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Historia

Historia secreta del arma más mortífera jamás creada: "Es el mal de nuestro tiempo y está tan extendida como los móviles"

Bautizado con el apellido de su inventor soviético, el Kaláshnikov es el arma que más vidas ha arrancado. De las guerras africanas a las bandas del narco en el Estrecho, el AK47 se adapta a cualquier conflicto: cuesta 40 dólares y pueden dispararlo hasta los niños

Un miembro del Frente National Patriótico de Liberia posa con su AK47, el arma que protagonizó la guerra en el país africano.
Un miembro del Frente National Patriótico de Liberia posa con su AK47, el arma que protagonizó la guerra en el país africano.PATRICK ROBERTSYGMA
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"Yo no soy responsable de nada. No he matado a nadie, no tengo pesadillas por la noche. Después de que los traidores renegaran de todo lo que éramos, de nuestro pasado, de nuestra gloriosa historia, resulta fácil decir: ‘Si en el mundo hay –¿cuántos hay?– cien, doscientos, trescientos millones de ejemplares del arma que tú, Mijaíl Timoféyevich, inventaste, y si cada una de esas armas ha matado aunque sólo fuera a una persona, entonces tú eres el mayor asesino de la historia. Más que Hitler’".

Quien así se lamenta en primera persona de su mala e injusta fama es el propio Mijaíl Kaláshnikov (1919-2013), el hijo de unos humildes campesinos cosacos del Kubán, auténtico homo sovieticus y creador en los compases finales de la Segunda Guerra Mundial del arma más mortífera jamás conocida: el AK47 (acrónimo de Avtomat Kaláshnikov, modelo 1947). La declaración del viejo soldado e inventor es una idealización basada en sus propias declaraciones y en documentos reales que recoge un libro hipnótico y terrible: Kaláshnikov. De Vietnam a Gaza: la historia de un siglo cruel encarnada en un arma (Deusto), del legendario corresponsal de guerra italiano, y actual periodista de La Stampa, Domenico Quirico (Asti, 1951).

"Este no es un libro sobre un arma: este es un libro sobre el Mal", escribe Quirico al principio de su libro y repite cuando conversamos con él por videoconferencia. "He contado muchas contiendas bélicas desde los años 80, desde la guerra civil de Mozambique; todas las he vivido en primera persona. Y el objeto que siempre he encontrado en todas esas guerras, tribales, fanáticas, entre naciones, ha sido el Kaláshnikov. Comenzó como un arma de liberación en Vietnam, Angola o Mozambique. Luego se convirtió en el arma de los genocidas, de las limpiezas étnicas, como en la guerra de la ex Yugoslavia. Después, en el arma de los combatientes de Darfur y de las múltiples guerras africanas. Luego pasó a ser el arma de los yihadistas, del califato. Bin Laden siempre se fotografiaba con un AK47. Y más tarde se convirtió en el arma del gran crimen organizado, de los capos que desafían al Estado en Colombia o México. Todo se debe a sus características: es un arma extremadamente eficiente que siempre funciona y cuesta poco. En los 90 compré un Kaláshnikov en Mogadiscio por 30 o 40 dólares. Aún hoy se pueden comprar en muchos lugares de África o del mundo por 100 dólares".

"El Ak47 devuelve la violencia a su naturaleza primigenia. No hay justificaciones. Yo te mato y tú me ves mientras te mato"

Cuando le preguntamos al curtido corresponsal de guerra cuánto nos costaría y cuán difícil sería salir hoy mismo a la calle y comprar un AK-47, responde con una sonrisa trágica que sería extremadamente fácil. En Europa, donde lo usan bandas criminales de España, Francia o Italia, por unos 400 euros puedes comprar un arma perfectamente funcional en el mercado negro. Tiene capacidad para 32 balas, y cada proyectil cuesta 0,25 euros. Se trata de un arma accesible para cualquiera y, sobre todo, puede ser utilizada por personas que no están particularmente entrenadas. No es casualidad que se haya convertido en el rifle predilecto de los ejércitos de niños en África, porque un niño de 7 u 8 años, que no es especialmente fuerte o robusto, puede aprender a usarlo en cinco minutos. Y como no tiene retroceso –no desestabiliza al disparar–, ese niño puede matar a 32 personas con la misma facilidad que un adulto. "Si hay un símbolo del mal en nuestro tiempo, es precisamente este", recalca Quirico. "Y, por desgracia, creo que es uno de los objetos más extendidos en el mundo, casi tanto como el móvil. Seguro que más que los ordenadores. Por su bajo costo pero también porque en demasiados lugares del mundo poseerlo o no marca la diferencia entre sobrevivir o ser eliminado".

