- Entrevista. Angelina Jolie: "Mi relación con los hombres es... no sé. He estado sola mucho tiempo"
- Series. Los Javis y Nacho Vigalondo harán una serie sobre Yurena: "Si hubo una época salvaje en la que todo era posible fue el 'tamarismo'"
Definir a Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, Cantabria, 1977) es casi tan complejo como hacerlo con su cine. Todo está ahí, en algún lugar, pero sepultado bajo capas y capas de distintos vigalondos y, al mismo tiempo, pasado por una batidora gigante hasta producir un mejunje indeterminado. Uno de esos brebajes que no está claro que se deban probar pero que, sin embargo, es irrenunciable desde el primer contacto con las papilas gustativas. Un placer culpable...
Daniela forever, su primera película desde 2016 que llega a los cines este viernes, no es más que eso: capas y capas bajo las cuales acabar difuminando cualquier línea que separe la más cruda realidad de la más disparata ficción. A Daniela la atropella un coche, muere y la vida pierde todo el sentido para Nicolas, su novio. Hasta que encuentra un ensayo clínico, una pastilla, para monitorizar sus sueños, diseñar una nueva relación y modificar un mundo onírico hasta convertirlo en su vida.
¿Está Vigalondo purgando el duelo de sus pérdidas cercanas en la muerte -o no tanto- de su protagonista? ¿Está retratando el autoritarismo rampante actual haciendo que su otro protagonista pase de ser un mero pusilánime a ejercer un poder absoluto sobre ese otro mundo? ¿Está condensando el consumo desmesurado de psicofármacos de nuestro tiempo en esa pastilla? Cuando Daniela dice "no sé cuánto tiempo voy a ir por ahí diciendo que soy una ilustradora cuando en realidad soy un fraude", ¿lo dice ella o lo dice su creador?
"Tendría una respuesta clara si hacer películas respondiera a un plan maestro que abarcara toda mi vida, pero no es así", arranca el cineasta. "Mi relación con los proyectos tiene más que ver con el amor que con el cálculo. Yo no sé por qué ahora necesito hablar del duelo, como no tengo ni idea de que qué necesidad voy a tener en mi próxima película", prosigue en una pequeña salita de la librería/cafetería Ocho y Medio de Madrid. Y concluye: "Si de adolescente hubiera tenido que diseñar mi carrera soñada de cineasta, las películas que pondría sobre el tapete no tendrían nada que ver con lo que he acabado haciendo, serían completamente distintas".
- ¿Qué pensaba que iba a hacer?
- Yo estaba hipnotizado desde niño por el cine de terror y no por fetichismo con diversos monstruos o subgéneros, sino por la disciplina que exige en el aspecto formal. Sin poder describirlo con estas palabras, creo que de niño ya sentía que el terror tenía una energía visual superior a la de otros géneros. El consejo que le daría a la gente que empieza es que lo hagan por el terror porque te obliga a hacer un buen uso de los actores, de la cámara, de la fotografía, del sonido... Es casi una prueba de fuego.
- ¿Echa de menos eso en el cine actual? ¿Se ha perdido?
- En el terror no se ha perdido, La Sustancia es un ejemplo. Esa exigencia yo la percibo necesaria en cualquier película que quiera hipnotizarme. Aunque luego me topo con El cazador de Michael Cimino, que aparentemente no se adscribe al terror pero me arrastra de igual manera. No es tanto encajonarme en un género como espectador sino la necesidad de buscar el puro placer formal.
Y este salto de temas será una constante durante los 40 minutos que durará este encuentro. Vigalondo, como en su cine, iniciará un tema y cuando quiera darse cuenta -él y el entrevistador- ya estará en otro. Del terror saltará a la representación del amor tóxico. Y de ahí a cómo maltrata a sus personajes. Para volver dos minutos después al punto de inicio. "Hay una cosa que reconozco aquí que he hecho en absolutamente todas mis películas, las que he rodado y las que se me han ocurrido, que es poner un espejo frente al personaje y cuestionarlo. Estoy condenado a eso y tampoco sé por qué, pero creo me alimenta de una manera muy especial que el espectador tenga una relación más complicada de lo habitual con el personaje principal", afirma.
"Toda mi vida he perdido espectadores por hacerles sufrir con mi cine"
- ¿Le gusta hacerles sufrir?
- No sé si sufrir, aunque reconozco que hay gente que sufre con mi cine. Creo que toda mi vida he perdido espectadores por esto. En mi anterior película, Colossal, escuché a gente decir que no había ido al cine para ver que Jason Sudeikis era tan malo y Anne Hathaway tan irresponsable. La gente no quiere que esos dos se hundan en un pozo, quiere que se enamoren, pero yo necesito lo primero. Me gusta tener una perspectiva tridimensional de ellos, no es algo que yo haya inventado o descubierto.
Aquí viene otro salto.
