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Tecnopolítica es un libro sobre el tiempo acelerado en el que vivimos. Sobre la relación perversa entre tecnologías digitales y Estados cada vez más autoritarios; entre la libre expresión y el condicionamiento de las mentes. Asma Mhalla lo pensó y escribió meses antes de la reelección de Donald Trump. También antes de la incursión de Elon Musk en la política. Su ensayo, ahora, se lee como un manual de supervivencia cognitiva.
La noche antes de que quien escribe estas líneas se encontrara con Mhalla en París, Emmanuel Macron se había dirigido a la nación. Usó un tono que auguraba una guerra inminente: la amenaza rusa, la necesidad de un rearme rápido y masivo, el paraguas nuclear francés...Tecnopolítica también habla de la guerra. En el subtítulo Cómo la tecnología nos convierte en soldados, la palabra soldados no debe entenderse en sentido metafórico. Asma Mhalla sabe que estamos en guerra, desde hace mucho más tiempo de lo que imaginamos. Pero la guerra de la que habla no coincide exactamente con la de Macron y su obsesión rusa. Es más sutil y elusiva, pero totalizadora. Nada de lo que está sucediendo es nuevo. Tampoco hay nada nuevo en el discurso de Macron. Ni en las acciones de Trump y Musk. Todo ha estado sobre la mesa, visible. Pero los políticos europeos han vivido cegados durante mucho tiempo. Y también han sido cobardes. E incapaces.
Trump es paradójico: es un mentiroso pero, entre sus mentiras, deja caer algunas verdades. Nos está obligando a cambiar de perspectiva. Tal vez entendamos de una vez por todas que en Europa estamos solos, que tanto la OTAN como la protección de EEUU eran una narrativa falsa, y que, en cambio, dependemos totalmente de la tecnología estadounidense, y en parte de la china. El shock de Trump no lo trae la novedad, sino un encontronazo con la realidad; como los hombres de Platón fuera de la caverna.
Asma Mhalla se mudó de Túnez a París a los 18 años. Con recursos económicos mínimos. Ahora, en la cuarentena, es profesora en Sciences Po, una de las universidades más prestigiosas del mundo. Le pregunto si crecer lejos de aquí le ha dado una mirada lateral sobre Europa, y en qué sentido. "Yo estaba en Túnez cuando en Europa se tenía cierta mentalidad. Mi historia es la de un país colonizado. Los valores occidentales, que en teoría nos hacían humanos -como si sin ellos no lo fuéramos-, tenían una carga muy violenta desde allí".
La fatiga de ser árabe en este momento histórico es algo que Mhalla no esconde. Al contrario: sentada a la mesa de Le Hibou, lleva una gorra con la inscripción What a time to be an Arab! (¡Qué época para ser árabe). "Sin embargo, ahora, en mi adultez, vivo en Francia", comenta. "Es una elección mía. Aunque voy y vengo de los dos universos. Hace pocos días estuve en Túnez y tuve largas conversaciones con mi hermano. Crecimos juntos, en la misma casa, con la misma educación, pero nuestra visión del mundo actual, es muy diferente. Fue Michel Foucault quien dijo que no hay verdades, sólo regímenes de verdad. Y ciertas narrativas que aquí consideramos alternativas, que a veces se infiltran desde Rusia y China, gozan en el mundo árabe de una mayor consideración. Por ejemplo, sobre el pasado colonial y sobre el papel de Francia en la Primavera Árabe. Yo vivo casi en una disociación. Pero tengo un punto firme: la libertad. No es la democracia. No es quién tiene razón y quién no; sino la libertad individual. El derecho a expresarse sin temer consecuencias".
- ¿Por qué no la democracia en sí misma?
- La democracia es sólo el marco de referencia que hemos construido alrededor de las libertades civiles. Pero debemos empezar a pensar en algo diferente.
Asma Mhalla lo hace en la segunda parte de Tecnopolítica. Se atreve a imaginar una forma de democracia alternativa, más adaptada a la combinación mortal de tecnología e impulsos autoritarios. Pero me interesa volver a Túnez, a la Primavera Árabe, al momento en el que las tecnologías que hoy nos amenazan -Facebook, en concreto- habían ofrecido un camino hacia la libertad ¿Tal vez fue el pico de esperanza relacionado con las redes sociales? "La cima de la esperanza y también su ocaso", confirma. "Entonces circulaba una idea muy interesante: la del periodismo ciudadano, gente corriente que filmaba y publicaba lo que presenciaba. Las redes sociales se habían convertido en una forma de empoderamiento. Diez años después, Musk recicla esa idea y la tergiversa: convierte X en una plataforma de democracia directa, pero también en un arma. La comunidad ideológica de X controla lo que escribes, lo que piensas. Es totalmente lo contrario a la promesa de libertad inicial de la red".
Le pido a Asma Mhalla que defina la Tecnología total. "Hay muchas ideologías circulando: de derecha, de izquierda, lo woke, lo MAGA... La Tecnología total se sitúa a un nivel superior. No se trata de estar a favor o contra algo, sino de tener los medios tecnológicos para obtener el control absoluto: sobre la política, sobre la geopolítica, sobre nuestras vidas, sobre nuestros cerebros. Desde hace tiempo, los gigantes tecnológicos han dejado de ser solo actores económicos; ahora son también actores ideológicos. Y no es que los algoritmos estén solamente impregnados de prejuicios, sino que están construidos deliberadamente según una ideología".
