- Reino Unido Keir Starmer fuerza una minicrisis de Gobierno en su círculo más cercano para relanzar su mandato
- Política exterior Reino Unido devuelve a Mauricio la soberanía del archipiélago de Chagos
- Crisis Starmer sufre la primera deserción laborista entre críticas de "crueldad" e "hipocresía"
Rebeliones, deserciones, dimisiones... Keir Starmer llegó a Downing Street prometiendo un "cambio" y se estrelló con todo su equipo, atrapado en la misma espiral autodestructiva de los tories que, por cierto, están ya a un solo punto en las encuestas. En tiempo récord, los británicos han perdido la confianza en el premier y seis de cada 10 ponen a su Gobierno la etiqueta de "corrupto", después del escándalo de los freebies o los regalos personales, que ha dejado su credibilidad bajo mínimos.
"Este Gobierno ha cometido más errores que ningún otro desde la posguerra", sostiene Will Hutton, autor de This time no mistakes: how to remake Britain. Hutton reconoce cómo el título de su libro suena casi a guasa al cabo de tres meses de incesantes tropiezos: "La doble moral es algo que se espera de los tories, pero no de los laboristas ¿Y cómo puede un país rico, al cabo de 14 años de desgobierno, caer en la autoimposición de decisiones duras? ¿Cuál es la visión de futuro del laborismo?".
Alastair Campbell, ex estratega de Tony Blair, es también bastante severo en su análisis: "Starmer ha dado demasiados pasos en falso y ha permitido que se genere una sensación de vacío". Más benigno, el historiador Anthony Seldon recuerda cómo Margaret Thatcher también sufrió en su primeros meses: "Starmer necesita actuar rápidamente. Ha sido ingenuo y complaciente, sobre todo con los nombramientos de su personal. Pero si reacciona bien, aún puede volar".
La "dimisión"
Nombrar como su jefa de Personal a Sue Gray, la investigadora del Partygate, fue una decisión temeraria del propio Starmer cuando aún era líder de la oposición. Considerada como la responsable de la caída de Boris Johnson, los medios conservadores la convirtieron en blanco predilecto de sus ataques.
La noticia que precipitó su marcha fue la de su astronómico sueldo para una funcionaria (200.000 euros anuales), por encima de lo que cobra del propio premier. La filtración dejó en evidencia las luchas de poder dentro de Downing Street, con el gurú electoral Morgan McSweeney reclamando el protagonismo perdido y erigiéndose al final en el gran triunfador (en un pulso comparable, aunque con diferente resultado, al que libraron en su día Dominic Cummings y Carrie Symonds).
En un escueto comunicado, Gray anunció su dimisión por "los intensos comentarios que corrían el riesgo de convertirse en una distracción del vital trabajo del cambio de este Gobierno". Su marcha fue en realidad precipitada por el propio Starmer, que la fichó por su conocimiento de la maquinaria interna del Gobierno y ha terminado pagando su error de cálculo.
El ascenso del irlandés McSweeney, responsable en su día de la purga de los corbynistas dentro del partido, se interpreta como la victoria del así llamado boys club y ha sacado de paso a relucir los problemas de Starmer para trabajar con las mujeres, pese a su fuerte presencia en el gabinete.
La deserción
"La fuga política más rápida después de una elecciones generales en la reciente historia"... Así describió The Sunday Times la deserción de la diputada Rosie Duffield, que decidió abandonar el Partido Laborista condenando "la hipocresía" y "las políticas crueles e innecesarias" de Keir Starmer en apenas tres meses.
Duffield se despidió con una durísima carta en la que condenaba "la corrupción, el nepotismo y la avaricia a gran escala" demostradas por el Gobierno de Starmer. Su posición crítica hacia su propio líder era pública y notoria, pero el portazo prematuro dejó en evidencia las fisuras que existen bajo la imagen de unidad que ha querido proyectar Starmer. Duffield ha pasado a engrosar las filas de los parlamentarios "independientes", junto al ex líder Jeremy Corbyn, y deja el marcador electoral en 403 diputados laboristas, frente a 121 conservadores.
Las rebeliones
A los ocho días de su estreno en Downing Street, Starmer recibió ya un aviso con la primera rebelión en sus filas. Siete diputados fueron suspendidos temporalmente por romper la disciplina de voto y apoyar una enmienda del Partido Nacional Escocés (SNP) para suprimir el límite de dos hijos por familia en la asistencia social.
La segunda y más notoria insurrección llegó el 10 de septiembre, cuando medio centenar de diputados laboristas desafiaron a Starmer con la abstención (y un voto en contra) por el polémico recorte de las ayudas para calefacción a millones de pensionistas, una medida creada en su día por Tony Blair y que no se atrevieron a cancelar los sucesivos gobiernos tories.
John McDonnell, superviviente de la era Corbyn, volvió a encabezar la revuelta apuntado a Starmer con su dedo acusador: "Esta decisión equivocada es una sentencia de muerte para muchos mayores en invierno". El pleno de la Conferencia Nacional del Partido Laborista humilló días después al premier aprobando una moción para suspender la medida, que ha puesto en guardia a los sindicatos y al ala izquierda del partido.
Los disturbios
Un apuñalamiento múltiple en Southport en el que tres niños resultaron muertos y en el que hubo 10 heridos fue la mecha que provocó a finales de julio los mayores disturbios callejeros en el Reino Unido desde 2011, con más 1.200 detenidos, cientos de saqueos y decenas de coches ardiendo.
