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Por primera vez en casi tres años de invasión rusa se habla más de paz que de guerra. Una mesa de negociación sobre el conflicto de Ucrania es mucho más difícil que el acuerdo entre Hamas e Israel, pero se abre una ventana de oportunidad bajo presión de Donald Trump. Esta es la única salida en conflictos en los que ninguno de los bandos se impone con diferencia al otro, como es el caso de una guerra en la que ninguno puede doblegar ya por KO al oponente. Trump va con todo: o Ucrania se sienta o le cierra el grifo de las armas. O Rusia se sienta o llena los arsenales de Kiev.
Por eso ambos bandos se mueven a tres niveles estos días: por un lado, tratan de consolidar sus ganancias en el campo de batalla antes de que llegue un hipotético alto el fuego: Rusia tratando de conquistar Pokrovsk al precio que sea, aunque la ciudad ya exista. Ucrania defiende con fiereza su porción de territorio ruso en Kursk hasta de los asaltos de miles de soldados norcoreanos. Kiev sabe que se trata de una pieza muy valiosa para intercambiar. Los dos ejércitos están agotados tras casi tres años de conflicto brutal.
En el segundo nivel, ambos bandos tratan de dejar mensajes a Estados Unidos, lanzador de las negociaciones y de preparar el terreno de juego en el que se puede disputar el cierre de la guerra. El equipo del presidente Zelenski estudia un encuentro con Trump para cuando termine la toma de posesión. Para Ucrania es importante que el aún presidente electo de EEUU sepa qué aspectos son negociables y cuáles, no. Es decir, colocar las porterías antes de que Rusia pueda intentar moverlas. Zelenski desea compensar la opinión de varios miembros de su círculo cercano, abiertamente prorrusos, como su hijo Donald Jr. o el propio tecnomagnate Elon Musk. Por suerte para Ucrania, Marco Rubio, el próximo secretario de Estado, no está en ese grupo.
En paralelo, los medios oficiales de Moscú aseguran que Putin también se encontrará proximamente con el propio Trump. Es así como el Kremlin desea que se hagan las cosas, "negociando directamente la paz con Estados Unidos", según las propias palabras del autócrata ruso, nostálgico de un pasado en el que Roosevelt y Stalin podían repartirse el mundo en Yalta con Churchill como testigo. Pura cámara de eco de un régimen bunkerizado. Zelenski sigue manteniendo que no hablará directamente con Putin, un veto al que se comprometió por ley.
En Moscú, Nikolai Patrushev, asesor de Putin y uno de los hombres con más poder en el Kremlin, habló esta semana para la prensa. Al margen de fanfarronadas imperiales, como la que asegura que "Ucrania dejará de existir como Estado en 2025", comenta que cualquier negociación "debe reconocer de facto la situación territorial actual", o sea, que Rusia no desea entregar ese 20% de Ucrania que controla incluyendo Crimea, aunque el mismo Patrushev, acto seguido, reconoce que sí pueden negociar "por algunos territorios". Como es lógico, necesitan hacerlo si desean recuperar los 800 kilómetros cuadrados de Kursk que aún están en manos de Ucrania.
El tercer nivel de esta preparación para la mesa de negociaciones son los mensajes lanzados para consumo interno. Durante una entrevista con el podcaster estadounidense Lex Fridman, el presidente Zelenski trató de calmar a su propia población sobre las condiciones en las que puede firmarse esa paz: "Si se da la posibilidad de un alto el fuego, debemos entender exactamente qué garantías de seguridad existen en la parte de Ucrania que controlamos. Lo necesitamos para que Vladimir Putin no regrese".
La realidad de la guerra... para ambos
En esa misma idea de mensaje hacia el interior, Margarita Simonian, la directora del canal propagandístico RT, admitió que, "por las realidades actuales de la guerra", Rusia debía "renunciar a su pretensión de conseguir Jersón y Zaporiyia", en referencia a las dos capitales de región que forman parte de Rusia según la modificación constitucional de Putin, pero que siguen en manos de Ucrania. "Trump realmente quiere poner fin a la guerra. Ése es su mensaje, tanto en público como en privado. Es un líder fuerte que puede ejercer una presión real sobre Rusia", dijo Zelenski el pasado jueves.
Pero en este punto se debe separar la realidad de la fantasía: Ucrania va a tener que renunciar, al menos de momento, a parte de su territorio ocupado y al ingreso en la OTAN, que es el principal trofeo que el Kremlin mostrará en Moscú para tapar el enorme descalabro militar sufrido estos casi tres por una potencia nuclear que tenía la reputación de segundo mejor ejército del mundo, pero que ha sido incapaz de someter a un rival en teoría mucho más débil.
Según el plan Kellogg, que es el nombre del general enviado de Trump para solucionar el laberinto ucraniano (que no es precisamente prorruso), Kiev va a poder seguir rearmándose no como parte de la Alianza, pero sí podría recibir armamento de sus socios de manera individual para construir un ejército lo suficientemente importante como para disuadir a Rusia de volver a invadir. En principio Moscú no se negaría a esto, como tampoco se negaría a que el país entrara en la Unión Europea por un proceso acelerado para comenzar con la reconstrucción.
En este punto, también los socios europeos de Ucrania están comenzando a moverse para ganar protagonismo en esa mesa de negociaciones y en una hipotética reconstrucción, que podría convertirse en un gran negocio para miles de empresas europeas. Este jueves visitó Kiev el primer ministro británico Keir Starmer y coincidió allí con el ministro de Defensa italiano Guido Crosetto, tan sólo un día después de la visita de su colega alemán Boris Pistorius, que se llevó consigo un nuevo paquete de armamento antiaéreo para proteger las ciudades ucranianas de los drones y misiles rusos. Por mucho desprecio que muestre el Kremlin ante Londres y Bruselas, a los que no quiere ver sentados en ningún diálogo sobre Ucrania, Europa tendrá mucho que decir en esas conversaciones.