"Y esa cosa de que de un tiempo a esta parte se hacen películas sobre la masculinidad tóxica no estoy de acuerdo, sencillamente le ponemos un nombre que antes no tenía. Pero no creo que haya habido una invasión, solo que hay películas muy concretas que han hecho bandera de ello. Esa narrativa siempre ha estado ahí, como todo amante del cine negro sabe. Y quiero decir otra cosa de esta película, el clímax de ella es un abrazo porque quiero plantear la posibilidad de un mundo mejor, de redención, y de que si dialogamos con la parte mala de cada uno de nosotros igual ya solo compartirla nos mejora como personas".
Y otro más.
"No sé si es posible escribir y dirigir películas desde una supuesta libertad y tomar la actitud de un comité de marketing. No sé si es posible que yo mismo, a la hora de escribir, decida qué es lo que toca contar en cada momento para conseguir ciertos resultados ya sea en la taquilla o ganando premios".
- ¿Le importan tan poco la taquilla y los reconocimientos o hay algo de impostura?
- Todo lo que venga será bienvenido, pero tengo prohibido que ese sea el motor creativo de mi cine. Si, pasado el tiempo, los teóricos del futuro descubren que andaba buscando ciertos resultados con mis películas me moriré de la vergüenza. Si no estoy muerto ya. Qué mejor ejemplo de cineasta puro que David Lynch, ahora que nos ha dejado huérfanos a una generación de gente con una sensibilidad concreta. Es fácil decir que Lynch nunca hizo cine para el gran público, pero tampoco para las élites ni orientado a ciertos mercados, como el del Festival de Cannes. Ese debe ser el punto de partida.
- ¿Cómo se llega a esa pureza? ¿Y siente estar ahí?
- Es tan sencillo como dejarte llevar por el amor, estar como loco por hacerlo, no hay que pensar demasiado. Porque si lo haces, mal asunto. Y es bonito que la película la descubras cuando ya está hecha y no esté perfectamente hilvanada al comienzo. Esta película es mucho mejor de lo que yo había escrito y te diría que es mejor de lo que yo he dirigido. Porque hay elementos que no están supeditados a tu control, que te pueden dar muchas alegrías y eso transmite una sinceridad al público.
- Siguiendo en esa línea, cuando Daniela dice sentirse un fraude, ¿es Nacho Vigalondo hablando de sí mismo?
- Hay un momento en tu vida en el que tienes esa incertidumbre tatuada. No sabes ni quién eres ni lo que eres. Y ese temor puede prolongarse más años de los que debiera y empañar el resto de tu vida. Yo tuve la suerte de superarlo en un momento dado, pero nunca deja de estar presente para mí porque tengo que agradecer el poder haber tenido la vida que tengo. Siento que hay una recompensa que ya he disfrutado solo habiendo llegado hasta aquí.
- ¿Eso quiere decir que sí lo siente?
- Si yo a esta edad que tengo tuviera esos miedos sería un cretino. Y si los tuviera, los negaría porque está prohibido que pudiendo dedicarme a esto y pudiendo tener la suerte de que ahora me estés entrevistando por esta película, me intentara apropiar del miedo que yo le aplico a un personaje como Daniela y que me parece que obedece a otras circunstancias distintas.
- Es difícil no ver un paralelismo entre Nicolas y la toma de control absoluto que hace en su nueva realidad y la forma un tanto autocrática de hacer política que tienen personajes como Putin o Trump.
- Hay una paradoja sobre esto en la película que me entretiene mucho y es que claramente al personaje le damos las llaves de los superpoderes y eso le contamina, le agrieta, le ensombrece y le convierte en un personaje diferente al que esperábamos. Pero a la vez que percibimos todo esto, todos sabemos en nuestro fuero interno que si nos dieran la pastilla nosotros seríamos mucho peores y mucho más rápido. Sabiendo que podemos hacer lo que queramos y no sufrir consecuencias seríamos mucho más malos y mucho más apestosos.
- ¿Está diciendo que todos llevamos un pequeño autócrata dentro?
- Yo creo que sí, por eso esa pastilla no debería existir nunca o debería controlarse mucho mejor su consumo. Ahora no puedo estar yo vendiendo las bondades de mis obsesiones a la hora de retratar los claroscuros de los personajes y decirte que yo sería una persona buenísima e intachable con el poder absoluto.
"Si en el futuro descubren que con mis películas estaba buscando resultados en taquilla me moriré de vergüenza"
- Seguramente nadie lo sea aunque ahora es una exigencia que, en el ámbito público, vemos persistentemente
- Siempre hay un término medio entre ser perfecto e intachable y ser un tirano megalómano con trillones en el bolsillo. Creo que tenemos que ser capaces de exteriorizar nuestras grietas e identificarnos en las de otros, no podemos santificarnos ni tampoco condenarnos al infierno. Una amiga bromeando me decía el otro día que mi película más que ir sobre gente mala está dirigida a gente mala. Para decirles 'mira, estamos con vosotros'. Eso me parece precioso, qué pena no poder poner en el poster 'Una película para gente mala'.
