Injustamente, no se le reconoce al cristianismo que haya acabado asumiendo un papel secundario en las sociedades occidentales, contribuyendo así de manera decisiva a la consolidación de las modernas democracias liberales, el único sistema que garantiza prosperidad, seguridad y libertad. No es casualidad, por tanto, que la mayoría de las democracias existan y resistan en países de matriz judeocristiana y que la teocracia sea un elemento ajeno en ellos.
Ratzinger teorizó mucho y bien sobre la asunción por parte de los católicos de su condición de «minoría creativa» en el siglo XXI. Un buen ejemplo de ello es España, donde la Iglesia y los católicos -con pintorescas excepciones como los acosadores de clínicas abortivas, los plastas de Hazte Oír, el montserratino Gobierno catalán de Salvador Illa y los que rezaban el rosario delante de la sede del PSOE como si habitara allí el mismísimo Satán- viven su fe y valores con naturalidad, alegría y sin tratar de imponerlos al resto.
Así lo demuestra que en la sociedad española no se conozca conflicto real entre los católicos y el resto de los ciudadanos. En este contexto de normalidad, la ofendida reacción a la broma cutre de esta Lalachus durante las campanadas de fin de año, en las que mostró una estampita con la vaca de Grand prix como si fuera la virgen, es innecesaria y ridícula, pero lo es más todavía la insistencia de la izquierda sanchista en atacar a los católicos, sus símbolos y tradiciones como si todavía representaran un poder fáctico.
El derecho a la ofensa y el deber cívico de encajarla son el cuerpo de la libertad de expresión, que es lo que distingue a las sociedades libres de las tiranías: no hay broma posible en Rusia, Irán, China o Venezuela (amigos y referentes de la podemia)... Razón por la que una de las funciones del humor es la de incomodar al poder. Y en el caso de España y de Europa, la única religión que crece de manera imparable -para acabar siendo mayoritaria-, que choca con las normas comunes y que no acepta el humor ni la crítica es el islam. No el catolicismo.
El atentado contra Charlie Hebdo por la publicación de caricaturas de Mahoma y el asesinato del profesor francés Samuel Paty por mostrarlas en clase deberían inspirar a nuestros brillantes humoristas a burlarse de esta religión. Con un fin puramente didáctico y para que, como sucedió con el cristianismo y el judaísmo -no hay humor más ácido consigo mismo que el judío-, el islam acepte su subsidiariedad en democracia y que, al fin, entre a formar parte de la modernidad ilustrada. Pero los/las/les Lalachus prefieren, claro, el silencio cobarde y el cómodo sectarismo subvencionado.