CRÓNICA
"Lo ancestral funciona muy bien"

Se llama Pepe Ogalla, vive junto a Marbella, es el Bear Grylls español y no necesita mochila: lleva toda la vida sobreviviendo en junglas y desiertos

Va para 68 años ya, pero se mantiene en forma. Sabe de supervivencia como pocos en nuestro país y ha vivido largas temporadas con los yanomamis de Venezuela, los bereber marroquíes o con docenas de tribus de América, Asia y Oceanía. Es uno de los españoles que mejor se las apañaría el día después de una hecatombe nuclear

Pepe Ogalla junto a miembros de una tribu de Papúa Nueva Guinea.
Pepe Ogalla junto a miembros de una tribu de Papúa Nueva Guinea.ANTONIO MÁRQUE
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Dice que es más de Cody Lundin (la estrella televisiva de Discovery oriunda de Arizona que suele caminar descalzo) que del británico Bear Grylls, aunque también él fue miembro del cuerpo de operaciones especiales y le ha tocado beberse su propia orina en unas pocas ocasiones. De hecho, es una pequeña parte de lo que enseña a hacer a algunos de los alumnos a los que adiestra en habilidades de supervivencia (algunas guías, como el manual de campo del ejército de EEUU, lo desaconsejan). Han acudido a él desde la Legión a unidades de élite de inteligencia militar o el GAR (Grupo de Acción Rápida) de la Guardia Civil, además de un buen puñado de los famosos que, como Nacho Vidal o Mila Ximénez, han pasado por el programa Supervivientes.

«Es que lo de la orina de Bear Grylls me cabrea un poquito», se queja Pepe Ogalla. «Yo me la he bebido algunas veces en el desierto por necesidad y en los cursos que les impartíamos a la UME (Unidad Militar de Emergencias) o al SAR (grupo de rescate del Ejército del Aire) hacíamos un ejercicio con Manolo Cámara, teniente coronel del Ejército de Tierra, en que nuestros alumnos se tiraban al agua y, cuando salían tiritando, les hacíamos mear en la botellita y yo era el primero que me la bebía si tenía un color claro. Y lo que digo es importante así que lo repetiré: si tiene el color de una clara de cerveza yo sí que me la bebo, pero si está oscura y huele fuerte es que contiene más desechos que potenciales beneficios. Lo que hace ese señor de guardarse la orina en una piel de serpiente y pasar todo el día caminando a cuarenta grados es una locura porque aún coge más bacterias y desde el momento mismo en que sale de la vejiga empieza a degradarse».

LA INFLUENCIA DE SU PADRE

En España hay un buen número de reputados expertos en supervivencia que imparten cursos a preparacionistas y aficionados a la aventura, pero si lo que se busca es alguien capaz de subsistir y eventualmente progresar al estilo del inglés Ed Stafford en entornos naturales en los que el común de los mortales terminaría pereciendo, el nombre que resuena es el de José Miguel Ogalla, antiguo especialista en operaciones militares.

Pepe nació en Tánger de casualidad, aunque sus raíces familiares son andaluzas. En el antiguo protectorado español comenzó todo. «Mi padre era camionero», recuerda. «Y lo mandaban a cargar a las minas de fosfato que había en la cordillera del Atlas, no lejos de Erg Chebbi. Yo tenía nueve añitos y absorbía ávidamente todo aquello que veía viajando con mi padre, que era una persona con una gran sensibilidad humanitaria. "Vivimos en un mundo colorido donde cabemos todos si encontramos la manera de llevarnos bien", me solía decir. Aquellas vivencias me fueron moldeando y orientando hacia la aventura. Luego conocí a Miguel de la Quadra-Salcedo que fue, por así decirlo, mi mentor».