- Aprovechando este tema, usted fue uno de los primeros cancelados en Twitter por aquel chiste del Holocausto en 2011, ¿encuentra paralelismos con el caso de Karla Sofía Gascón?
- Este caso tiene una gravedad añadida y es que los muchos que hemos metido la pata en redes sociales era por humor mal encajado o mal diseñado y las afirmaciones de Karla Sofía Gascón no son chistes. Lo que se juzga de ella no es tanto un puñado de tweets sino el tipo de persona que era en un momento dado. Y creo que la situación tiene gravedad.
- ¿Qué tipo de gravedad?
- A fin de cuentas lo mío fue un chiste, pero tampoco quiero frivolizar sobre su caso ni condenarla ni decir claramente que porque una persona no sea como deseamos que sea pues ya no se puede apreciar su trabajo en determinada obra.
- Ahí vamos entrar en otro debate eterno, el de separar al autor de su obra
- El problema de ese eterno debate es que es una decisión personal, yo puedo decidir separar o no pero no puedo imponerlo. No puedo pedirle a alguien que actúe igual que yo ante ciertos temas y ante ciertas obras y ciertos autores cuando a lo mejor las implicaciones son diferentes a las mías por las vidas que hemos tenido. Ese tema no solo no está resuelto sino que no se puede resolver.
En mitad de su mejunje de realidades, Vigalondo consigue con Daniela Forever, cuya primera versión de guion ya estaba acabada en 2017, mostrar algunas realidades hoy instaladas e imprevisibles en ese momento. El diálogo inicial de sus dos protagonistas casi parece fruto de una consulta a ChatGPT. "¿Quiere decir que soy un visionario? No, quiere decir que las películas saben más que sus autores sobre cómo leer el tiempo, dialogan mejor con él que el resultado de el ejercicio de estar yo sentado en casa delante de la máquina de escribir". El consumo de psicofármacos es otro de ellos. Nicolas recurre a una pastilla que, en el fondo, le alivia el dolor de haber perdido a Daniela. "Hay un discurso inevitable sobre las adicciones, sobre automedicarse de una manera no del todo legítima, pero la vida adulta también es descubrir que las adicciones te pueden alterar o quebrar de muchísimas más maneras de la que nos han contado".
"Cuando eres joven te dicen que las adicciones se tienen a las drogas y cuando eres adulto te das cuenta de que todo puede ser una adicción en potencia"
- ¿De qué forma nos pueden quebrar?
- La vida adulta es lidiar con adicciones, lo decía David Suárez en un monólogo, y la frase no me pasó de largo. Cuando eres joven te dicen que las adicciones se tienen a ciertas drogas o comportamientos y cuando llegas a la vida adulta te das cuenta de que todo puede ser una adicción en potencia. Es algo laberíntico, pero yo soy adicto a los juegos de mesa, que es una cosa de locos. Y es algo que si no controlas, pues también te lleva a algo peligroso como es el consumismo, a que la adicción por comprar sea superior al disfrute de los artículos comprados. Ese fantasma está ahí porque cuando eres joven parece que la vida adulta va a ser una planicie llena de orden y de paz si no lo estropeas. Ese orden lo dabas por defecto, te prometían una tranquilidad, pero resulta que eso no existe..
- ¿Usted está satisfecho con su vida adulta, con sus decisiones?
- Déjame pensarlo que es bonita la pregunta. Yo puedo no estar de acuerdo con muchas de las decisiones que he tomado en esta vida, pero entiendo el valor de tomar malas decisiones en el pasado. Tiene mucho valor todo lo que nos representa en el pasado, con sus defectos y sus virtudes. No puedo pensar en el pasado como que ojalá se borrase esto u ojalá me gustase esto. Es bonito equivocarse y haberlo hecho mal y ver todas las decisiones buenas, malas y espantosamente horribles que te han llevado a donde estás ahora.
- ¿Por qué ha tardado casi nueve años en llegar otra película de Vigalondo?
- Entre nosotros, no he parado, pero entiendo que haya gente que diga que por qué no hago una peli y que parezca que en esos ocho años he estado como en un hiato, escondido, cuando en realidad he estado estresado de muchas maneras. También te confieso que en un momento dado hubo dos guiones que parecían que iban a ser proyectos y no salieron. Yo no soy el típico cineasta de se dice y se hace, nunca lo voy a ser. Pero esto es parte del juego.
- Y, por volver al inicio, al duelo y a las pérdidas, esta es una de los últimos trabajos de Itziar Castro
- De todas las pérdidas que rodean esta película, creo que la más pública es la de Itziar Castro, no creo que la veamos en nada posterior a Daniela Forever. Es un privilegio horrible despedirnos de ella en esta película y ese último plano de ella es muy duro. Pero tengo mis reparos a la hora de hablar de los duelos personales que inspiran esta película porque todo lo que diga hoy va a ser promo y sería injusto que convirtiera en promo de mi película mis circunstancias personales.
Todas las capas de realidad apiladas unas sobre otras. Y, en lo alto, Nacho Vigalondo.