ELECCIONES CATALUÑA 2024
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Salvador Illa, un oportunista gestor al pleno servicio de Sánchez

Durante la pandemia, el socialista se convirtió en el rostro más identificable del Ejecutivo y Sánchez aprovechó su fama para designarlo candidato a la Generalitat en sustitución de Iceta, que ya tenía incluso los carteles electorales imprimidos

Salvador Illa, un oportunista gestor al pleno servicio de Sánchez
JORGE ARÉVALO
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Actualizado

Salvador Illa (La Roca del Vallès, 1966) es un tecnócrata con carné. Un obseso del orden y la gestión que, como declarado hombre de fe, ha sabido recorrer, oportunistamente, los inescrutables caminos del Señor para ir medrando en el entramado socialista hasta convertirse en su potencial presidente de la Generalitat.

La carrera política del ganador de las elecciones del 12-M -hijo de un trabajador de fábrica textil y de ama de casa- está construida a golpe de trance. La inauguró con 29 años, cuando heredó la Alcaldía de su localidad natal -una población del cinturón rojo barcelonés célebre por albergar el primer outlet de Cataluña-, tras morir súbitamente su primer edil sólo cuatro meses después de las elecciones. Una aneurisma fulminó a su antecesor, e Illa, que ocupaba el segundo lugar en la lista y acababa de afilarse al PSC, asumió el mando en una operación tan imprevista e improvisada como otras que, posteriormente, catapultarían su trayectoria.

Diez años después y, tras dejar ese centro comercial de saldos como más reconocible legado, ingresaría en las entrañas funcionariales del tripartito para convertirse en director de Infraestructuras de la Consejería de Justicia de la Generalitat con Pasqual Maragall y José Montilla. Un desempeño tan sesudo y gris como aparenta, que, sin embargo, contó con sus particulares hitos.

Como gusta recordar al separatismo, bajo su mando se construiría la cárcel de Lledoners, centro penitenciario en el que años después acabarían recluidos los dirigentes independentistas que impulsaron el 1-O. Y también levantaría la Ciudad de la Justicia, el mamotreto que aglutinaría todos los juzgados de Barcelona y que acabaría siendo ejecutado con un sobrecoste de más del 50%. Illa sería sustituido justo antes de la inauguración del enjambre judicial, adquiriendo una tacha en su entonces inmaculado expediente.

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Pasó unos meses en la empresa privada antes de ser ya definitivamente reclutado por la maquinaria socialista. El entonces alcalde de Barcelona -y hoy ministro de Industria- Jordi Hereu lo captaría como responsable de las finanzas del Ayuntamiento. Y ahí empezaría a desplegar Illa las dotes de supervivencia que explican el escalafón que hoy ocupa en el PSC.

Tras caer derrotado Hereu ante Xavier Trias en las elecciones de 2011 -poniendo fin a tres décadas ininterrumpidas de gobiernos socialistas-, Illa fue reconvertido a coordinador del grupo municipal del PSC en la oposición, que pasaría a comandar Jordi Martí, representante del ala soberanista del partido.

Pasó de marchar contra el separatismo a aplaudir la amnistía

Martí caería derrotado años después ante Jaume Collboni en unas cruentas primarias recordadas por el sospechoso y masivo apoyo de la comunidad paquistaní al actual alcalde de Barcelona. Illa supo culminar un perfecto ejercicio de equilibrismo para convertirse en uno de los pocos supervivientes del cambio de líder. Collboni arrasó con la mayoría de colaboradores de Martí, pero no con el dúctil alto cargo, al que designó su jefe de gabinete.

De ahí en adelante, el ascenso del actual candidato del PSC a la Presidencia de la Generalitat es sostenido y fulgurante.

Corría 2016 cuando este licenciado en Filosofía, después enderezado en la escuela de negocios IESE, fue llamado a filas por Miquel Iceta, entonces líder del PSC, para que se convirtiera en su fontanero jefe, es decir, en su secretario de organización. Poco imaginaba Iceta la pirueta que el destino le reservaba.

Usó la pandemia para saltar a la fama y conquistar la jefatura del PSC

Illa, que entonces se prodigaba en manifestaciones de Societat Civil Catalana contra la deriva independentista, las mismas que hoy critica por clamar contra la Ley Amnistía, se convertiría en la cuota catalana del Gobierno de Pedro Sánchez, que le adjudicó la cartera de Sanidad, vacía de competencias, con el fin de liberarlo y utilizarlo como interlocutor con el separatismo, en la mesa de diálogo.

Las siguientes etapas son ya conocidas: explotó la pandemia, Illa se convirtió en el rostro más identificable del Ejecutivo por sus comparecencias diarias ante la población y Sánchez aprovechó su fama, que no su mérito -la trama Koldo explotó ante sus lentes sin haberse percatado, asegura- para designarlo candidato a la Generalitat en sustitución de Iceta, que ya tenía incluso los carteles electorales imprimidos. El ministro de Sanidad abandonó presto su cometido antes de estar liquidado el Covid y ganó las elecciones, pero el independentismo le privó de gobernar.

Mayoría: escaños
Resultados en las elecciones anteriores:

Poco importaba, Illa ya estaba donde deseaba. Aupado por Sánchez, sustituyó a Iceta como primer secretario de un PSC que nunca antes había demostrado semejante sumisión al PSOE y preparó su segundo asalto a la Generalitat mientras asumía como propia la «agenda del reencuentro» del presidente del Gobierno.

Su siguiente encargo es integrar al separatismo en un Gobierno de coalición o permitir que Puigdemont se erija en president, si así se lo requiere Sánchez a su aplicado servidor.