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Bretón y la literatura: una polémica viscosa

Cubierta de 'El odio', de Luisgé Martín.
Cubierta de 'El odio', de Luisgé Martín.EL MUNDO
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En principio, debería alegrarnos que algunos libros sigan suscitando grandes debates. La discusión en torno a El odio, el libro de Luisgé Martín sobre José Bretón, se sumaría a las que han provocado en la última década obras como Patria o Feria, o episodios como la concesión del Nacional de Narrativa a Cristina Morales o del Planeta a Carmen Mola. Puede que el libro haya dejado de ser el producto cultural por antonomasia, pero las polémicas muestran que aún se le concede relevancia. ¿A qué vendría, si no, tanto debate?

Otra cosa es que todas estas polémicas sean útiles o saludables. Daniel Arjona utilizó la palabra «viscoso» para referirse a El odio, y en realidad el término también se podría proyectar sobre la discusión que ha suscitado. El intento de mantenerla en el plano de los principios -la libertad del creador, la autonomía de la literatura, los derechos de las víctimas...- se enfanga rápidamente en los detalles del caso. En los motivos de Bretón para colaborar con el libro, en el hecho de que durante su elaboración no se contactara con la madre de los niños asesinados, o -ante todo- en el dolor que esto le está provocando. Una cosa es defender la publicación de un libro, ya sea como asunto jurídico o como cuestión de principios; otra cosa es decirle a una persona real, a alguien que ha pasado lo que Ruth Ortiz ha pasado, que se siente, pero que se fastidie.

Luego está la duda de si importaría que el libro fuese, en términos literarios, especialmente bueno o malo. Las comparaciones con Capote son problemáticas: A sangre fría no es un libro extraordinario solo por el episodio que aborda, sino porque está maravillosamente escrito. Los argumentos sobre la autonomía de la literatura frente a la ética no deberían depender de la calidad de cada obra, y, sin embargo, parece que es más fácil tolerar que un autor se tome ciertas licencias si el resultado es asombroso. Si El odio quedase muy lejos de las alturas literarias de A sangre fría, ¿se argumentaría con la misma contundencia que estaba bien ignorar las protestas de la víctima? Y, en caso de que sí alcanzara esas alturas, ¿sería menos real el dolor que se habría causado a Ruth Ortiz? El debate resulta viscoso, en parte, porque hay mucho en nuestra relación con la literatura que también lo es.