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Rommel, el 'zorro del desierto', no fue un gran militar y otros mitos sobre la Segunda Guerra Mundial

En vísperas del 80 aniversario del fin de la contienda que incendió el planeta, Olivier Wieviorka publica 'Historia total de la Segunda Guerra Mundial', una obra ambiciosa que desbroza leyendas y establece relaciones hasta ahora insospechadas

Rommel, el 'zorro del desierto', no fue un gran militar y otros mitos sobre la Segunda Guerra Mundial
W.Eugene SmithCONTACTO
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La Segunda Guerra Mundial dejó tras de sí cerca de 70 millones de muertos, una devastación sin precedentes y un puñado de mitos y leyendas que aún persisten. Durante décadas, una historiografía tan vasta como incansable fue desgranando los múltiples frentes del conflicto —militares, económicos, sociales— con una meticulosidad casi obsesiva, a menudo en detrimento de una visión global del acontecimiento. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la renovación académica trajo consigo enfoques y perspectivas inéditas: basta recordar que el hoy consolidado campo de estudios sobre el Holocausto no comenzó a desarrollarse hasta finales de los sesenta.

Ahora, en vísperas del 80 aniversario del final de la contienda, que conmemoraremos en los próximos meses, llega a las librerías un libro de ambición descomunal que se propone subsanar muchas de estas carencias. Historia total de la Segunda Guerra Mundial (Crítica), del prestigioso historiador Olivier Wieviorka, logra en sus más de 1.000 páginas la proeza de revelar conexiones insospechadas y ofrecer una visión unificada de un conflicto que, entre septiembre de 1939 —con la invasión nazi de Polonia— y agosto de 1945 —con la devastación atómica de Hiroshima y Nagasaki—, incendió el planeta.

Hoy en día disponemos de numerosos trabajos históricos de gran calidad, pero suelen ser estudios parciales o fragmentarios. Contamos con historias específicas sobre Stalingrado, la Batalla de Inglaterra, el Pacífico, o acerca de la posición española durante el conflicto. Sin embargo, falta una visión integral que reúna todas estas piezas y eso es lo que aporta el historiador francés.

"Esta perspectiva general me parece fundamental, porque, en contra de lo que habitualmente pensamos, existen relativamente pocas síntesis globales sobre la Segunda Guerra Mundial", aclara Wieviorka cuando nos citamos con él por videoconferencia. "Precisamente por eso he querido llevar a cabo este libro: para ofrecer una visión total que permita comprender el conflicto en su conjunto. Creo que es esencial conectar toda una serie de realidades diversas en una historia viva y accesible, pero ante todo una historia que explique".

Por ejemplo, decir que la historia de la Segunda Guerra Mundial es una historia militar parece evidente. Pero, según el historiador, no podemos entender las batallas si no comprendemos también el papel decisivo que desempeñó la economía en la concepción y fabricación del material bélico: sin la industria soviética de carros de combate, no habría sido posible la batalla de Kursk. También es fundamental valorar las cuestiones geopolíticas: es decir, cómo se articulan conjuntamente el inicio del conflicto, las estrategias generales y las tácticas concretas.

Para saber más

¿Hay algo más que decir del comienzo de la Guerra más allá de descargar toda la culpa en Adolf Hitler y pasar a otra cosa? Los últimos años hemos asistido a un profundo debate sobre las causas de la Primera Guerra Mundial. Libros esenciales como Sonámbulos, de Christopher Clark, reabrieron la discusión sobre las responsabilidades alemanas, reconocidas originalmente en el artículo 231 del Tratado de Versalles. Este debate sobre las causas es crucial, porque implica también una discusión sobre la legitimidad del propio Tratado, sobre las reparaciones impuestas a Alemania, etc. En cambio, con la Segunda Guerra Mundial no ha existido prácticamente ese debate sobre sus causas profundas.

Apunta Wieviorka que nos hallamos aquí ante "un objeto histórico frío", sin grandes controversias: "Parece evidente para todo el mundo que la Alemania de Hitler y los líderes militares japoneses fueron quienes buscaron la guerra de forma consciente. Daladier en Francia, Roosevelt en EEUU y Chamberlain en Gran Bretaña claramente no la deseaban. Sin embargo, sí resulta necesario comprender que la estrategia adoptada por las democracias para evitar el conflicto no fue eficaz. Paradójicamente, las medidas adoptadas para prevenir la guerra terminaron alentándola".