- Hay que admitir que los progresistas cayeron en la fascinación de estas tecnologías mucho antes que la derecha, que ahora se beneficia de ellas...
- ¡Y todavía las usan! La izquierda europea no había entendido que los gigantes tecnológicos también son actores políticos. Cuando lo entendió, empezó a cambiar de idea. Pero las medidas que se han adoptado son débiles y no van en la dirección correcta. Porque el problema no es la ética que se discute en Europa: cómo construir los datasets y los algoritmos, todo el conjunto de normas que se discute en el Parlamento... Es un enfoque infantil. La verdadera cuestión está en el origen: en el estatus legal de los gigantes tecnológicos, que son todos privados. Musk tiene derecho a manipular el algoritmo de X como quiere, ¡porque es suyo! Pero no se puede ser un actor privado cuando se poseen servicios públicos de tal entidad e importancia. No tiene ningún sentido.
"Trump se mueve muy rápido, así que los medios dejan de analizar y se limitan a comentar"
- ¿Por dónde pasa la vía de salvación de Europa?
- Nos salvaremos sólo si estamos dispuestos a perder mucho. Perder, ante todo, acceso a las tecnologías. Y no me refiero sólo a las redes sociales. Me refiero a los cables submarinos, los satélites, la vigilancia, todo lo que no vemos pero es esencial para nuestra economía. Y luego perder datos compartidos, perder herramientas militares, perder poder geopolítico...
Y como ciudadanos individuales o usuarios individuales, ¿qué podemos hacer? En Francia, pero también en Estados Unidos, se ha abierto el debate estúpido sobre la necesidad de salir de X. Es cierto que la red social se ha convertido en un recipiente de extrema derecha. Puedes imaginar lo que significa expresarse en X para una mujer con un nombre como Asma... una pesadilla. Pero, desde hace tiempo, alejarse de X no es la solución; porque es una fuente primaria de información. La usan todos los políticos, como Macron y Meloni. Que tú y yo nos vayamos no cambia nada. X es parte de una superestructura geopolítica más amplia que es necesario entender, y a la cual debemos mirar con más audacia.
Horas más tarde, en un encuentro público en el cine Odéon, Mhalla completaría su razonamiento ante una sala llena: existe un modo eficaz de atacar el imperio de Musk como consumidores, pero no pasa por X. Pasa por el ataque al núcleo de su patrimonio: Tesla.
En Tecnopolítica aparecen otras recetas, prácticas, desde las más abstractas hasta las más sencillas. Por ejemplo, dejar pasar cinco segundos antes de compartir contenido en redes sociales, para dar tiempo al Sistema 2 de nuestro pensamiento -el analítico- de activarse y contrarrestar el Sistema 1 -el puramente emocional.
"El ruido constante de los medios es el primer obstáculo que se debe superar", dice. "Trump se mueve muy rápido, así que los medios dejan de analizar y se limitan a comentar. Corren tras los eventos. Por lo tanto, hay que dar un paso al lado: limitar la información, seleccionarla mucho. Yo ya no escucho la radio y no veo la tele. Ya no suelo leer muchos periódicos. Solo sigo a la BBC, The New York Times y The Guardian, porque son fuentes primarias, cercanas a los centros de poder, al menos cuando se trata de política estadounidense y tecnología. Y también Fox News, porque hay que saber lo que sucede en esa narrativa mainstream".
"Tras algunas semanas, nos acostumbramos. Acostumbrarse es el otro gran obstáculo a nuestra libertad"
En el libro, Mhalla propone una tercera figura Big para compensar la connivencia peligrosa entre Big Tech y Big State: el nacimiento del Big Citizen. El Big Citizen es un ciudadano que entiende que es un soldado. Un soldado que combate en una guerra híbrida, invisible, pero constante. Porque todas las tecnologías con las que tenemos que lidiar son duales: tienen un uso civil explícito y uno oculto, militar. Los smartphones son teléfonos móviles pero también armas, por diseño.
- ¿Cuándo se dio cuenta de esta dualidad?
- La guerra en Ucrania fue el punto de inflexión en mi trabajo académico. La batalla informativa se empezó a verter en el debate público. De repente, todos se empezaron a preocupar por la manipulación de las redes sociales por parte de Rusia y China. En las primeras semanas, la guerra desde X parecía un videojuego. Ucrania hizo psy ops: ¿recuerda los vídeos de la Torre Eiffel bombardeada? Servían para suscitar miedo. La primera guerra televisiva fue la de Irak, pero la de Ucrania es la primera emitida en redes. Tras algunas semanas, nos acostumbramos. Acostumbrarse es el otro gran obstáculo a nuestra libertad.
- Pero tal vez deberíamos considerar otra libertad fundamental, la de no involucrarse. Los estadounidenses parecen reivindicarla.
- Lo más interesante de la guerra de información es que, incluso si eres consciente de ella, incluso si es el objeto de tu estudio, sigues sujeto a su acción, a la atmósfera que crea. Te sientes cansado, incluso enfermo por las dudas que se crean. Te surge la tentación de mandarla a la mierda. Nuestro sistema cognitivo es elemental. Mientras, sin embargo, el mundo real que te rodea va desapareciendo.