SIN BATERÍAS NI MÓVILES

18 años ha pasado Ogalla en Brasil si sumamos todas sus estancias intermitentes en aquel país, con sus idas y sus vueltas al lugar en el que reside habitualmente con su esposa y con sus hijos, una casita de montaña situada en Ojén, que es un pueblecito malagueño pegado a Marbella. Tras pasar una larga temporada con los bereber del Magreb, puso sus ojos en América y convivió con los yanomamis de Venezuela y una docena larga de comunidades humanas neolíticas. Viajó más tarde a Australia y a algunos países asiáticos, como Indonesia. A menudo imprimía a «sus misiones» una orientación humanitaria y establecía puentes para ayudar a todas esas tribus que a lo largo de su vida le han acogido pero, entre tanto, iba también haciendo acopio de los conocimientos de supervivencia que han acabado por convertirle en uno de los instructores más capacitados.

En la isla de Cachoeira (Brasil), montó un hospital con ayuda de mecenas de Marbella para atender a campesinos.
En la isla de Cachoeira (Brasil), montó un hospital con ayuda de mecenas de Marbella para atender a campesinos.JORGE OGALLA

«Lo que me marcó mucho fue mi vida con los bereber del desierto y con los yanomamis», afirma. «Apenas tenía 18 años cuando me instalé con los primeros en sus jaimas, levantadas sobre una zona a caballo de la frontera de Mauritania y Argelia. Con los yanomamis de Venezuela compartí seis meses de mi vida cuando rondaba los 26. Aquello fue el comienzo de todo lo que vino después. He estado con los hotis, los chipilos, los kayapo, los bani, los panare y otros muchos pueblos primitivos en lugares como Guinea, Indonesia o Colombia. Me he mezclado con ellos con la intención de conocer su forma de vida para tratar de entender cómo podían gestionar sus existencias sin baterías ni móviles y para aprender a practicar la verdadera supervivencia».

"CREO QUE POR ALLÍ SÍ HAY INDIOS"

«En Indonesia, por ejemplo, estuvimos con un grupo de siete compañeros en diferentes islotes de la zona de Sumatra que, por así decirlo, alquilábamos durante un mes para tratar de resistir allí sin equipo y con lo mínimo. Hacíamos pozos para desalar el agua del mar; prendíamos fuego con bambú; fabricábamos nuestras cabañas de palma; nos hacíamos taparrabos de corteza de hibisco, y fabricábamos arpones y sedales para alimentarnos de la pesca».

Es cierto que, si hablamos de aborígenes, todo era mucho más sencillo antes, para bien e, igualmente, para mal. «Fíjate que uno se metía por la jungla y se decía: "Creo que por allí sí hay indios". Y echabas a caminar en esa dirección y, eventualmente, podrías encontrar nativos no contactados. Eso es imposible ahora. En Brasil, por ejemplo, la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) lo impide porque trata de garantizar el derecho de esos pueblos a vivir en aislamiento. Se ha hecho muchísimo daño a esos grupos. Los asesinan por docenas para robar sus tierras las madereras o las compañías mineras. Quedan pocos y los que quedan son grupos muy reducidos que se han adaptado a la civilización».

Precisamente, en Brasil, en la pequeña isla de Cachoeira, Ogalla montó un hospital donde se atendía de manera gratuita a campesinos ribereños. Lo levantó con la ayuda de algunos mecenas de Marbella.

Aunque lo de la supervivencia ha sido siempre la pasión de Ogalla, nunca ha vivido exclusivamente de ello. En realidad, le ha costado dinero. Pepe fue parte de un cuerpo de operaciones especiales y, durante cierto período de su vida, se desempeñó también como mecánico naval y como instructor militar. Todavía mantiene a flote una escuela llamada Anaconda 1. «A menudo me preguntan qué es lo que se requiere para sobrevivir en la jungla o el desierto. Yo suelo responder que una personalidad emocionalmente estable y un conocimiento profundo del medio en el que te encuentras», apunta Ogalla.