Mujeres iraníes se familiarizan con sus armas en 1988,  tras la gran movilización al final de la guerra entre Irak e Irán.
Mujeres iraníes se familiarizan con sus armas en 1988, tras la gran movilización al final de la guerra entre Irak e Irán.Kaveh KazemiGetty

¿Cómo influyó la vida de Kaláshnikov, su origen humilde y su relación con el régimen soviético en la creación de un arma con un impacto global tan devastador? El libro defiende que una herramienta tan mortífera solo podía nacer en la URSS porque, en cierta medida, refleja lo que fue la URSS: una superpotencia con una tecnología de muy bajo nivel, extremadamente bajo, pero que al mismo tiempo producía armas muy sofisticadas. Allí era más fácil fabricar un tanque o un rifle que un frigorífico o una lavadora. Esa es una de las razones por las que el régimen logró sostenerse tanto tiempo. "Por eso intenté situar la vida de Kaláshnikov dentro del relato de algunos de los lugares clave de su tiempo. Tuvo una vida muy larga, nació en 1919 y murió en 2013, en plena era de Putin, una historia que atraviesa toda la trayectoria de la URSS: desde la revolución hasta el estalinismo, pasando por Brézhnev, la decadencia soviética, Yeltsin y finalmente Putin. Nunca como en su biografía ha podido verse reflejada la esencia misma de la relación entre los rusos y el poder", explica Quirico.

"No sabemos ni cuántos se han fabricado, pero sí que ha matado más que las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas"

El poder y la vida de los rusos están profundamente entrelazados. Quizás no lo consideramos lo suficiente en nuestros días, sobre todo después de la caída de la Unión, pero para ellos siempre fue un vínculo cotidiano y desesperado con algo poderoso, violento, implacable y feroz, al margen de su naturaleza ideológica. Un poder que, en cualquier momento, si te cruzas en su camino, puede aplastarte como a una hormiga. Y el AK47, defiende el periodista, es un perfecto ejemplo de esta capacidad cotidiana de los rusos para sobrevivir, también desde un punto de vista psicológico.

Hijo de una familia de kulaks, Kaláshnikov sufrió las deportaciones estalinistas al interior de Kazajistán. Tuvo hermanos que murieron en esa tragedia y un padre que, de alguna manera, fue aniquilado por la dureza de la vida en aquellas condiciones. Pero, a pesar de todo, se convirtió en un ejemplar ciudadano soviético. Adoraba el inmenso poder de la URSS y siempre declaró estar feliz por haber contribuido a él.

No era ingeniero, ni técnico, ni nada por el estilo; simplemente tenía una extraordinaria habilidad manual que el Ejército Rojo notó cuando era soldado en la Segunda Guerra Mundial. "Su historia es la de la relación con el poder, que para él no fue trágica en sí misma, pero lo obligaba a adecuar su biografía a los límites que no podía superar, porque sabía que desafiar al poder podía costarle la vida. Por eso, en su funeral, Putin estaba presente. En Rusia, al igual que en la URSS y también en la época del régimen zarista, el poder nunca ha cambiado realmente. Ser disidente en Rusia exige una valentía que roza el suicidio".

¿De verdad no se arrepintió nunca Kalashnikov de su creación, ni un instante de su vida oscureció su razón un destello de compasión por sus víctimas? "Jamás", responde Quirico. "De hecho, el libro comienza con una frase suya, porque me tomé la libertad de hacer que fuera él mismo quien narrara su historia. Nunca se arrepintió de su creación. El Kaláshnikov ha matado y sigue matando a más seres humanos que cualquier otra arma. Hoy en día se usa desde Ucrania hasta las guerras en Siria o África. Se han fabricado millones de unidades, ni siquiera se sabe cuántas. Probablemente sea el arma que más vidas humanas ha cobrado en la historia, seguro que más que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Kaláshnikov siempre decía lo mismo: ‘Yo no soy responsable de nada’".

