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A vueltas con el relato falsario y victimista del Rey Juan Carlos

Demuestra Laurence Debray un exceso preocupante de síndrome de idealización del Emérito

El Rey Juan Carlos, durante una visita a Madrid.
El Rey Juan Carlos, durante una visita a Madrid.Adriano Álvarez
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No todos los días concede una entrevista Laurence Debray. Y por ello cabe, antes que nada, felicitar a Maite Rico por la que publicó en este diario el sábado. Tienen gran interés las reflexiones sobre asuntos de lo más variado de la escritora francesa, volcada durante años en el estudio de nuestra Transición. Si bien a quien esto firma -la cabra siempre tira al monte-, ni qué decir tiene que los ojos se le fueron de inmediato a las preguntas y respuestas sobre el Rey Juan Carlos.

Debray se ha convertido en la biógrafa de última hora no se sabe si oficial u oficiosa de nuestro ex Jefe del Estado. Y es hoy una de las personas con más privilegiado acceso a su intimidad. Eso siempre ayuda mucho cuando lo que se tiene entre manos es la publicación de eso que tan pomposamente se da en llamar el libro definitivo. Claro que para abordar semejante empresa, si el objetivo no es caer en la hagiografía más babosa, tampoco suele venir mal tomar cierta distancia y observar desde la misma al personaje a cincelar. Debray, por el contrario, demuestra en sus declaraciones un exceso preocupante de síndrome de idealización del Emérito, que hace dudar sobre su capacidad para separar la paja del trigo.

Como en la Monarquía española los Reyes no tienen portavoces, sería harto arriesgado concluir que la francesa habla en realidad por boca de Don Juan Carlos. Pero lo que es indudable es su empeño por tratar de fijar un relato, a ver lo que cala, con el que nos trata por tontos al conjunto de los españoles y, de paso, se quiera o no, socava algunos cimientos de la Monarquía que hoy encarna Felipe VI. Porque hace daño a una institución implicada en un gigantesco esfuerzo de regeneración el que se presente al titular de la Corona poco menos que como un mal hijo por haber echado de La Zarzuela a su padre, y que se diga que «incluso si ha hecho las cosas mal, a un hombre de su edad no se le deja sin techo y tiene que estar en su casa», y que Don Juan Carlos no regresa de Abu Dabi porque no tiene dónde vivir en España. «¿A dónde? ¿A casa de un amigo? No tiene ninguna propiedad».

La verdad, la diga Agamenón o su porquero, es que el ex Rey se expatrió tras conocerse un monumental escándalo económico -no de faldas- que se hubiera llevado por delante a la institución de no haber estado ya en manos de su hijo y de no haber dado éste muestras de una determinación tan meritoria como irremediable. Y si Don Juan Carlos continúa en Emiratos un lustro después no es porque no posea patrimonio ni le falte donde caerse muerto, sino justamente porque aquel que reinó casi 40 años en España tiene demasiado y decidió que no sale a cuenta regularizarlo.

No le falta razón a Debray en destacar la talla de estadista de Juan Carlos I y su extraordinario legado como Rey, mucho más allá de la Transición. Su sitio en la Historia se lo tiene ganado con creces. Pretender, sin embargo, que quien ha ensuciado su biografía con comportamientos nada ejemplares e incompatibles con la titularidad de la Corona no sigue siendo quien más contribuye a debilitarla es estar demasiado ciego o pagado de soberbia. Por fortuna, Felipe VI es un buen Rey. Algo que está muy por encima de toda cuita paternofilial.