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Con las montañas repletas de nieve, en Alpes, destino preferente del mundo blanco, las estaciones de esquí se frotan las manos y ofrecen atractivos que seducen y hacen soñar a los amantes de este deporte. Ofrecemos un puñado de seductoras ideas que nos esperan en la meca del esquí.
Zermatt, el 'must' de los teleféricos
En Zermatt la aventura comienza antes de alcanzar la estación. Pionera de las estaciones en librarse del acoso de los vehículos motorizados, para alcanzar este delicioso pueblo del Valais suizo, hay que venir en tren. Ya en la villa, solo se ven carricoches eléctricos y carruajes de caballos.
Este año, el flamante Matterhorn Alpine Crossing, Zermatt se ha aupado a la cabeza de las preferencias de los fieles de la estación helvética. Soberano de los 53 remontes del lugar, el teleférico ha hecho realidad el sueño de unir la localidad helvética con la vecina italiana Cervinia, a través de crestas y glaciares.
El viaje en este telecabina carrozado por Pininfarina y decorado por Swarovski es una experiencia única. Repantingado en sus asientos calefactados y contemplando el paisaje a través del suelo transparente, uno se olvida de que ha venido a esquiar. También del costo de este tránsito de apenas 10 kilómetros, que se eleva a 204 euros. Precio en consonancia con los 103 euros del forfait diario de la estación.
Una vez en Testa Grigia, el punto más elevado del trayecto, nos lanzamos a disfrutar de los 322 kilómetros de pistas para todos los gustos. Entre ellas, el descenso integral hasta Zermatt, una bajada de 2.337 metros que pone las piernas en combustión.
Gornergrat es una de las áreas más recomendables del dominio. Un típico tren cremallera suizo nos deja en el inicio del descenso. En la amplia ladera se esparcen apetecibles chalets donde darse un respiro o disfrutar unos días de una estancia familiar. Siempre ante la silueta del Matterhorn-Cervino, para muchos la montaña más hermosa del mundo.
Chamonix, el mejor fuera de pista
A los pies del Mont Blanc, la proclamada capital mundial del alpinismo también lo es del esquí fuera de pista. Alejada de nieves convertidas en tapices, una constelación de itinerarios por nieves salvajes que ponen a prueba resistencia, técnica... y conocimiento de la montaña.
Sobre todos los freeride destaca la Vallée Blanche. Legendario recorrido de 22 kilómetros, a través de los glaciares del macizo, está considerado el más memorable fuera de pista del planeta.
El inicio de este itinerario quita a muchos las ganas de seguir. Salir del túnel del teleférico de l'Aiguille de Midi con las botas de esquí puestas y las tablas al hombro, para recorrer una afilada arista hace un nudo en el estómago. Ya en el glaciar, la ruta está señalizada para evitar las peligrosas grietas. Actividad de riesgo, es obligado contratar un guía para hacerla con seguridad.
St. Moritz, la más antigua
Todo comenzó aquí, hace 160 años. Corría 1864 cuando St. Moritz era un reconocido destino de descanso estival de la burguesía europea. Fue cuando el visionario Johannes Badrutt, fundador del prestigioso hotel Kulm, realizó una apuesta con un grupo de huéspedes británicos. Les aseguró que si volvían a St. Moritz en pleno invierno y no hacía buen tiempo tendrían los gastos pagados.
La apuesta parecía tan improbable que la aceptaron al momento, pero Badrutt jugaba sobre seguro. La localidad helvética disfruta del llamado 'clima champagne', con 322 días soleados al año. Los ingleses regresaron en mitad de la fría estación y perdieron la apuesta. A cambio, fueron los pioneros del turismo invernal y convirtieron a St. Moritz en la estación de esquí más antigua del mundo.
Situada en la Alta Engadina, St. Moritz alberga 350 kilómetros de pistas, con lugares tan emblemáticos como Corviglia, Corvatsch, Diavolezza y Pontresina. La estación ofrece opciones lejos de las pistas, pero no menos atractivas. Una de ellas es el adrenalínico descenso por el tubo de hielo de Cresta run en un bobsleigh conducido por un guía profesional. Otra correr la maratón de esquí nórdico de la Engandina o, ya en plan 'tranqui', asistir a las carreras de caballos sobre hielo que empezaron a celebrarse en 1909.
