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"Wir sind Papst!", tituló Bild el 20 de abril de 2005: "¡Somos Papa!"
"¡Dios mío!", tituló Página 12 el 14 de marzo de 2013.
Las diferencias eran tan grandes como la distancia entre Alemania y Argentina. El diario más leído de Europa se ufanaba de la elección de Joseph Ratzinger como Papa, Benedicto XVI se convertía en orgullo y patrimonio de toda la nación. Página 12, un periódico progresista, tan audaz como necesario en sus primeros años de vida, estaba a esas alturas cooptado por el kirchnerismo y formaba parte de la campaña del Gobierno y sus satélites contra Jorge Bergoglio.
Pero Bergoglio ya no era Bergoglio, era Francisco. ¡Era el Papa! ¿Qué hacer con él? Cualquier cosa menos enorgullecerse.
Cristina Kirchner, por entonces presidenta, necesitó tiempo para superar el estupor de que el jefe espiritual de la oposición, ya que tal era la etiqueta que llevaba Bergoglio, fuera desde ese día, para los católicos, el representante de Dios en la Tierra. ¿Qué hizo la presidenta de Argentina? Destacó el hecho de que por primera vez "un latinoamericano" llegara a la silla de Pedro. La palabra "argentino" no saldría de su boca.
Bergoglio, ahora Francisco, llevaba años siendo objeto de una campaña monitorizada por el kirchnerismo en la que se lo acusaba falsamente de haber colaborado con la última dictadura militar (1976-1983) entregado a dos sacerdotes jesuitas. Una campaña que dio la vuelta al mundo y ensombreció los primeros días de su papado. Cuando finalmente solicitó audiencia en el Vaticano, Cristina Kirchner se disculpó a su manera: "Yo creía que usted era otra cosa".
Pero las dificultades de Bergoglio y Francisco no eran solo con el kirchnerismo, que después intentó apropiarse de su figura, eran con Argentina, un asombroso país: en los últimos años fue dueño simultáneamente del Papa, de la reina de los Países Bajos (Máxima), del mejor futbolista del mundo (Lionel Messi) y del hombre que basculaba entre Vladimir Putin y Volodimir Zelenski para evitar una catástrofe nuclear en Ucrania (Rafael Grossi).
Un país repleto de talento, sí, pero tantas veces confundido, también. Podría definirse a la Argentina de estos últimos 12 años como el país que no se enteró de que tenía un Papa, el país que nunca entendió el notable privilegio que tenía: el primer Papa argentino de la historia, el primer latinoamericano, el primero no europeo desde el año 754 d. C. El primer jesuita en llegar al trono de San Pedro, por el que pasaron 265 Papas, más de 200 de ellos italianos.
No hubo caso, primó la disputa doméstica, la pelea pequeña. Los cuatro presidentes argentinos con los que lidió Francisco -Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández y Javier Milei- buscaron utilizarlo, con mayor o menor fuerza. Y no solo ellos: en los primeros años de su papado, el desfile de dirigentes sindicales peronistas por el Vaticano fue constante, y casi todos ellos se sentían autorizados a hablar en nombre del Papa y a revelar conversaciones teóricamente destinadas a morir entre las cuatro paredes en que nacieron. Era, también, culpa de un Francisco que no podía dejar de ser Bergoglio: hablaba por teléfono y por mail con sus interlocutores de siempre, los recibía en un Vaticano espantado ante la constante quiebra de las normas de protocolo y etiqueta. Cultivaba la impresión de muchos de que era un Papa peronista.
Cuando Javier Milei llegó al poder, el Papa ya estaba entrando en su etapa mortecina, aunque conservaba intactas su astucia y su capacidad de seducción. ¿Qué hacer con un presidente que venía de definirlo como "representante del maligno en la Tierra?" Qué hacer ante una persona que meses antes había dicho lo siguiente: "Habría que informarle al imbécil ese que está en Roma, que defiende la justicia social, que sepa que es un robo y que eso va contra los mandamientos".
Francisco tenía el antídoto contra las mordeduras de Milei. Sonreírle, hablarle al oído, hacerle bromas y mostrarle afecto, combinación que desarma a un hombre acostumbrado desde joven a ser maltratado y, como consecuencia, a maltratar a los demás.
"Te cortaste el pelo", le dijo el Papa al presidente de la melena imposible. Vaticano 1 - Casa Rosada 0.
"Mire, su Santidad, el tema es el siguiente, antes había unas cosas que no las entendía. Cometí un error y tuve unos exabruptos que no correspondían. Entonces quiero pedirle perdón'', dijo Milei.
El Papa zanjó el asunto: ''¿Quién no cometió errores en su juventud?''
Milei, sin embargo, no logró que Francisco visitara su país, ese que abandonó para el cónclave en 2013 y nunca más volvería a pisar. Tras la audiencia en el Vaticano en febrero de 2024, la relación se fue enfriando, porque el Papa lanzó advertencias que sonaron a críticas al Gobierno libertario, además de críticas a Israel que generan alergia en Milei, alineado absolutamente con Tel Aviv. Pero el respeto a la persona se mantuvo, porque Milei ordenó no hostigar al Papa.
Así y todo, Francisco sufrió hace cuatro meses un desaire importante desde su país: había invitado a los cancilleres de Chile y Argentina a celebrar en el Vaticano los 40 años del Tratado de Paz y Amistad que, patrocinado por la Santa Sede, puso fin en 1984 a las tensiones bélicas entre Santiago y Buenos Aires en el Canal de Beagle. Alberto Van Klaveren, canciller chileno, asistió. Gerardo Werthein, canciller argentino, no lo hizo, y esgrimió como razón un desacuerdo entre Milei y Gabriel Boric en la reciente Cumbre del G-20.
Una vez más, el país que no entendía que tenía un Papa, lo que significaba tener un Papa.
Ya avanzada la noche del 21 de abril de 2025, la catedral metropolitana de Buenos Aires seguía siendo escenario de un homenaje modesto. Varias decenas de velas habían sido encendidas, varias de ellas estaban derretidas, unos pocos centenares de personas se detenían y tomaban fotos. La verdadera congoja estaba en la Basílica de San José de Flores, en el barrio en el que Bergoglio fue pastor, y en la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la villa (barrio de chabolas) 21-24. Las clases medias, las clases humildes, esas que Bergoglio siempre frecuentó, apoyó y consoló.
A la imponente catedral sobre la plaza de Mayo, en cambio, llegaban sobre todo señoras de las clases acomodadas porteñas, mientras en su exterior se vivía una suerte de aquelarre, con pegatinas de San Lorenzo de Almagro, el club de fútbol de Bergoglio, y por momentos más periodistas que gente acongojada. El homenaje más destacado estaba en una gigantesca bandera con el rostro de Bergoglio, plantada durante horas sobre las escalinatas. El lienzo llevaba la firma del Sindicato de Dragado y Balizamiento. Más allá del alcalde de Buenos Aires, no se vio por allí a políticos y poderosos, no se vio a sindicalistas y empresarios. Mucho más atractivo será volar a Roma en primavera para asistir este sábado al funeral del Papa incomprendido en su propio país.