CULTURA
Sevillanías VIII

Un pacto de vida con la muerte

Todos los mitos por los que España es universalmente conocida se anudan aquí: Cervantes, Don Juan, la picaresca, la tauromaquia, el flamenco...

Un pacto de vida con la muerte
FOTOGRAFÍAS: P. REYES
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Decíamos ayer que hay una pena honda y una pena galana sin necesidad de salir de Andalucía. La pena del cante flamenco es irredimible y fatal, gime desde las cuevas del Albaicín y corre por los brazos exhaustos de los jornaleros. La pena en Sevilla es solamente pascual y aun así presumida: no dejará de considerar la alegría de la Resurrección ni en la misma Madrugá. Recorred el bullicio del Arenal, el barrio que maravillaba a Lope de Vega, y sabréis lo que es un pacto de vida con la misma muerte aunque sea Viernes Santo.

No hace falta acudir a razones bizantinas: que si la sangre mora, que si la mente cristiana, que si el corazón gitano. ¿Es Sevilla la quintaesencia española o es la excepción exótica, preafricana, de los viajeros románticos? Lo cierto es que todos los mitos por los que España es universalmente conocida se anudan aquí: Cervantes, Don Juan, la picaresca, la tauromaquia, el flamenco y la Contrarreforma, con su ética inquisitorial y su estética barroca. Meted en la coctelera sentimental de esta ciudad casada indisolublemente consigo misma una raíz de tradición, un puñado de fe, una jartá de memoria, un nudo de amistad y una pinceladita de superstición. No os paréis analizar demasiado las proporciones: te sale Semana Santa. Es la idea sublime que ha tenido este pueblo para poder torturarse sin dejar de gozar.

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Porque la Semana Santa de Sevilla es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Quizá al cofrade del Silencio le importe mucho la Inmaculada Concepción, pero el pueblo no se conmueve con un dogma sino con las mejillas hinchadas de la madre dolorosa. Quizá el arzobispo recalque en su homilía el mecanismo expiatorio de la redención, por el cual el hijo de Dios pagó en la cruz por nuestros pecados, pero al pueblo le remueve la injusticia por la cual el hijo del carpintero, que era un hombre de ley, cae víctima del poder político y militar. Quizá el jartible de hermandad sepa explicar por qué cada paso es como es y qué cristo va con qué virgen, pero el pueblo quiere adorarlos por separado, primero un paso y luego el otro, porque se reserva una emoción concreta para Jesús y otra distinta para María.

"Nunca un hombre más nacido para el placer fue al dolor más derecho", reza el epitafio que Manuel Machado dedicó a Alejandro Sawa, rey de los bohemios, que nació en la calle de mi hotel. Esa frase es el tributo esencial de un sevillano apolíneo a otro dionisiaco. Y como todos los temperamentos son aceptables y los viernes van mezclados con los domingos, atravieso el puente de Triana para pasar la noche más triste en un tablao bien alegre, adelantando por el camino a la cruz de guía del Cachorro. Ya conocéis la leyenda de este cristo carismático. Ruiz Gijón lo talló en 1682. Andaba buscando inspiración cuando una noche topó con un gitano, apodado Cachorro, que agonizaba tras una reyerta: lo había apuñalado el marido de una mujer a la que el gitano veía. Lo que no sabía el marido es que el muerto era su cuñado. El pobre gitano era tan inocente como el hijo de María.

Lola de los Reyes es un local trianero en la misma calle Pureza. Es moderno pero acogedor. Hemos reservado mesa a medianoche. Pasan unos minutos de la hora señalada cuando Juan se sienta en su silla y empieza a rasguear su reluciente guitarra. Tras él aparecen Eva y Toni, que enseguida va a asegurarse de que no olvidemos en qué consiste la gracia sevillana subida de tono gay. Nos conmina a quitarnos el luto, madrugando el gozo que la liturgia reserva para la noche siguiente.

-Dani, ponme un chupito que Cristo ha resucitado -avisa para justificarse. Y comienza el espectáculo.

Es un trío sencillo, una guitarra y dos voces que se van alternando. Eva pone la hondura, Toni dicta la amenidad. Chaleco de terciopelo negro él, corpiño del mismo color ella. El programa comienza por el debido recuerdo al Cachorro, que en esos momentos está entrando en Triana: "Como yo no sé rezar, / yo me jinco de rodillas / y lo acompaño al portal / de su calle de Castilla". Eva canta a la Macarena. Se acaricia las manos cada dos palmas en gesto de finura, mientras Juan achina los ojos para atrapar una nota más sutil entre los cordajes de su guitarra. El repertorio coplero irá de lo sagrado a lo profano, sin hacer ascos a Raphael y Siempre Así. Entre tema y tema, Toni lanza piropos a un joven musculoso que se apoya en la columna.

-Es vasco -nos informa el cantaor-. A ver si me pone una bomba...

Un arrebato vocal, un chasqueo, un zapateado sobre el suelo de plancha. Parón para el cigarrito. Se apodera del local un ambiente de familia, caldeado por la complicidad. La noche se desliza suavemente entre risas y aplausos. No es el duende del cante jondo, pero es la gracia de Triana que no se puede imitar, que saca ganas de vida del fondo de la pasión.

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