Acabada la jornada, la amplia oferta gastronómica y nocturna del lugar es la siguiente etapa. Para recuperarse, aguardan la piscina termal y spa al aire libre del Kulm. Heredera de los baños termales descubiertos hace 3.500 años, la enorme pileta del Kulm es el mejor lugar para lucir cadenas, collares, pulseras y abalorios de oro macizo que, en muchas ocasiones, cubren más piel que los exiguos bañadores de tan distinguidas bañistas.
Aletsch Arena, estación familiar
Solo falta Heidi. En el silencio de la montaña, los pequeños chalets han amanecido con sus tejados cubiertos por un paquetón de nieve de más de
dos metros, mientras a lo lejos se escucha el ladrido de un perro. 'Es el San Bernardo de Pedro', piensa el visitante que pasea por la tranquila Riederalp, en el corazón de los Alpes del Valais suizo.
Tipismo sin cuento perdido en un paisaje de cumbres con perfiles imposibles y nieve como solo se ve en contados lugares de los Alpes. Su fantástico panorama, sin embargo, puede tener los días contados. De seguir la actual tendencia climática, dentro de no demasiados años será un anacronismo.
Para contemplar su esplendor hay que subir a lo alto de la estación. Desde los miradores de la cresta de Eggishorn se contempla el poderoso flujo de hielo. Declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, nace en la Jungfrau y, con un grosor en algunos puntos de mil metros, alcanza 23 kilómetros de longitud. El calentamiento global, que se ha llevado por delante más de mil glaciares las últimas cuatro décadas, amenaza con derretir el glaciar más extenso de Alpes dentro de cincuenta años.
Estación familiar, la mayoría de los accesos a las pistas de Aletsch Arena llegan a la puerta de los chalets. Hay que añadir la prohibición de los vehículos de motor, la escasa masificación y un elevado porcentaje de días soleados. Las pistas amplias y despejadas facilitan el control de los pequeños y la estación oferta el forfait gratuito a las familias con tres o más hijos menores de 16 años.
Incluidas en tres sectores, a los que se accede por Riederalp, Bettmeralp y Fiesch Eggishorn, el 90 por ciento de los 104 kilómetros de pistas son fáciles y de dificultad media. A ellos se unen 15 kilómetros de rutas de esquí y la amplitud del dominio esquiable otorga infinitas posibilidades al fuera de pista. Son estos descensos por lo general de no excesiva dificultad, por lo general cubierto de nieve en polvo.
Alpe d'Huez, la estación ciclista
Popular por las gestas sucedidas en la ascensión de las 21 míticas curvas hors catégorie que escalan su puerto, la estación de esquí del Alpe d'Huez no es demasiado conocida fuera del mundillo blanco. A pesar de que el primer remonte de la estación se construyó hace 90 años y de que en 1968, sus pistas acogieron los Juegos Olímpicos de Grenoble.
A 65 kilómetros del aeropuerto de la importante ciudad francesa, Alpe d'Huez se extiende en una amplia meseta, entre 1.860 y los 3.230 metros. La altitud es garantía de nieve, a lo que ayudan más de mil cañones de nieve de cultivo.
Su posición al sur del arco alpino garantiza 300 días de sol al año, lo que le han hecho ganarse el apodo de 'Isla del sol'. El microclima de la zona añade una excelente nivología, con nevadas cada 3,2 días a la semana de media en invierno.
Alpe d'Huez alberga 249 kilómetros de descensos, amplios y despejados, a los que se añade un fuera de pista de 10.000 hectáreas. Les da servicio una flota de 82 remontes, la mayoría modernos. El 80 por ciento de
las 120 pistas son fáciles y de nivel medio. A los expertos les aguarda la Sarenne, la pista negra más larga del mundo, 16 kilómetros de longitud y 2.210 metros de recorrido. Los más adictos pueden continuar esquiando por la noche en Le Signal.
Entre las curiosidades de la estación destaca un transporte público gratuito. No es un autobús, ni vehículo pedestre alguno. Se trata del TCP Télécentre, ancestral teleférico cuyas cabinas abiertas, en las que se viaja de pie, sobrevuelan la población a cámara lenta, con ralentización en cada curva, que para algunos es un guiño a la velocidad de los mortales que se aventuran a escalar sobre dos ruedas las legendarias curvas de Alpe d'Huez.
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