El historiador expone un ejemplo: Roosevelt no deseaba la guerra con Japón, así que aplicó una política de sanciones económicas contra Tokio, intentando demostrar que EEUU no permitiría a los nipones actuar libremente en el Extremo Oriente, pero sin llegar al conflicto armado. Sin embargo, cuanto más sancionaba Roosevelt a Japón, más estrangulados económicamente se sentían sus habitantes y más convencidos estaban de que la única salida era la guerra. Por tanto, si existe alguna responsabilidad por parte de las democracias, fue justamente no haber comprendido a tiempo la verdadera naturaleza del proyecto nazi ni el proyecto militarista japonés, además haber usado herramientas inadecuadas para hacerles frente. El símbolo más claro de esta impotencia política y diplomática es, por supuesto, la conferencia de Múnich de 1938.

El historiador Olivier Wieviorka.
El historiador Olivier Wieviorka.Bruno Klein

Contra la tentación de ver el pasado como algo determinado que no pudo ocurrir de otra forma, uno de los aciertos de esta Historia total de la Segunda Guerra Mundial es enfatizar que nada en la guerra estuvo determinado, que todo dependió más del azar de lo que admiten los historiadores. Sin Churchill, por ejemplo, ¿Europa hoy sería nazi? "A los historiadores no les gusta abordar estas cuestiones porque, especialmente en Francia, han estado muy influidos por el legado de la escuela de los Annales basado en la idea de que lo importante es analizar estructuras y reflexionar sobre los procesos históricos de larga duración", responde Wieviorka . "Por lo tanto, hay dos elementos que estos historiadores suelen evitar: el acontecimiento y el papel de los grandes personajes. Sin embargo, lo que observamos en la Segunda Guerra Mundial es que precisamente esos grandes hombres, como Churchill en el Reino Unido, De Gaulle en Francia o Roosevelt en Estados Unidos, jugaron un papel determinante".

Wieviorka recuerda que sin Churchill, sin su lucidez política, pero sobre todo sin su extraordinaria capacidad para movilizar a su pueblo y personificar la resistencia frente a Hitler, el apaciguamiento habría seguido dominando la política británica durante mucho más tiempo. De hecho, cuando el legendario primer ministro asume el poder en mayo de 1940, en pleno conflicto, aún quedaban numerosos partidarios del apaciguamiento dentro de las élites británicas, que pensaban seriamente que todavía se podría negociar con Hitler.

¿Es exagerado comparar el apaciguamiento hoy con Rusia al que se intentó ejercer desastrosamente con la Alemania nazi? "Aunque los historiadores tienden a ser cautelosos con las comparaciones, ciertos paralelismos resultan evidentes", admite Wieviorka. "La severa crítica posterior a la política de apaciguamiento en Múnich contrasta con la tibia reacción occidental ante la anexión de Crimea por parte de Putin en 2014. Asimismo, tras la Primera Guerra Mundial se impuso la idea de que era posible desarmarse, una actitud que se repitió tras la caída del Muro. Hoy, discursos pacifistas y de contención hacia Rusia recuerdan a los que se oían frente al nazismo, lo que revela una inquietante continuidad histórica".

Según el historiador, el Eje solo habría podido ganar la Segunda Guerra Mundial si la Unión Soviética se hubiera derrumbado rápidamente tras la invasión de junio de 1941. Ese momento crítico, situado entre junio y octubre, fue el único en que una victoria parecía posible. A partir de entonces, sin embargo, la situación cambió radicalmente: el colapso soviético no se produjo y, contrariamente al mito alemán que achaca la derrota al invierno ruso --"solo Napoleón y Hitler parecían ignorar que en Rusia hace frío en invierno", ironiza Wieviorka--, el verdadero problema fue la falta de capacidad económica y logística alemana para sostener una guerra larga.

Ya en octubre de 1941, el destino estaba sellado: Alemania no podía vencer. Cuando en diciembre de ese mismo año los nazis e Italia declararon la guerra a Estados Unidos, se selló su destino: no tenían ninguna posibilidad real de resistir frente a la potencia industrial estadounidense, la capacidad productiva soviética y el esfuerzo británico. "Muy pronto la guerra estuvo perdida para el Eje, simplemente porque no tenía los medios materiales ni económicos para sostenerla".

