- Alemania AFD arrasa en los estados de la RDA
La FNAC de Callao tenía una zona de estar, unas gradas enmoquetadas, pensadas para que la gente leyese allí un rato porque la casa invitaba. ¿Conservó la FNAC ese rincón durante estos últimos años? No lo sé, he pasado tiempo sin entrar al edificio. Pero hubo alguna lejana belle époque de mi vida en la que la FNAC fue un escenario habitual y, cuando lo pienso, se me aparece la imagen de Fran, una amiga alemana que siempre iba corta de dinero y estaba encaprichada con un libro. No recuerdo el título. Sé que aquello era una crónica de viajes por Nepal que luego tendía a cántico amoroso. La portada llevaba la silueta de alguien. ¿De la viajera? ¿De su amante? En la FNAC había un solo ejemplar que Fran buscaba cada sábado. Se sentaba con él en las gradas 30 minutos y luego lo devolvía astutamente descolocado para que nadie lo llevase. Y hasta la semana que viene.
Un día di con el libro y se lo regalé. Fran puso cara agridulce. Aquella mujer se había adentrado en alguna ética del despojamiento a la que llamaré orientalista, por no saber qué otra cosa decir. Tampoco había que ser listísimo para intuir lo que estaba pasando allí: 1) poseer el libro era para ella empezar a perderlo; y 2) yo era un zafio.

El bar al lado de Discos Del Sur

El chico que pedía en la cola de los cines de Princesa (2000-2005)
La cabeza me lleva de un recuerdo a otro: años después, estuve en Dakar y conocí a un mochilero barcelonés, ya no tan joven, que llevaba una expresión de tedio aterradora. Charlamos y me dijo que Dakar estaba bien pero que no era África. Extravagante declaración. La verdadera África era de donde él venía, claro, y lo demás era sucedáneo. Después volví a Madrid y vi una película, Es más fácil para un camello, de Valeria Bruni Tedeschi, en la que aparecía un personaje igual de aburrido después de viajar por el mundo y «acumular experiencias». Hace poco percibí esa mirada en Daniel Sancho, ese aire de «nadé en los mares más azules, amé con las mujeres más bellas, ya no siento nada y sospecho que esto acabará mal».
Intento aclarar mis ideas: ¿éramos unos zafios todos aquellos jóvenes que pasábamos los sábados en Callao, que regalábamos anagramas de colores a nuestros enamorados/as (Baricco, Kureishi, Bukowski) y que queríamos construirnos una imagen propia por el método de acumular discos y libros? Sí, un poco sí. Pero ay de aquellos despojados que habrían de convertirse en yonquis de las sensaciones fuertes, en los modelos perfectos del sistema consumista.
La FNAC de Callao está cerrada, me acordé en la noche en la que los compatriotas de Fran votaron a la AFD con furor. Europa languidece y la FNAC, la empresa más europea posible, también. He leído que, cuando reabra el edificio de Gutiérrez Soto, habrá restaurantes en la azotea, espacios que venderán experiencias en vez de libros. Tampoco tengo mucho derecho a quejarme, si llevo mil años sin ir a la FNAC de Callao.