"Hiciste lo que un buen ruso y un buen creyente debía hacer", respondió Cirilo, líder ortodoxo, cuando Kaláshnikov le transmitió sus dudas

Sin embargo, el libro relata cómo al final de su vida, cuando sabía que su encuentro con la muerte estaba cerca, Mijail Kaláshnikov escribió una carta a Cirilo, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, a quien algunos llaman "el capellán de Putin". Esa carta nunca se hizo pública, pero conocemos la respuesta de Cirilo, que sí fue difundida. En ella, el patriarca le tranquilizaba: "No, no debes sentirte culpable. Hiciste lo que un buen ruso y un buen creyente debía hacer. Eres inocente, no te preocupes". Nunca sabremos si esa respuesta le bastó al viejo soldado.

Estamos ante un dilema que también enfrentaron otros inventores de armas. Alfred Nobel, por ejemplo, pasó la segunda mitad de su vida intentando redimirse por haber creado la dinamita, que se convirtió en un instrumento de muerte masiva. Destinó su fortuna a ayudar a quienes hacían lo contrario que él, es decir, a quienes ayudaban a las personas a vivir mejor y a sobrevivir. Los premios que llevan su nombre dan fe de ello. Incluso Oppenheimer, el creador de la bomba atómica, aunque no sabemos hasta qué punto se arrepintió, también sintió el peso de esa responsabilidad.

Arma reaccionaria

La historia del Kaláshnikov muestra la complejidad de su carga simbólica como arma revolucionaria pero también reaccionaria. ¿Cómo se explica esta dualidad en su uso a lo largo de la historia? "Debemos tener en cuenta que el AK-47 puede utilizarse de muchas maneras y en muchas direcciones: para defenderse, para matar, para atacar. Y precisamente esta versatilidad lo ha convertido en un arma que ha atravesado la historia, incluso la del tercer milenio en el que vivimos, porque podía ser utilizada por cualquiera y con fines muy distintos", dice Quirico. "Hay una relación particular entre el Kaláshnikov y el acto de matar. En las batallas de la Ilíada o en las guerras antiguas, con espadas, lanzas y flechas, los combatientes se veían, se miraban a los ojos. En cambio, en la guerra moderna, a menudo quien mata no ve a su víctima y matar se ha convertido en un acto industrial. El avión lanza bombas, pero el piloto nunca verá lo que sucede debajo. El cañón dispara a 40 km de distancia. El dron es manejado por alguien que a miles de kilómetros del lugar donde explotarán los edificios o morirán las personas. Pero con el Kaláshnikov, hay una relación visual entre el asesino y la víctima, porque es eficaz hasta unos 800 metros, pero sigue siendo un arma que se usa cara a cara, en las trincheras o incluso en matanzas como las de Srebrenica. Ves a quien matas, lo miras a los ojos. El Kaláshnikov devuelve la violencia a su naturaleza primigenia. No hay justificaciones. No hay hipocresía. Yo te mato y tú me ves mientras te mato. Con el Kaláshnikov, hay un asesinato individual, inmediato. Es algo verdaderamente aterrador: yo sé que te estoy matando y tú sabes que te estoy matando".

Quizás el único mecanismo de asesinato aún más extremo de los tiempos recientes fue el genocidio de Ruanda, donde los verdugos ejercieron el asesinato uno a uno, con machetes, cuchillos, barras de hierro… Quirico ha cubierto numerosos conflictos y, sin duda, ninguno le ha impactado tanto como el genocidio ruandés que no recoge en su libro. "Aquello fue algo inexplicable. Alguien dio una orden: ‘Vayan, maten a todos los tutsis, porque si no, ellos nos matarán a nosotros’. Y personas absolutamente normales –no escuadrones de la muerte, ni militares, ni milicianos, sino maestros o campesinos–cogieron un machete o cualquier otra arma y fueron a matar, uno por uno, a sus vecinos, a quien vivía en la cabaña al lado, al compañero de toda la vida. Y así ochocientas mil veces. Aquello cambió mi vida. En aquel momento comprendí que entre mi trabajo, que, en esencia, es contar las cosas, y el destino, la condición humana de otras personas que viven en un determinado lugar y en una determinada situación, existe una relación de responsabilidad directa. Es decir, si yo cuento la responsabilidad moral del periodismo y por eso sigue siendo necesario y valioso en un mundo convulso".