Mitos y leyendas

El socorrido odio de Hitler por la URSS fue tan real como sujeto a componendas según las circunstancias. Es bien conocido el pacto Ribbentrop-Mólotov por el que, para asombro de todos, la Alemania nazi y la URSS de Stalin se repartieron Polonia en agosto de 1939. Pero no lo es tanto que antes de lanzarse a la invasión de la URSS en junio de 1941, el Führer valoró toda clase de opciones. Algunas son sorprendentes, como un reparto del mundo por zonas de influencia: Europa para Alemania, Asia para la URSS y China y el Pacífico para Japón.

"La idea de una alianza entre Berlín y Moscú fue una fantasía que sedujo a ciertos dirigentes alemanes, pero resultaba inviable. Stalin no estaba interesado en Asia, sino en Europa, y centraba sus ambiciones en zonas estratégicas como los Estados bálticos, Polonia y el mar Negro. Las negociaciones de noviembre de 1940 entre ambas potencias fracasaron precisamente por estas tensiones geopolíticas. Hitler, por su parte, podía haber deseado un modus vivendi con la URSS, pero su visión ideológica lo empujaba a destruirla. Quería apropiarse de sus recursos, colonizar el Este como parte de su 'espacio vital' y combatir el judeobolchevismo, lo que además alimentaba su popularidad entre los alemanes. En definitiva, los objetivos de ambos regímenes eran tan incompatibles que una alianza real fue imposible".

Uno de los clichés más persistentes sobre la Segunda Guerra Mundial es la supuesta superioridad casi sobrehumana del ejército alemán, personificada en figuras como Erwin Rommel, el zorro del desierto. Sin embargo, como señala Wieviorka, esta imagen fue un mito forjado por la propaganda de Goebbels, que construyó un retrato idealizado del guerrero alemán: brillante, profesional y supuestamente antinazi. En realidad, Rommel fue un buen táctico y un líder carismático, pero también un estratega limitado que despreciaba la logística y cometía errores graves, como situarse demasiado cerca del frente de batalla.

Además, la idea de que Rommel fue un opositor al nazismo también es discutible. Aunque se suicidó tras el atentado fallido contra Hitler en julio de 1944, hasta entonces había sido un fiel servidor del régimen, favorecido tanto económica como simbólicamente. "La figura de Rommel es un ejemplo claro de cómo algunos mitos creados durante la guerra siguen vigentes mucho tiempo después de que los cañones hayan callado", afirma el historiador.

Tampoco duda en cuestionar otra quimera que durante mucho tiempo fue intocable en su país. Wieviorka sostiene que la Resistencia fue mitificada tras la guerra porque "resultaba moral, política y cívicamente inaceptable asumir que los pueblos europeos habían aceptado pasivamente la ocupación alemana". Por ello, en países como Francia e Italia se impuso el relato de que "todos resistieron en la medida de sus posibilidades" y que la liberación fue, en gran parte, obra de esa resistencia, minimizando así el papel de angloamericanos y soviéticos.

Sin embargo, advierte que su contribución militar fue muy limitada, debido a la falta de preparación, entrenamiento y armamento. Su papel fue relevante, eso sí, en tareas como el sabotaje, el apoyo a soldados aliados y la obtención de información, pero no resultó decisivo en el desenlace del conflicto. Su verdadero legado, afirma, es "moral y político": demostrar que había alternativas al colaboracionismo y que la dignidad y el coraje eran posibles. Confundir ese valor simbólico con un peso militar real es, en su opinión, un error frecuente.

Para finalizar, Wieviorka cuestiona la idea tantas veces repetida de que la Guerra Civil española fuera un "ensayo general" de la Segunda Guerra Mundial. Aunque reconoce que hubo elementos que alimentan esa visión, como los bombardeos sobre civiles o la implicación de Alemania e Italia, subraya que se trató sobre todo de "un conflicto español, quizá europeo, pero en ningún caso mundial".

A su juicio, faltaron componentes clave de la contienda global, como la guerra naval o el uso estratégico de blindados. "De hecho, la decepción soviética por el escaso rendimiento de sus tanques en España llevó a frenar su desarrollo", con consecuencias graves más adelante. La idea del "ensayo general", concluye, fue en parte "una construcción del discurso comunista" con un objetivo histórico claro: integrar la guerra española en la narrativa antifascista para no tener que rendir cuentas sobre el pacto germano-soviético de 1939

HISTORIA TOTAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Editorial Crítica. 1.104 páginas. 36 euros.

Puede adquirirlo aquí.