LA ENFERMEDAD QUE CASI LE CUESTA LA VIDA

«Hay gente que piensa que lo fundamental para hacer frente a una situación de caos es recoger y guardar los alimentos, pero si esa situación involucra desórdenes y el uso de armas, te los pueden robar. Lo fundamental es entender el entorno donde te hallas. Si estoy en Málaga, o en cualquier otra parte, necesito saber dónde están los ríos, las plantas que puedo comer, los animales que puedo cazar, las maderas a las que puedo recurrir para hacer fuego por fricción. Y claro está, luego, además, uno precisa de unas habilidades manuales que se van adquiriendo: el manejo del cuchillo o las técnicas de ahumado para secar la carne. Todo eso al final genera una experiencia vital que, en combinación con una mente estable, pertrecha al superviviente de las armas necesarias para su principal objetivo: seguir viviendo».

«A mí me gustan mucho más las selvas y los desiertos, pero eso no quiere decir que me disguste la estepa siberiana», prosigue. «Lo que pasa es que uno no puede llevarlo todo para delante. He estado en Rusia y en Ucrania, pero no practicando la supervivencia. He hecho algo de montaña cerca de mi casa, en la Sierra Nevada. Estuvimos siete días en invierno y eso es lo más frío a lo que me he enfrentado. Esos entornos gélidos son los más exigentes. Imagínate toda la sabiduría que acumulan los inuit para poder vivir en las zonas que ocupan».

Hay algo sobre Pepe que explica, entre otras cosas, por qué no es popular en nuestro país. A diferencia de los youtubers y los influencers que documentan hasta la ducha de antes del desayuno, el andaluz tiene alergia a las redes. Incluso los canales que posee en Internet se los gestionan la familia y los amigos.

«Yo no soy apenas de redes. Solo entro de vez en cuando», apostilla. «Es cierto que la tecnología me facilita mucho mi trabajo, pero no me olvido nunca de que lo ancestral funciona muy bien sin pilas. Lo hemos enfocado todo en las máquinas y nos hemos olvidado de que si, por decir algo, alguien lanzara una bomba electromagnética, se freirían todos los satélites, se caerían los aviones y volveríamos todos a la Edad Media. Estamos creando una juventud de gente débil. Estuve desminando el año pasado en Ucrania y lo que vi allí entre los chavales es un reflejo de lo que digo. Hay demasiada protección y demasiado móvil, en España, en Ucrania e incluso entre muchas familias de Marruecos».

Pepe Ogalla, en mitad de los miembros de una tribu de Papúa Nueva Guinea.
Pepe Ogalla, en mitad de los miembros de una tribu de Papúa Nueva Guinea.ANTONIO MÁRQUEZ

De momento, Pepe Ogalla sigue haciendo planes porque todavía no le pesan demasiado los 68 años que tiene. Ahora está preparando una nueva expedición a cierta zona de Namibia con la intención de convivir con los bosquimanos en mitad del desierto africano.

A lo largo de su vida, este andaluz ha pillado de (casi) todo, desde disentería a paludismo y, en alguna ocasión, la enfermedad estuvo a punto de comprometer su propia vida. «A principio de los 90 contraje el plasmodio falciparum (que es el causante del 90 por ciento de las muertes por malaria) y al regresar a España nadie daba con el tratamiento porque en aquella época no había expertos en medicina tropical. Hablé con Miguel (de la Quadra-Salcedo) y gracias a él estoy vivo. Me puso en contacto con el doctor Baba y me administraron un tratamiento de primaquina (un antimalárico)».

«Son muchas las cosas que hay que tener en cuenta. Me arriesgué en cierta ocasión a no hervir el agua y contraje disentería. El agua hay que hervirla siempre, pero luego hay mil cuestiones más que explico en mis libros (Cómo sobrevivir sin equipo en cualquier lugar lleva ya varias ediciones). En la selva hay palmeras, pero es también preciso diferenciar las comestibles de las que tienen un alto contenido en ácidos siálicos porque pueden provocar un shock anafiláctico si se consumen en grandes cantidades, aunque no sean terriblemente venenosas».