INTERNACIONAL
Guerra en Europa

Plan de paz de Trump para Ucrania: un desastre en el que reina Vladimir Putin

Las treguas fracasan al firmarse pactos con condiciones diferentes y acordados por separado mientras que el autócrata ruso demora el diálogo

Natalia, madre de tres hijos y voluntaria en el ejército de Ucrania.
Natalia, madre de tres hijos y voluntaria en el ejército de Ucrania.ROMAN PILIPEY / AFP
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El 18 de febrero de 2025, días antes del tercer aniversario de la invasión rusa a Ucrania, se reunieron por primera vez en Arabia Saudí Marco Rubio, secretario de Estado de EEUU, y Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso. El objetivo, para Donald Trump, era «detener la matanza». Desde entonces hemos visto una bronca sonrojante en el Despacho Oval, a EEUU ofreciendo una victoria material a Putin que el autócrata ruso no había conseguido en el campo de batalla, tratados de tregua firmados con ambos bandos que decían lo contrario e incluso documentos diferentes sobre la misma reunión dependiendo si lo publica el Kremlin o la Casa Blanca.

Nadie sabe a qué hora precisa comienzan las treguas, ni quién vigila su cumplimiento, ni qué protocolos hay que seguir para volver al alto el fuego si se rompe en un punto del frente. No existe un relator que registre los debates ni que garantice la transparencia. Estas negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia promovidas por la Administración Trump van camino de convertirse en las más caóticas y desastrosas en lo que va de siglo. De momento, la falta de resultados es tangible: los ataques no sólo no se detienen, sino que aumentan cada día. Si había una verdadera posibilidad de detener la guerra, se esfuma día a día. Mientras, el Kremlin gana tiempo y Trump lo pierde con un equipo que demuestra en la negociación el mismo celo que creando grupos en Signal para decidir planes de batalla con un periodista dentro.

Vladimir Putin: "El conflicto con Ucrania requiere unos debates cuidadosos"

El asunto comenzó con dos negativas rusas a aceptar 30 días de tregua total en el frente, que era la propuesta inicial de Trump. Putin aceptó entonces negociar por un alto el fuego solo energético (para preservar sus maltrechas refinerías). En el documento final, la Casa Blanca presumía de la buena disposición de Rusia para conseguir la paz y hablaba de un acuerdo para salvaguardar «el sistema energético y las infraestructuras». Sin embargo, en la versión moscovita de la conversación entre Putin y Trump lo que aparecía es una sola referencia a «la infraestructura energética». ¿Un error de traducción o una confusión intencionada?

Como nadie avisó de cuándo empezaba ese alto el fuego, ni estaban claros los márgenes del mismo, esa misma noche ambos bandos lo incumplieron. Desde entonces Rusia ha lanzado oleadas de drones contra esta misma infraestructura ucraniana hasta en 17 ocasiones.

El pasado domingo, EEUU se reunió con la delegación ucraniana en Riad. En esa cita se pactaron unas condiciones con las que Washington estaba de acuerdo para la segunda parte de la negociación sin que se hubiera cerrado la tregua energética: el alto el fuego marítimo. En esa negociación se habló de la prohibición de ataques a las estructuras portuarias de ambos lados y la devolución de miles de niños ucranianos deportados de las zonas ocupadas hacia el interior de Rusia. Un día después, el pasado lunes, la delegación estadounidense se reunió con la rusa, con la que cerró un acuerdo de alto en fuego en el mar Negro totalmente diferente al ucraniano en el que ya no aparecía ninguna referencia ni a los niños secuestrados ni a los puertos. La delegación ucraniana se sintió estafada al instante.

Condición imposible

En este último capítulo, la surrealista tregua del mar Negro estaba basada en una condición de Rusia que el equipo negociador de EEUU concedía, pero que ni siquiera está bajo el control de Washington: la reconexión del banco Rosselkhozbank al sistema Swift, que supone, de facto, acabar con una de las sanciones impuestas por Occidente, además del compromiso de ayudar a Moscú a volver a los mercados de la exportación agrícola. El problema es que para volver a meter a esta entidad en el sistema Swift EEUU necesita a la Unión Europea, la misma que tanto Washington como Moscú habían excluido de la negociación con una mezcla de humillación e indiferencia.

Ayer mismo, tanto Bruselas a través de sus portavoces como el propio Macron se negaron a ofrecer a Rusia ninguna reconexión al sistema Swift «hasta que Rusia no abandone el territorio ucraniano». Es decir, el equipo negociador de Trump pactó una tregua que nació muerta.

La estrategia de Trump, ansioso por vender una imagen de pacificador, era conseguir que estas treguas graduales le llevaran a un acuerdo de paz histórico que le hiciera aspirar incluso al Nobel de la Paz. La revista Foreign Affairs publicó ayer que «Trump nunca fue un gran admirador de Zelenski, pero tras la llamada del 12 de febrero con Putin, comenzó a repetir los argumentos rusos, llamando a Zelenski un 'dictador' y preocupándose por la corrupción en Ucrania. El líder ruso, un ex oficial de reclutamiento de la KGB, parece haber descubierto cómo manipular el ego de Trump para que adopte la perspectiva del Kremlin».

Un árbitro parcial

Que el árbitro de estas negociaciones sea tan indisimuladamente parcial puede hacer descarrilar el proceso con los ucranianos levantándose de la mesa. Kiev puede estar agotada de tantos años de guerra, pero su población es orgullosa y sus políticos pueden asumir cierto nivel de pérdidas, pero no una humillación o una condena a dejar el país como un estado fallido o sometido a Rusia. Si eso es lo cocinado en secreto entre la Casa Blanca y el Kremlin, los ucranianos se irán y Europa los apoyará.

Como muestra, ayer se filtró lo que parece una reescritura del acuerdo de la explotación de las llamadas «tierras raras», que ahora ya abarca todos los recursos minerales e hidrocarburos y que deja a Ucrania sin garantías de seguridad y fuera de cualquier control de sus propios recursos. Es difícil que Zelenski, por muy arrinconado que esté, firme eso.