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Sorda cumplió con la tradición como antes que ella Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa, o 20.000 especies de abejas, de Estíbaliz Urresola. Tras pasar por el Festival de Berlín con todos los honores (allí se hizo con el premio del público en la sección Panorama) no pudo por menos que triunfar en Málaga. Y hacerlo de forma casi apabullante. Para la película dirigida por Eva Libertad fue, además del mayor de los galardones, la Biznaga de Oro, las menciones a sus dos actores: Miriam Garlo, la auténtica revelación de la temporada desde ya, que compartió su premio con una volcánica Ángela Cervantes por su trabajo en La furia, de Gemma Blasco, y Álvaro Cervantes, que también dio la mitad de su trofeo a otro actor: en este caso, a Mario Casas, por el que es su mejor papel de toda su carrera en Muy lejos, de Gerard Oms.
Eso sí, muy cerca de ella quedó la otra gran película de un festival que ha logrado asentarse y brillar como nunca antes con una sección a competición de notable alto. Los Tortuga, de Belén Funes, fue señalada con el premio Especial del Jurado, la dirección y el guion. Es decir, y a todos los efectos, digamos que la presente edición del festival andaluz se cerró con un bonito y bien merecido ex aequo a dos película que, sin duda, marcarán la temporada.
De Sorda, poco más que añadir que no se venga repitiendo desde su presentación en Berlín. Sorda viene de un corto anterior y es la historia de una pareja. Ella es sorda, que no no-oyente. Él, como todos, solo es sordo cuando quiere. Un buen día deciden lo que decide mucha gente: ser padres. Cuando nazca su hija, con ella llegarán todas las dudas. Si oye, ¿cuánto tardará la criatura en darse cuenta de que su madre no es como ella? Y si no oye, ¿cómo proteger al bebé en un mundo decididamente hostil? Por el camino, el espectador se tropieza con preguntas más gordas: ¿qué es la normalidad? ¿qué tiene que pasar aún para que una sociedad acepte sin aspavientos todas las formas tanto de vulnerabilidad como de diversidad? Y muchas más cada vez más profundas.
El argumento es tan grave que se corre la tentación y el peligro de reducir la película a un tutorial para la concienciación en su sentido más educado y civilizatorio. Y no, no es así. O, mejor, no es así únicamente. Sorda es desde el primer segundo un ejercicio de cine perfectamente consciente de, por así decirlo, su sordera. La idea no es que el espectador se tape los oídos para verla, sino que cobre consciencia de ellos gracias a, y aquí su gran acierto, la mirada. Los colores se ofrecen sin filtro hasta hacerlos vibrar. Suenan. La puesta en escena hace del clasicismo norma con la cámara siempre a la altura no solo de los ojos sino de, otra vez, la mirada; una mirada siempre expresiva, siempre emocionante.
El caso de Los Tortuga es diferente, pero tampoco tanto. También en este caso hablamos de un cine que vibra en, otra vez, la misma mirada de antes. Los Tortuga es la película que viene después en la filmografía de su directora de su deslumbrante debut La hija de un ladrón. La cintatoma el título del apelativo entre jocoso y vejatorio que recibían en Andalucía los emigrantes obligados a llevarse consigo su vida entera a cuestas. Se cuenta la historia de una hija (Elvira Lara como descubrimiento) y una madre (inmensa Antonia Zegers). Tras la muerte del padre y marido, las dos sobreviven en Barcelona, pero las dos, cada una a su modo, son de fuera. Quizá como todos. La familia por parte del padre es toda ella de Jaén. La madre es chilena y se esfuerza como taxista en que las cosas funcionen. Pero cuesta. Cuesta ganar lo suficiente para pagar el alquiler en una nueva casa después de ser expulsadas de donde viven. Cuesta pagar los estudios en la facultad de Comunicación Audiovisual. Cuesta el desarraigo. Cuesta el dolor de la pérdida. Cuesta la humillación diaria. Cuesta todo lo que cuesta, que es, básicamente, todo.
Belén Funes construye la película por capas y deja que la propia estructura por fuerza barroca de todas las historias que se cruzan, se contradicen y se soportan unas a otras asalten la mirada del espectador con un caos metódicamente desordenado. Por momentos, Los Tortuga demanda para sí ese misterio mágico entre realista y solo iluminado al que recientemente nos habían acostumbrado voces como las de Alice Rohrwacher. A ratos, la pantalla adquiere la textura casi física de clásicos casi olvidados del cine español como La piel quemada, de José María Font. En algunos instantes, las historias, todas ellas, detienen su respiración en un soplo prodigioso de luz. Y siempre Los Tortuga se ofrece como un aliento de furia, como un arrebato que corta, como una exhalación. Tal cual.
Completando el palmarés, el delicado detallismo de la boliviana El ladrón de perros, del chileno Vinko Tomicic, fue señalada con la otra Biznaga de Oro al mejor largometraje iberoamericano. La que es la primera película en solitario del director incide en los márgenes de la sociedad como ya hizo en El fumigador, esta otra codirigida por Francisco Hevia, para dibujar un meticuloso retrato profundo y herido de todo lo profundo y herido.
Por último, conviene destacar la triple victoria de la salvaje y orgullosamente furiosa La furia, de Gemma Blasco, que al premio a mejor actriz ex aequo de Ángela Cervantes sumó el de su compañero Alex Monner y el del montaje a cargo de Didac Palou y Tomás López. Pocas películas tan atrevidas, ambiciosas y capaces de todo como esta versión desmedida y muy oportuna de Medea. Y todo ello sin olvidar el galardón a mejor actriz de reparto para María Elena Pérez por Perros, de Gerardo Minutti.
Además, el jurado concedió sendas menciones especiales en la categoría de dirección a Celia Rico Clavellino, por La buena letra, y a Sara Fantova, por Jone, batzuetan (Jone, a veces).
Lo dicho, el mejor Festival de Málaga hasta la fecha.