A diferencia del verano, el otoño, escribió Ángel González, llega sin hacer ruido. Si los escaparates de las tiendas se dejan conducir por la pasarela, los colores parecerán apagarse. El burdeos, el azul petróleo y el marrón se infiltrarán entre el negro y el gris de todos los inviernos.
Por orden de Bottega Veneta o Ferragamo, la paleta de la temporada teñirá la cazadora ochentera, que en esta ocasión se alarga hasta convertirse en abrigo. Lo hará como gabardina o como estructura trapezoidal, con el peso de la figura sobre los hombros, coprotagonistas de la temporada. En chaquetas y vestidos, Balmain, Max Mara o, por supuesto, Saint Laurent enderezan las hombreras y las convierten en el alféizar del cuerpo. J. W. Anderson, capitán mayor de la hipérbole, las hincha hasta la parodia.
La tendencia del británico hacia la caricatura no andará sola en las próximas colecciones. Los juegos visuales de Viktor & Rolf, con siluetas geométricas, como extraídas de un cuadro de Feininger, o de Schiaparelli, maestra del surrealismo sartorial, contagian al resto de firmas. La moda se transforma en un trabajo de interpretación. Tras el virus de los "-core", que permitían la ilusión de convertirse en una heroína de ficción (hoy vives en un cottage con vestidos de flores y mangas de farol; mañana, en la regencia inglesa envuelta en sedas y corsés), la moda dejará a la mujer entre el personaje y la persona.
Desde el cuello a los tobillos, chaquetas y faldas buscarán la teatralidad. El escote y los bajos se llenan de flecos que reclaman la atención de quienes están alrededor.
El color se va a encargar de robarla. Issey Miyake o Loewe recomiendan enfrentarse a las circunstancias de un brochazo. La huida de la realidad, en sus propuestas, se produce a través de colores vivos, turquesas y fucsias que niegan el recorte de las horas de sol.
En la paleta pastel, Gucci se acopla a la nueva suavidad del día.
Aunque la luz se endulce, la cabeza paseará tapada. Chanel dibuja pamelas setenteras y, como una capucha, el turbante se levanta desde las clavículas para proteger el rostro. Así, los accesorios que acabarán arrugados en el bolso se minimizan.
En gabardinas y cazadoras, el cuello se levanta hasta la barbilla para renunciar a bufandas enredadas entre las llaves y el bálsamo labial.
También en el armario de la entrada, el de los abrigos, los brazos se liberan y el cuello se redondea. Como demostraban las protagonistas de Gossip Girl, todo cabe bajo la capa de Carolina Herrera o Dior.
La otra, la de invisibilidad, se materializa en el beis, comodín de la discreción.
Mientras los detalles en rojo anclan los estilismos en 2024, un estampado eterniza la elegancia informal: los lunares negros sobre fondo blanco de Patou rescatan a Lady Di en Ascot. Como en aquella ocasión, no exige guarnición. Solo debe ser lo que es.
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