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Tras Hierve, Philip Barantino y Stephen Graham se quedaron con hambre de plano secuencia. Si después de los cuatro episodios de Adolescencia el director y el actor británicos siguen sin saciarse, nada podrán hacer ya. Pocas veces un recurso tan específico y tan artificioso como el plano secuencia ha sido utilizado con tanta pericia. Y menos aun en una trama que lo pida menos.
La historia, los personajes y el tono de Adolescencia exigen contención y sobriedad. Eso en teoría. En la práctica la serie da todo lo contrario: cuatro episodios que son cuatro planos secuencia. La experiencia es alucinante. Si te dejas llevar, el delicado mecanismo de relojería de Adolescencia es invisible. Y si ves la serie para flipar con su permanente pirueta audiovisual, ésta es una auténtica montaña rusa.
La compleja coreografía (insisto: invisible si quieres que lo sea) comienza como la versión dramática de una comedia de puertas que se abren y se cierran. En el segundo episodio va mucho más allá, con momentos en los que evidentemente se ha recurrido al mejor trucaje digital (que no al corte) para hacer posible lo físicamente imposible: que la cámara corra, salte o vuele. Ese impresionante segundo plano secuencia finalmente se recoge y termina en el rostro de Stephen Graham. Porque Philip Barantino sabe lo que hace.
En Adolescencia, Graham se pliega al finísimo ballet de cámara, actores y extras de Barantino. No es algo que esperásemos del protagonista de The Virtues. Claro que tampoco imaginábamos que contase sus rutinas de gimnasio para mazarse en Mil golpes, pero esa es otra historia (y otra serie). Este año Graham ha hecho las dos cosas. Una es una vulgaridad, la otra una maravilla. Adolescencia es de todo menos vulgar.
¿Necesita una serie como esta ser tan espectacular? En absoluto. La premisa de Adolescencia, la detención de un chaval de 13 años acusado de asesinato, es suficientemente potente en sí misma. El reto es que el gravitas de sus personajes, su tema y su trama no queden eclipsados por la apabullante propuesta visual de Barantino.
Reto superado.
Es tan difícil explicarlo como fácil verlo y entenderlo: los planos secuencia más innecesarios de la tele son a la vez los más necesarios. Pero ojo, que el goce estético no está reñido con la dureza: Adolescencia es una serie cruda y triste. Muchísimo. Quedan ustedes avisados.
Mientras promociona Estado eléctrico, una película olvidable y espantosa de 300 millones de dólares, Netflix estrena discretamente una serie de la que podrá estar orgullosa siempre. Una sin robots cuquis, sin Chris Pratt y sin Millie Bobby Brown, desde luego, pero con cosas mucho mejores. Adolescencia tiene una premisa original, un desarrollo fluido, una puesta en escena insólita y un nombre propio, Stephen Graham, con reconocimiento entre quien tiene que tenerlo.
No es ésta una serie que le pegue a Graham. Tampoco una que le pegue a Netflix, seamos claros. Pero en televisión no todo está inventado y hasta la predecible plataforma de la N roja nos sorprende de vez en cuando.
De Adolescencia sorprende su oscurísimo punto de partida, los resortes que pone en movimiento y sus personajes. Sorprenden sus larguísimos planos secuencia y sorprende que Stephen Graham, artista seco donde los haya, esté metido aquí. Metido, como en Hierve, hasta la cocina. Él es, además de actor, guionista y productor de Adolescencia. No solemos ver a Graham en los Emmys o los Globos de Oro, pero en los del año que viene seguramente sí. Y ganándolos.