proporciones épicas para la población de esta villa. "Primero fue una idea, después una revolución y finalmente la victoria", se lee en otra pintada grabada en un muro cercano.
Asad replicó siguiendo el mismo patrón que aplicó durante todos sus años en el poder. Incapaz de frenar las críticas, intentó generar el caos como en Daraa. "Reclutó y envió a grupos de bandidos y creó milicias afines. También envió a milicianos de Hizbulá", recuerda el jeque Sleiman.
Los drusos acusan asimismo a las fuerzas del ex dictador de haber facilitado la llegada a las inmediaciones de Sweida de un largo contingente de extremistas del ISIS, que atacaron el bastión de esta comunidad en 2018, en una espectacular ofensiva donde recurrieron a decenas de hombres bomba. "Logramos recuperar todas las aldeas, pero perdimos 265 hombres en dos horas", admite Sleiman.
Estos sangrientos incidentes han dejado una impronta imborrable en la mentalidad de los drusos, que desde hace años mantienen una especie de autonomía fuera del control de Damasco. Al igual que los kurdos del este del país o las facciones de Daraa, las agrupaciones de esta región se niegan de momento a entregar las armas a la autoridad que ha establecido Hayat al Tahrir (HTS) en la capital siria, lo que se ha convertido en uno de los primeros desafíos que ha tenido que enfrentar el nuevo hombre fuerte del país, Ahmed Sharaa.
En el caso de los kurdos, el ministro de Defensa sirio, Marhaf Abu Qasra, rechazó en una reciente entrevista con Reuters que estos paramilitares puedan permanecer como un bloque autónomo en el seno del próximo ejército y sin disolverse, como había exigido el liderazgo de esos combatientes, que responden al nombre de Fuerzas Democráticas Sirias (SDF).
El comandante de las SDF, Mazloum Abdi, ha exigido en repetidas ocasiones en las últimas jornadas que Damasco permita mantener el autogobierno que han establecido en el noreste del país, algo que han rechazado todos los portavoces del HTS, que abogan por un Estado centralizado.
Los enfrentamientos entre agrupaciones sirias apoyadas por Turquía -el apodado Ejército Nacional Sirio, que también es independiente del control de Damasco- y las fuerzas kurdas no se han interrumpido desde la caída de Bashar Asad, el pasado 8 de diciembre. El propio presidente Recep Tayyip Erdogan, exigió a los kurdos que disolvieran sus milicias. "O los separatistas se despiden de sus armas o terminarán enterrados en Siria junto a sus armas", declaró frente al Parlamento.
Los drusos también dejaron clara su absoluta negativa a ceder la libertad regional que obtuvieron en los últimos años. La misma jornada de fin de año, un largo convoy de acólitos del HTS que intentaba llegar hasta Sweida, tuvo que regresar a la capital al ver como los grupos armados de este enclave se negaban a permitirles el paso.
"Se trató de una confusión. Vinieron sin coordinar con nosotros el día de fin de año. No tenemos problemas con Damasco, pero se les dijo que sólo pueden entrar en Sweida cuando se les invite", afirma Abdel Baki.
Entre los varios líderes religiosos de la región, el jeque Hikmat al Hijri se ha convertido en la principal autoridad espiritual de la zona. Cada jornada, cientos de personas acuden en una especie de peregrinación hasta su domicilio, donde el clérigo les recibe y escucha en una sala de cuyos muros cuelgan viejas espadas, fotos gastadas de otros referentes religiosos del pasado y toda suerte de parafernalia de las firmes tradiciones por las que se rige esta comunidad.
Hijri no esconde su recelo hacia Damasco y en general en torno al futuro del país. "Estamos en una fase gris. No sabemos dónde vamos", opina. No es de los que asumen que Sharaa y sus huestes hayan abandonado totalmente el ideario fundamentalista con el que iniciaron su lucha. "Nosotros rechazamos todo tipo de extremismo. No podemos entregar las armas hasta que veamos claro que tipo de gobierno quiere establecer Sharaa", comenta. "Llevamos años defendiendo nuestra tierra. Hemos sufrido todo tipo de ataques, incluido el del ISIS. No nos fiamos", agrega.
Al margen de la principal concentración en Sweida, la comunidad drusa de Siria -que se calcula ronda un millón doscientas mil personas- habita en pequeños enclaves aislados sitos en los Altos del Golán -muchos ocupados por Israel-, y en otras regiones del país, incluido el área de Jaramana, no lejos de Damasco.
Su recelo hacia el ejecutivo del HTS se agravó en las últimas semanas después de que el poder central se opusiera a la designación de una mujer drusa, Muhsina al Mahithawi, como gobernadora de Sweida, pese a que incluso se anunció su nombramiento en los medios de comunicación.
En su lugar, Sharaa envió a un antiguo jefe de una de las mesnadas que pelearon en el norte del país, en la región de Idlib, aliada con el HTS: Mustafa Bakour. Al igual que ocurre con Hijri, el despacho de este antiguo combatiente -que ha mudado el hábito guerrero por el traje y la corbata- se encuentra asediado por decenas de locales que quieren exponer sus innumerables carencias.
Bakour reconoce que su nombramiento es una decisión directa de Damasco y apostilla que "desconoce" la razón que impidió que Mahithwi ocupara su puesto. "Estamos negociando con los grupos locales para integrarlos en el ejército. Es cierto que hay desconfianza, pero tenemos que dejar a un lado el concepto de sectas. Fue una división alentada por el régimen anterior", manifiesta.
Sentada en otro habitáculo, la profesora Elham Ridan, una combativa activista local, no esconde su profundo escepticismo hacia los antiguos yihadistas. La directiva del Comité Social para la Acción Nacional es concluyente: "No queremos volver a la era de Bashar".