Las protestas antiinmigración, instigadas por grupos de ultraderecha, se sucedieron ante las noticias falsas propagadas en las redes alegando que el autor era un musulmán solicitante de asilo. El asesino, Axel Rudakubana, de 17 años, era en realidad un británico nacido en Gales e hijo de inmigrantes de Ruanda.
Fue la primera prueba de fuego para Keir Starmer, que respondió con mano dura de fiscal y consiguió controlar la situación al cabo de una semana. Los principales responsables han sido condenados a penas de dos, tres y hasta nueva años de cárcel. La violencia callejera se interpretó como una declaración de guerra de la ultraderecha y puso un final abrupto a la luna del miel del Gobierrno laborista .
Los 'freebies'
El escándalo de los freebies ha hundido irremisiblemente la reputación de Starmer, que prometió acabar con el amiguismo y las corruptelas dentro del Gobierno. El líder laborista ha aceptado más de 120.000 euros en regalos personales en cuatro años: de sus trajes a las gafas de diseño, pasando por las entradas para ver al Arsenal y a Taylor Swift. Su esposa, Victoria, también ha sido receptora de los regalos efectuados sobre todo por el millonario musulmán y gay Lord Waheed Alli, investigado ahora por la Cámara Alta.
Aunque se trata de una práctica habitual en Westminster (se estima que los 650 diputados han recibido el equivalente a siete millones de euros en freebies desde 2010), el silencio inicial de Starmer y su tardanza en anunciar la devolución del equivalente 8.000 euros en regalos le dejaron en evidencia. El escándalo salpicó a otros miembros del gabinete como la viceprimera ministra, Angela Rayner, que pasó unas vacaciones en el apartamento en Manhattan de Lord Alli.
La "rendición"
El momento elegido no pudo ser menos propicio. En plena caída en las encuestas, el secretario de Exteriores, David Lammy, anunció el acuerdo para ceder a Mauricio la soberanía de Chagos, el último vestigio colonial del Reino Unido en África, integrado por 60 islas y atolones (entre los que se encuentra Diego García, con su base americana incluida, que seguirá sin embargo bajo control británico a largo plazo).
Aunque la negociación la habían iniciado los gobiernos conservadores, ha sido Starmer quien ha tenido que encajar las acusaciones de rendición ante el acoso de la prensa conservadora, que le volvió a poner contra las cuerdas: "¿Piensan ustedes hacer lo mismo con las Malvinas?"
Las noticias provocaron el entusiasmo del Gobierno argentino, que celebró el "ejemplo alentador" del acuerdo con Mauricio como una base "para retomar las negociaciones sobre la soberanía de las islas Malvinas. Chagos ha vuelto a poner también en el candelero el futuro estatus de Gibraltar, la patata caliente del Brexit que el Gobierno de Starmer no se ha atrevido aún a resetear.
La agenda política
El impulso de la Ley de Derechos de los Trabajadores, con la hasta ahora marginada Angela Rayner reclamando su protagonismo perdido, ha sido esta semana un intento de relanzar la agenda política, marcada hasta ahora por decisiones impopulares como los recortes a los pensionistas o la puesta en libertad prematura de cientos de presos por la falta del espacio en las cárceles.
Las espadas seguirán en alto hasta la presentación del presupuesto a finales de octubre, cuando la secretaria del Tesoro, Rachel Reeves, tendrá la ocasión de dejar atrás la amenaza de "decisiones duras", culpando sistemáticamente a los tories del agujero fiscal de 26.000 millones de euros y contribuyendo al pesimismo general que se ha instalado en el país, entre signos de que la economía no acaba de levantar el vuelo. Reeves parece finalmente dispuesta a cambiar de chip fiscal y anunciar una inyección de inversiones públicas para estimular el crecimiento. Los medios conservadores siguen por su parte instigando el miedo al "presupuesto de Halloween" con el fantasma de los impuestos.
Starmer ha tenido también graves problemas a la hora de trasladar su mensaje a los británicos, de ahí su decisión de nombrar al ex periodista del Sunday Times James Lyons como director estratégico de Comunicación. Si Tony Blair se presentó a sí mismo como adalid de la tercera vía y del europeísmo, Starmer ha destacado por su "alergia a las ideologías" y su indefinición, simbolizada por su extrema cautela ante el Brexit (pese a su promesa de "resetear" las relaciones con la UE).
En la primera curva de su mandato, arrecian las dudas entre los británicos sobre su capacidad para enderezar la nave en medio de la encrucijada moral, económica y geopolítica a la que se enfrenta el Reino Unido. El pragmatismo que marcó su salto tardío a la política hace una década, con la vitola de fiscal y virando hacia el centro político, ha dejado paso a la inquietud general por la sensación de zozobra que no cesa y por la falta de un mensaje claro y una visión de futuro.
"Uno de los puntos fuertes de Starmer es su capacidad para actuar de una manera decisiva y despiadada cuando las situaciones lo requieren", advierte el columnista de The Guardian Rafael Behr, que deja la puerta abierta a la "redención". Behr recuerda el volantazo al que se vio obligado el líder laborista tras las elecciones especiales de Harthlepool en 2021, cuando se estrelló a las primeras de cambio ante el entonces intratable Boris Johnson. La sensación de fiasco fue tal que llegó incluso a plantearse su dimisión como responsable del laborismo.