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El Chris Ware de carne y hueso es como un personaje de Chris Ware en papel: altísimo, sobrio y formal, con su camisa azul, pantalón caqui y gafas redondas de chico listo. Sonríe mucho, habla con extrema amabilidad y se deshace en elogios hacia España y una Europa un tanto idealizada en su mente. A Chris Ware le han comparado con James Joyce, incluso con los mismísimos Leon Tolstoi y Vladimir Nabokov: lo que ellos hicieron en literatura él lo ha hecho en el cómic. ¿Una exageración? Basta con abrir cualquiera de sus libros: sus viñetas son pura arquitectura, sus tiernos personajillos (uno parece una cabeza de bebé-patata, otro un Pinypon de los antiguos) esconden todos los dramas de la existencia humana.
Lejos del aura de artista torturado o estrella inalcanzable, a Chris dan ganas de abrazarle, como al muñeco de su Jimmy Corrigan -una suerte de alter ego- que recoloca milimétricamente bajo una vitrina en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). El visitante no notará la diferencia, pero él sí: ahora ha quedado perfecto. Como cuando dibuja cien copos de nieve y ninguno es igual. "Ouch, he dejado mis huellas en la vitrina", dice frunciendo el ceño.
"¡Hey, Chris!". En las salas del CCCB todos le saludan con familiaridad, desde la directora Judit Carrera hasta el carpintero, el iluminador o los técnicos de montaje que dan los últimos retoques a la exposición más grande que se le ha dedicado nunca. "Es el doble que la de París", admite Ware. Se refiere a la del Festival de Angulema en 2022, cuando recibió el Grand Prix, y que después se vio en el Pompidou. Él se encoge de hombros con modestia: "Nunca me he sentido como un verdadero artista. Solo soy un tipo que dibuja". Precisamente, el título de su exposición: Dibujar es pensar. Retorciendo la máxima filosófica de Descartes, la del universo Ware podría ser Dibujo, luego existo. O la de cualquier niño con un lápiz en la mano.
- En 'Building Stories' uno de los personajes, que está decidiendo qué libro leer se pregunta: '¿Por qué cada gran libro tiene que ser siempre sobre criminales o pervertidos? ¿No pueden encontrar uno que sea sobre gente normal viviendo la vida cotidiana?'. ¿Podría ser una síntesis de su propia obra?
- Desde luego. Ya desde niño me gustaban los libros infantiles que trataban sobre la vida cotidiana, como los de Richard Scarry, que detallaba e indexaba lo más ordinario: el oso que desayuna huevos y pancakes, luego vemos cómo se pone la ropa y coge el coche para ir al trabajo. ¡Eso me gustaba más que nada! Y sus dibujos en los que recortaba la pared y veías lo que sucedía en el interior de una casa... Esas imágenes capturaban una sensación de vida, una especie de calidez, la que yo sentía el fin de semana con mi madre o cuando me quedaba en casa de mi abuela. La vida cotidiana es mucho más interesante que cualquier cómic de superhéroes. No necesita ser amplificada en absoluto.
- ¿Cómo fue crecer en Omaha, Nebraska? Es una ciudad mediana sin grandes atracciones o monumentos, que aparece en varias de sus viñetas como encarnación del american way of life.
- Sí, es cierto... Mi abuelo era el editor de un periódico y mi madre periodista, solía ir con ella a la redacción. La imprenta estaba en el mismo edificio y cuando entrabas olía a tinta. Es una imagen muy romántica, pero también daba miedo, porque era como un monstruo ruidoso, ni siquiera podíamos hablar cuando pasábamos junto a él. Cuando subías a la sala de redacción había todos estos tipos escribiendo a máquina. En el departamento de arte todos fumaban cigarrillos y retocaban fotos o hacían dibujos. Y yo solo pensaba: 'Wow, esto es tan increíble. Así es la vida de los adultos'. Cuando veía la firma de mi madre impresa en el diario siempre me sentía muy orgulloso. Tal vez eso influyó en que quisiera hacer algo para publicar en papel... Recuerdo que también solía dibujar en el sótano de mi abuela y cuando terminaba subía las escaleras hasta su cocina y deslizaba el dibujo por debajo de la puerta y esperaba su reacción. Lo cual es una especie de publicación.
- A mediados de los 90 empezó una de sus obras magnas, Jimmy Corrigan. Hay mucho de usted en ese protagonista. En el epílogo, escribe que se tardan cuatro o cinco horas en leer el cómic, el mismo tiempo que usted pasó con su padre en toda su vida. ¿Esta historia le ayudó a superar esa sensación de abandono?
- Intentas escribir sobre las cosas más inciertas e incómodas de tu vida, con la esperanza de que puedas resolver algo. Lo he hecho, un poco... Me había pasado toda la vida enfadado porque mi padre me abandonara y me di cuenta de que fui estúpido e inmaduro. Debería haber sido más comprensivo. Jimmy Corrigan me hizo sentir mal por el poco tiempo que realmente pasé con mi padre, una vez ya le conocí de adulto... Fue injusto para él. Todos tomamos decisiones equivocadas. Él decidió que no quería lidiar con un hijo. No fue el único que tomó esa decisión en los años 70... Muchos no querían quedarse atrapados como padres suburbanos. No es como si hubiera matado a alguien... Al menos que yo sepa.
- La historia es un poco dura pero...
- ¡Oh, lo siento!
- No, no... Es la suya. Pero su manera de narrarla le quita cierto dramatismo. Desde el principio obliga al lector a girar el cómic, con páginas que hay que leer en vertical. Rompe las reglas de la linealidad, usa todo el espacio. ¿Cómo se plantea la página en blanco?
