Cuando a mediodía de este martes Oriol Junqueras llegue a Estrasburgo pasarán, por lo menos, tres cosas. Que recorrerá las mismas calles y pasillos que en su antigua vida como eurodiputado. Que acaparará la atención y las cámaras en una sesión carente de grandes temas políticos. Y que logrará, con una pequeña gira, resucitar al menos parcialmente la campaña de internacionalización del procés que llevaba en coma como poco desde el inicio de la pandemia del coronavirus.
A Junqueras le acompañarán Carme Forcadell, Raül Romeva y Dolors Bassa, y este miércoles seguirán camino hacia Bruselas, donde almorzarán con Carles Puigdemont en Waterloo.
La sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo estuvo cerrada durante todo 2020 y la mitad de este curso, y sólo recuperó la actividad plena el mes pasado. Los encuentros son híbridos y un porcentaje bajo de diputados acudirá a sus despachos y escaños.
La Comisión y el Consejo están todavía más cerradas en Bruselas, y aunque las visitas siguen estando prohibidas en Francia y en Bélgica, Junqueras y Romeva podrán entrar en las dependencias en su condición de ex miembros de la Cámara.
Bassa y Forcadell podrían ser invitadas de su familia política, en los Verdes/ALE, la misma que en 2019 escogió a Junqueras como spitzenkandidat, su elegido para intentar ser presidente de la Comisión como gesto simbólico para dar a conocer su situación judicial en España.
De 2019 a 2021
La visita en sí tiene una trascendencia política limitada y una agenda protocolaria mínima, pero es un mensaje y un símbolo potente. Junqueras salió elegido en las elecciones europeas de 2019 y nunca ocupó su escaño al no permitir la justicia española que hiciera los trámites necesarios para recoger su acta.
Los servicios jurídicos de la Eurocámara avalaron la situación, asegurando que alguien es diputado sólo cuando se acredita y no tras las votaciones. Pero el Tribunal de Justicia de la UE sentenció lo contrario, lo que permitió que Carles Puigdemont, Toni Comín o Clara Ponsatí terminaran con cargo e inmunidad en enero de 2020.
Junqueras, para entonces, era caso diferente. Y este martes, en Estrasburgo, va a recibir en persona el apoyo que muchos en la institución le han transmitido a distancia estos dos últimos años. El presidente David Sassoli, que espera repetir mandato a partir de enero y está en una posición muy delicada, no tiene previsto ningún encuentro con ellos.
Desde 2017 Puigdemont ha sido el rostro del independentismo, el protagonista casi único, el acaparador de entrevistas. El interlocutor. Y eso cambia en parte este martes. Por eso el ex presidente ha optado por quedarse en Waterloo y seguir la sesión plenaria a distancia, sin tener que compartir nada. Su figura es como poco controvertida y su encaje en los grupos políticos de la cámara fue un fracaso.
Una visita política 'interna'
Junqueras en cambio ya había sido eurodiputado, tiene a la Alianza Libre Europea -que es un grupo residual formado por partidos regionalistas, nacionalistas y a favor de la autodeterminación en todo el continente- detrás y cuenta con la simpatía o la curiosidad de muchos colegas y de pesos pesados en la propia institución, que nunca han llevado bien que no llegase a ocupar su escaño por las decisiones de la justicia española.
La gira no es una gran batalla en la internacionalización, nada que ver con lo que se vio hace cuatro cursos. Tiene un claro componente exterior, con imágenes que serán muy difundidas en la sede de la Eurocámara y con políticos de muchas formaciones a su lado.
Pero el impacto es limitado y la presencia mediática será reducida, al menos en Estrasburgo. El desplazamiento es casi más una visita en clave política interna, el esperado y polémico reencuentro con Puigdemont.
Dicho eso, es la mejor opción en año y medio para resucitar la vía exterior del procés. Los indultos han cambiado el terreno de juego, la visión desde fuera de un problema que nunca ha sido bien comprendido. La reacción principal en Bruselas ha sido leer la decisión del Gobierno como una oportunidad. De sanar, de reconciliar, de reconducir, de reconstruir.
No hay una visión muy clara de por qué, qué cambia, pues los detalles se escapan a la amplia mayoría de los actores políticos, pero hay pocas dudas de que la visión es más bien positiva y optimista. El encaje de la visita de Junqueras y sus compañeros, tras la que hicieron los indultados afines a Puigdemont la semana pasada a Waterloo, en esa narrativa es otra cosa.
La percepción fuera de España
Se engloba en un momento más amplio y relacionado también con lo que pasa en el Tribunal de Cuentas. Las reglas de la Eurocámara hacen que vaya a ser muy complicado que se llegue a embargar el sueldo europeo de Puigdemont, por ejemplo, pues el reglamento interno limita a un tercio como mucho la cantidad que podría ser bloqueada por decisiones judiciales nacionales, al menos en teoría.
Y además, la visita en persona de Junqueras, el lobby que pueda hacer no sólo con sus socios, sino también con las máximas autoridades de la casa o si se entrevista con medios extranjeros, puede tener peso en la percepción de la causa abierta.
La campaña de solidaridad con el economista Andreu Mas-Collel, una eminencia en la profesión, es el mejor ejemplo. Da igual lo que presuntamente hiciera, lo que presuntamente permitiera. Sus colegas han hecho piña en torno a su figura, no a sus acciones, y el daño en la reputación del país es indiscutible entre figuras de las principales universidades e instituciones del mundo.
Si juegan bien sus cartas estos días y semanas, y la gira de ERC logra más proyección de la en principio esperable, lo mismo podría ocurrir con el resto de investigados y la causa en general. Y esos palos a la credibilidad del país son muy difíciles de recuperar, como la experiencia de 2017 y 2018 demostró.
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