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Juan Bonilla: contra 'selfos' onanistas y princesitos de las letras

El escritor demuestra en 'Simios apóstoles', una exquisita y sustanciosa gavilla de ensayos periodísticos, por qué es una de las referencias ineludibles de nuestro panorama literario

Juan Bonilla, en su casa de Mairena de Aljarafe, en Sevilla.
Juan Bonilla, en su casa de Mairena de Aljarafe, en Sevilla.Gogo Lobato
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Comieza Juan Bonilla su esperado último ensayo, Simios apóstoles, parafraseando uno de los más citados aforismo de Lichtenberg, pero que no todos saben utilizar adecuadamente. "Los libros son como los espejos", escribe, "no puede un simio que se asoma a ellos esperar que quien salga reflejado sea un ángel". Y esto lo aplica, por ejemplo, a un "selfo", que tampoco puede confiar en que la imagen que le devuelva el azogue sea la de un poeta, y no la de un "onanista" que en lugar de versos construye "eslóganes". O a los "princesitos de las letras", tanto de izquierdas como de derechas, que cuando busquen su rostro sólo se encontrarán con el "ejemplo de vileza y mezquindad" de un lacayo que gasta sus "horas vespertinas en complacer al Amo".

Simios apóstoles

Athenaica. 192 páginas. 17,99 €
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Quien se acerque a Simios apóstoles, que acaba de publica Athenaica, descubrirá al más genial, inteligente y cáustico Bonilla, testigo de excepción de cómo las páginas de cultura de los periódicos y las mesas de novedades de las librerías han ido deslizándose hacia el resbaladizo fango donde habita el yo más insustancial, cuya referencia boomer podría ser Carlos Boyero, "consagrado inexplicablemente como autoridad sin que se sepa que haya dicho nada inteligente sobre ninguna película" y haya "hecho del yo un hacha y del me gusta o me aburre la cima del enjuiciamiento". Epígonos suyos son hoy los subidos al pedestal de algunas columnas de prensa y los autores de unas cuantas y voluminosas novelas compuestas de retazos de la más trivial cotidianidad en las que sería inane preguntarse si lo que ahí se cuenta viene de la vida o de la literatura.

Pero el último libro de Bonilla es bastante más que eso. Lo que se presenta como una mera yuxtaposición de pequeños ensayos periodísticos y reflexiones sobre arte y literatura, se torna poco a poco en un volumen de crítica cultural de los más sugestivos que se han publicado en los últimos años. Y leyéndolo, uno se pregunta si los alatristes de la Academia han reflexionado alguna vez con la hondura y la precisión con la que lo hace Bonilla sobre lo que supone Borges (o al menos el Borges de Bioy) y de qué densidad está compuesto su "jardín" para que se bifurque "en senderos".

O si han explorado la confusión entre fotografía y poesía en artistas como Chema Madoz; si se han acercado a los arquetipos clásicos de Eurípides y Sófocles; si pueden hablar con la misma familiaridad que él de Unamuno, Cervantes, Nabokov... del humor y el terror que subyacen en la Carta al padre de Kafka; o si han hecho uso del efecto Joule para analizar la crisis de las Humanidades y la irrupción del discurso políticamente correcto en las universidades.

Con este libro, Bonilla sorprende de nuevo, demostrando que el periodista que lleva dentro tiene al menos tanto talento como el escritor de cuentos y novelas.