- En realidad, mi punto de partida es la memoria. Trato de encontrar cuál es la forma real de la memoria. ¿Cómo funciona? ¿Cómo almacenamos y cómo olvidamos cosas? ¿Y por qué las olvidamos? ¿Cómo puedo mirar a alguien que sé que tiene cierta edad, pero le veo 20 años más joven, como el primer día que le conocí? Creo que proyectamos más en el mundo de lo que realmente recibimos. Mucho de lo que pensamos que es la realidad se basa en lo que hemos experimentado. Y lo que llamamos realidad siempre tiene un cierto retraso: creemos que está ocurriendo ahora mismo, pero no es así. Toma cierto tiempo, no solo para que la luz entre en nuestros ojos, sino para que pase por nuestras mentes.
- ¿Entonces, cuando dibuja lo que hace es recordar?
- Es el mismo tipo de cosa que pasa en los sueños. Ambos sabemos que podemos ver con los ojos cerrados. Podría sugerir que cierre los ojos e imagine un cubo rojo. Mucho de lo que experimentamos se basa en la memoria. Los cómics capturan esas imágenes simplificadas: las ideas básicas de qué es una botella, qué es una taza... Porque recordamos con el lenguaje, no con imágenes. Las imágenes están recreadas, abreviadas.
- En uno de sus sketchbooks utiliza una comparación de Goethe, que dice que "la arquitectura es música congelada". ¿Cuánto hay de arquitectura en sus cómics? ¿También son música en imágenes?
- La arquitectura y los cómics están íntimamente relacionados: reflejan la forma en cómo recordamos. Los cómics son una forma de ver una imagen más amplia de las cosas: un tiempo completo. Podría ser una hora, un minuto, un día, un año, varios años. Todo en una página. Y haces que cobre vida al recorrerlo. Leer un cómic es como escuchar música, trato de prestar mucha atención y escuchar cómo suenan las imágenes cuando las leo. Lo tocas como música, si eso no suena demasiado pretencioso. Los mejores cómics, especialmente aquellos que no tienen palabras, aún los escuchas en tu mente...
- Cuando estaba en la universidad de Austin, Texas, empezó a publicar sus primeras tiras en el periódico universitario. El mismísimo Art Spiegelman se fijó en usted y le apadrinó para que escribiera en la revista RAW, la Biblia del cómic alternativo...
- (ríe) Le mandaron un recorte del periódico estudiantil porque había una reseña de Maus y justo detrás salía una de mis primeras tiras cómicas. Entonces me llamó. Yo ya llevaba un par de años leyendo RAW, la descubrí en una tienda de cómics en Omaha. Nunca había visto nada igual. Me hizo darme cuenta de que, oh, los cómics son capaces de mucho más. Descubrí a Charles Burns, Gary Panter y el mismo Art, a artistas europeos como Joost Swarte o Mariscal. Y se convirtió en una especie de altar. Así que cuando Art me llamó pensé que era una broma de un amigo mío. Me llevó unos minutos darme cuenta de que realmente era él... Era como recibir una llamada de mi héroe.
- En una entrevista dijo que se sintió como si le llamara el presidente de Estados Unidos.
- Sí, sí, estaba muy nervioso.
- ¿Y si hoy recibiera una llamada de Donald Trump?
- Probablemente colgaría.
- Sus cómics no tratan de política, pero sí subyace en algunas de sus ilustraciones para The New Yorker. ¿Cómo está viviendo la nueva legislatura de Trump?
- Es un placer salir de Estados Unidos y venir aquí, estar rodeado de gente inteligente que está bien informada y sabe de arte, entiende de música, es reflexiva, amable y civilizada. Eso es Europa para mí. En cambio nosotros vivimos en un país que se está desmoronando. Es algo que he pensado durante algunos años, pero ahora realmente está sucediendo... Yo crecí en los 70 y 80, fue un tiempo de paz muy frágil. A mi generación se nos permitió ser idiotas, vivir completamente ignorantes del mundo, ver tanta televisión y consumir tanta cultura basura como pudiéramos... Y ahora pagamos las consecuencias. En España vuestro sistema político cambió en 1975, debió ser completamente transformador. En Estados Unidos la mayoría ni siquiera sabía que sucedía aquí, seguíamos viendo las mismas cosas estúpidas en televisión y viviendo una vida muy afortunada. Ahora en América, estamos entrando en eso.
- Está hablando de la dictadura de Franco...
- Es que en Washington D.C. hay una especie de autocracia efervescente. Tal vez no sea el fin de América, pero ahora mismo se siente así. Siento vergüenza cuando veo cómo nuestro vicepresidente habla de Europa y con los líderes de los países europeos. Es injustificable e indefendible. Y lo siento mucho.
- Al menos J. D. Vance es vicepresidente. ¿Y Elon Musk? A veces algunas de sus actuaciones parecen las de un personaje de un mal cómic.
- Totalmente. Ni siquiera es como un buen mal cómic, sino uno malo malo... Solo piensas: '¿Quiénes son las personas que están permitiendo que esto pase? ¿Dónde están los republicanos reflexivos?' Muy pocos políticos de la derecha están dispuestos a enfrentarse a Trump. Hace lo mismo que Orban en Hungría y Erdogan en Turquía: intimidar, instalar un clima de miedo. Y es escalofriante verlo. Puedo sentirlo dentro de mí, como si el aire se estuviera yendo de la habitación.